Arte y Cultura

La Mansión de las Almas Prisioneras

Hace un par de décadas un grupo de 3 amigas, decidieron pasar unas vacaciones en las playas de Baja California, un hotel de Cabo San Lucas fue el lugar que Inés, Lucy y Carmen, eligieron para pasar el fin de semana.

Pensando en conocer el lugar, las jóvenes salieron para recorrer las calles; durante su recorrido se toparon con una hermosa casona de estilo victoriano, la cual parecía estar en perfecto estado de conservación.

Atraídas por su hermosa arquitectura y unas melodiosas notas musicales de piano y violín, las curiosas jóvenes se acercaron para mirarla más de cerca.

A través de una de venta, lograron ver a la linda adolescente que tocaba el violín; al sentirse observada la jovencita dejo de tocar y volteó hacía su inesperado público, después de sonreírles las invitó a pasar.

 “Hola…  ¿Les gustaría conocer nuestra casa?… pueden pasar, la puerta está abierta”; sorprendidas pero llenas de curiosidad, las chicas decidieron aceptar la invitación y cruzaron el umbral de la puerta.

Las jóvenes estaban sorprendidas gratamente de lo hermosa que resultó la mansión por dentro, imponentes, hermosas y antiguas pinturas adornaban las paredes, majestuosos adornos, candelabros y candiles, así como finas alfombras y elegantes cortinas de terciopelo purpura completaban la decoración.

Estaban maravilladas de lo esplendida que era la casa que no prestaron atención, a que adentro de aquella casa no había ni un sólo adorno o artefacto moderno.

“Buenas tardes muchachas, yo soy Calandra y ella es mi hermana Antonia, tomen asiento, nos complacería bastante nos permitieran tocarles algunas piezas musicales”, les dijo.

Inés, Carmen y Lucy, se sentaron en los comodos sillones, y antes de empezar a tocar Calandra fue a la cocina para traerles unas copas y una botella de vino tinto, la cual tenía aspecto de ser bastante antigua y costosa.

“Gracias por la hospitalidad, pero creo que no podemos aceptar la botella, sus padres podrían regañarlas”, Lucy comentó.

 “No se preocupen, papá tenía muchas, pero ya no se las tomara, hace ya muchos años que él no prueba una gota de alcohol”.

Después de esas palabras las chicas destaparon la botella y disfrutaron por un par de horas de un magnífico recital musical.

 “Gracias por su hospitalidad, pero tenemos que irnos o perderemos la reservación que hicimos en el restaurante”, fueron las palabras con que Inés y sus amigas se disculparon para salir de la casa.

“¿Las podemos acompañar?”, preguntó una de las niñas. 

“Claro nos encantaría invitarlas a comer en muestra de gratitud”, le respondió Inés.

Visiblemente alegres las niñas corrieron a su cuarto para ponerse un abrigo y regresaron al vestíbulo.

“Estamos listas para salir después de mucho tiempo de esta maldita casa”.

Sorprendida por las palabras, Inés giró la perilla y abrió la puerta;  en cuanto puso un pie en la calle, cayó al suelo, pues las ansiosas chicas la empujaron para salir corriendo.

Bastante molesta Inés se puso de pie y giró la cabeza para quejarse con sus amigas por lo ocurrido, pero no las vio y para su mayor sorpresa tampoco miró la mansión, en aquel lugar solo había un terreno baldío.

Sorprendida regresó su mirada para buscar a las niñas y pedirles una explicación, pero tampoco las encontró; prácticamente se habían esfumado.

Sin dar crédito a lo que sucedía, Inés busco por varias horas la mansión y a sus amigas, pero jamás las encontró.

Corrió hasta la comisaría para reportar el hecho, pero los policías la ignoraron y le recomendaron recibir atención médica, pues ellos estaban seguros que en toda la ciudad no había una mansión como la que ella mencionaba. 

Después de semanas de infructuosa búsqueda, por fin, Inés encontró alguien que le supo decir que había ocurrido, Amparo la curandera le entregó la noticia.

“Lo siento muchacha, nunca debieron de haber entrado a esa casa, ahora tus amigas son las huéspedes de la casa fantasma y lo serán por buen tiempo, hasta que encuentren a otras dos almas curiosas que tomen su lugar”.