Por Agencias
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Gol, asistencia y recital del ‘10′ para clasificar a Argentina a su sexta final.
Doblete de Julián Álvarez. Penalti raro en el 1-0. Adiós de Modric.
Algún día se recordará que Messi llevó en volandas a Argentina a su sexta final del Mundial, a la segunda que disputa él, a la estación más cercana al título que le falta, el que ansía, el que le separa de la eternidad.
Su exhibición ante Croacia mandó a la lona a un equipo imbatible hasta ahora en eliminatorias, también a su líder Modric, que sucumbió como el resto ante un recital para el que los croatas no encontraron respuesta. Messi está en la final. Argentina sueña.
El equipo de Scaloni, además de tirar de su capitán, se encontró un encuentro que hasta ahora no había disputado.
Acostumbrado al ejército de piernas defensivas de los partidos anteriores, Croacia le planteó un choque mucho más plácido, a campo abierto, un guion que Messi y los argentinos tardaron media hora en pulverizar.
Los croatas, estupendos en el manejo de balón, desplegaron su catálogo de buenas intenciones, pero se esfumaron sin la respuesta de otras veces.
Su intento de presión sobre la salida argentina fue altísima, lo que puso a los de Scaloni en un panorama totalmente distinto al de otros días.
Lástima que esta Croacia de entre guerras no haya encontrado un delantero como para hacer bueno el plan. Un Suker. Un Mandzukic.
Cinco minutos clave
Argentina, con Paredes como novedad en el once, fue descifrando el sudoku.
Esta vez no requería tanto dominio su juego sino más excursiones hacia los desiertos defensivos croatas.
En una semifinal el cuajo cuenta y los argentinos lo tuvieron mucho más que Croacia. De hecho, los dos primeros goles llegaron por línea recta.
No hubo un peaje en mediocampo, una falta con la cortar los avances de una Argentina que para entonces ya sabía que el éxito pasaba por ser vertical.
En ese nuevo escenario también crecieron hasta cotas insospechadas Enzo Fernández y Julián Álvarez.
Entre los dos combinaron de manera fugaz para provocar el penalti con el que se abrió el marcador.
Fue un penalti raro, quizá evitable en una semifinal de un Mundial. A Julián pareció no salirle bien el remate y Livakovic acabó su afán por evitar el gol chocando con él. Argentina entera vio penalti, el resto del mundo consideró que sí y que no. A cualquiera le hubiera enfadado sufrirlo en contra. A los croatas, por supuesto, también.
En cualquier caso, Messi lo resolvió con la categoría que en este Mundial está mostrando más que en ningún otro. La bofetada noqueó a los croatas, que volvieron a pagar su candidez en el segundo tanto. Sólo pasaron cinco minutos entre los dos. Una jugada de estrategia a favor se convirtió en un contragolpe en el que Julián Álvarez paseó en moto hacia la portería.
Nadie le paró, tampoco Sosa cuando aparentemente tenía ganada la acción, y el delantero del City batió a Livakovic.
Asusta la frescura de Julián y Enzo en esta Argentina capaz de guardar en un frasco a Messi durante buena parte del partido y sobrevivir.
Mantener en formol al mejor jugador del mundo para que luego decida solo es posible si sus acompañantes son tan buenos como ellos.
A Croacia le entraron las prisas. Al descanso metió tres jugadores de una tacada y cambió por completo su ataque.
Orsic y Vlasic ocuparon las bandas, Petkovic fue referencia con Kramaric por detrás.
Un riesgo necesario, pero enorme, pues quedó a expensas de Messi cada vez que perdió el balón.
Juega Leo las segundas partes como un niño en el patio, como si el Mundial fuera un colegio. Un jardín en el que, a sus 35 años, disfruta como siempre.
Así llegó la sentencia, el gol que puso en pie al estadio y a cualquiera al que le guste el fútbol.
Messi tomó la pelota en la banda, cabalgó en diagonal hacia al área y allí hizo un estropicio a Gvardiol, el mejor central del torneo, el defensa-robot que quedó roto y descabalgo tras su amago.
El pase atrás lo aprovechó Julián, boquiabierto como el resto del estadio.
Croacia, eterna luchadora, sacó la bandera blanca.
Ni Modric ni nadie pudo con Messi.
Parecía imposible que llegara a su quinto Mundial como si fuera el primero, fresco como una lechuga, imparable como cuando surgió, hace 17 años, casi dos décadas, que se dice pronto, pero ahí está peleando por ganarlo hasta recordar a Maradona, hasta acariciar la eternidad. Si no es el Mundial de Messi se le parece bastante. Queda un escalón.
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