Por Agencias
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Menos guerrillera que en Rusia, la selección balcánica apenas inquietó a una Marruecos muy revolucionada.
Bono salvó la única gran ocasión.
Diríase que Croacia se entiende mejor a sí misma con las piezas justas, sin alardes. En Rusia 2018 era una selección guerrera, donde ni siquiera las estrellas ejercían de tal.
Paradójicamente, puede que el problema de Dalic en este Mundial sea que ha llegado con demasiados futbolistas de renombre, exuberancia, exceso de glamour en el panorama europeo.
Encabezados todos por Luka Modric, que apenas dejó esta vez un pequeño repertorio de delicias con la diestra: Sosa, Gvardiol, Modric, Kovavic, Vlasic, Perisic, Kramaric, Brozovic…
¿Quién corre más? Les costó a los croatas responder a guerra la guerrillas planteada por una Marruecos entre el estajanovismo y el caos, capaz de correr hacia todos los sitios y al mismo tiempo, hacia ninguno.
El justísimo 0-0 con el que acabó este primer partido del grupo F responde a las dos tesis expuestas: a esta Croacia le sobra pose y a Marruecos, revoluciones.
A sus 20 años, Josko Gvardiol se ha convertido ya en uno de los centrales más cotizados de Europa.
El feroz central del Leipzig se rompió la nariz dos semanas antes de comenzar el Mundial, justo cuando se paraba la competición en la Bundesliga.
Ante Marruecos reapareció con una aparatosa máscara que disfrazaba su habitual gesto agresivo.
En el atuendo de Gvardiol encontró la puesta en escena del equipo de Dalic una alegoría de su conservadurismo: apenas quiso enseñar los dientes a Marruecos. Y lo pagó.
A Marruecos, simplemente, no le dio para mucho más.
Hakim Ziyech, que para llegar a este Mundial se ha llevado por delante a un seleccionador (Halilhodzic, sustituido por Valid Regragui) con el que se había peleado, se disuelve en el toque y además esta vez la tocó mal.
Boufal anda más fino que aquel que jugó en el Celta, pero no lo suficiente.
En-Nesyri mantiene la pelea con el gol por la que se le critica desde hace muchos meses en el Sevilla. Sostienen y sostuvieron al equipo ante Croacia la velocidad por banda del incontenible Achraf (cada vez que uno lo ve se pregunta por qué se lo quitó encima el Real Madrid) y un buen eje defensivo compuesto por el veterano Saiss, Aguerd, Amrabat y, sobre todo, el cancerbero sevillista Yassine Bono.
Lesionado segundos antes de llegar al descanso, Vlasic casi mete el gol de cojo en la ocasión más clara, única digna de mención, de prácticamente todo el partido.
Se lo negó Bono, Zamora y primera gran reivindicación de una Liga cuyos futbolistas han comenzado este Mundial (véase Argentina) de verdadera capa caída.
Vlasic tuvo que ser sustituido por lesión y lo mismo le ocurría a Mazraoui, lateral marroquí, al poco de regresar de los vestuarios.
La entrada de Pasalic, más organizador y menos extremo, varió la fisonomía de una Croacia en el intento de mantener la pelota, contemporizar y añadir cansancio al elenco marroquí, a la espera del golpe definitivo.
Pero ese golpe nunca llegó. Sólo la salida en Marruecos del osasunista, cedido por el Barcelona, Ez Abde alborotó algo el guión de un partido que no merecía ni obtuvo ganador mientras miles de aficionados marroquíes se felicitaban por haber empatado ante la vigente subcampeona del Mundo.
Mientras, los croatas presentes se ponían a rumiar que nada está perdido, ni mucho menos: en Rusia 2018 fue bastante peor el primer partido, porque cayeron (4-2) contra Francia.