Deporte

De Vinicius al escándalo

Por Agencias
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Iba a ser solo un partido, que es lo mejor que se puede decir vista la tensión previa que ni la mascletá de hermandad de Almeida en Madrid Río pudo rebajar, y no iba a ganarlo nadie cuando Gil Manzano se atragantó con el silbato. La jugada traerá cola por su imprudencia. Con 2-2 y al borde del descuento establecido se produjo un córner favorable al Madrid. El árbitro advirtió que era la última jugada. La pelota voló, salió rechazada, Gil Manzano calló, dejó seguir, y cuando Brahim colgó un segundo centro, con ese caprichoso balón en el aire camino de la cabeza de Bellingham, pitó el final. El remate del inglés acabó en gol. Fin del partido, tangana descomunal, roja para el inglés y principio de un escándalo para mucho tiempo por el horrible manejo de los tiempos del colegiado. Hay Liga y hay lío.

Antes de aquello, el Valencia se había ganado un punto desde la disciplina, la fiereza y la oportunidad en dos momentos de debilidad del rival en la primera mitad. A los de Ancelotti les sobró ese primer tiempo desastroso que luego supieron corregir. Y Vinicius se manejó estupendamente en el infierno, con dos goles y algún gesto de más. Por la boca muerde y muere el pez. Pero nadie se acordará de todo esto después de lo sucedido en el fatídico segundo final. La peor noticia para un arbitraje en solfa.

El partido venía decorado con pinturas de guerra y no solo en la grada, también abajo. A los 33 segundos el Valencia le había hecho una falta a Rodrygo y otra a Vinicius. A los tres minutos Yaremchuk había visto la primera tarjeta por una entrada destemplada a Tchouameni, al que Ancelotti procura encontrar un porvenir como central, por la emergencia de dos cruzados rotos, pero también porque no ha cuajado de mediocentro.

Ese partido de tensión extrema quiso manejarlo el Madrid desde el toque, con larguísimas posesiones sin ninguna profundidad. Una estrategia de espera hasta que bajasen las aguas frente a un adversario sobreprotegido por la estrategia de su entrenador y por el impulso de la grada, y entregado a una primera presión extremadamente agresiva. La excitación silenciaba el juego. El partido estaba exactamente donde lo quería el Valencia. Ambientes tan cargados confunden mucho al Madrid.

En otros tiempos se hubiera esperado una acometida inicial del Valencia, pero aquello ya pasó. Ha sido tal la reducción de expectativas que el equipo blanquinegro, dos veces finalista de Champions, celebraría como fiesta mayor una clasificación para la Conference. La afición se siente desahuciada por un magnate de Singapur que pseudodirige desde el Índico un proyecto mediterráneo vía satélite y celebra el nacimiento de una generación de jóvenes murciélagos nacida desde la precariedad, obligada a madurar con el descenso al cuello. Así que la hinchada se dejó el alma en la marcha anti-Lim, primero, y en el campo, después.

Y el equipo respondió desde la intensidad, que nunca faltó en los partidos ante el Madrid, y desde la efectividad, con un gol en su primera aproximación. Foulquier peleó una pelota con Vinicius, que se complicó en exceso, sobre la línea de fondo, centró al segundo palo, remató defectuosamente Canós y Hugo Duro metió su cabeza en aquella bala perdida para adelantar a su equipo. El Madrid se fue a la lona y regaló, de inmediato, el segundo gol, en una cesión inexplicable de Carvajal a Lunin que resultó una asistencia a Yaremchuk. El delantero ucraniano sentó con facilidad a su compatriota y desató la locura en Mestalla.

Lo que vino a continuación fue un derrumbe desconocido del Madrid, con una insólita falta de precisión en los pases y una preocupante falta de energía en los duelos. Los centrocampistas del Valencia mandaban y recuperaban y Yaremchuk era un permanente factor de desestabilización en la defensa madridista.

La única respuesta del equipo de Ancelotti había sido un disparo lejano de Valverde que rechazó Mamardashvili. Nada funcionaba: se quedaban cortos los laterales, no desbordaban ni Vinicius ni Rodrygo, Bellingham no andaba tan perspicaz como acostumbra, a Camavinga, el único a la altura del Valencia en el intensiómetro, le costaba mucho conducir y progresar. Y en medio del desconcierto, en el descuento de la primera mitad, el Madrid se encontró un gol, producto de un centro a media altura de Carvajal que nadie interceptó y Vinicius empujó a la red.

La segunda mitad trajo un doble temporal, el meteorológico y el que, por momentos, desató el Madrid sobre el área de un Valencia más fatigado y hundido sobre Mamardashvili. A Vinicius se le marchó alto un remate de izquierda y el meta georgiano salvó milagrosamente con un pie un gol que llevaba la firma de Bellingham, cuya frialdad en el área resulta asombrosa.

Baraja, líder sobrevenido de este Valencia, dio un par de pasos atrás, con Guillamón y Diego López. Este tuvo el 3-1 casi de inmediato pero otro pie milagroso, el de Lunin, evitó que se empinase aún más la cuesta para el Madrid. Una acción aislada en un partido dominado ya clamorosamente por los de Ancelotti, que ahora no perdían duelos y le daban otro aire a la pelota. Más con la entrada de Modric y Brahim, más activo que Rodrygo. Ahí hay pelea para lo que queda de curso.

Baraja buscaba más cambios, pero el equipo parecía haberse quedado vacío. El empate, en cabezazo de Vinicius, así de retorcido es el fútbol, a centro del revitalizante Brahim, acentuó esa evidente superioridad del Madrid, ya con Fran García y Joselu en el campo. Luego lo enfrió todo una lesión aparentemente muy grave de Diakhaby, arrollado involuntariamente por Tchouameni. Muy dentro del descuento Gil Manzano imaginó un penalti de Nacho a Hugo Duro que no existió. El VAR le corrigió. Y en el último segundo, el lío de la Liga, que tuvo como daño colateral de la expulsión de Bellingham. Es de esperar que el suyo no sea el único ingreso en la nevera.