Por Agencias
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Un gol de Francisco Conceiçao, siempre mirado por ser hijo de Sergio Conceiçao, sentencia en el 92′. Los checos se adelantaron en el 60′. Remontada vital.
Cerraba el telón de la noche en Leipzig, menguaba la lluvia que no paró por un instante, y entonces, casi en el albur del partido, apareció el más pequeño de la clase, el hijo de Conceiçao, el hijísimo, perseguido siempre por su apellido, para marcar el tanto que salvó a Portugal de un debut áspero, ingrato.
Un impulso al estreno portugués que hasta entonces le tenía inquieto, pues llegaba a la Eurocopa con Cristiano entre flashes y una selección capaz de todo. El primer muro que se encontró enfrente, el de la República Checa, le dejó sin aliento, pero al menos el gol de Conceiçao le otorga una victoria para respirar de alivio.
Roberto Martínez puso un once ideado para jugar en campo contrario. Cancelo fue interior cuando hubo que atacar, Nuno Mendes cerró como tercer central y Dalot fue carrilero pero a una gran altura. La banda izquierda era en exclusiva para Rafael Leão. Portugal jugó con autoridad y sin tapujos. Incluso con perros de presa como los checos enfrente, parapetados bajo tres centrales y dos mediocentros que como si lo fueran, lograron los portugueses que el partido arrancara según sus intenciones.
Hizo daño Rafael Leão por su costado. Es un purasangre el extremo del Milan, a veces tan descontrolado que ni él ni sus compañeros saben aprovechar sus arrancadas. Levantó el césped cada vez que atacó los espacios, aunque sus estruendos siempre se evaporaron entre la muralla de defensas checos.
Cristiano, muy rodeado entre rascacielos, entendió que la mejor manera era salir de ellos. Empezó a combinar con Bruno Fernandes y Vitinha, y Portugal mereció el gol. Tuvo dos el propio Cristiano, ambas bien resueltas por Stanek, aunque la vía más directa hacia el gol resultaron los tiros exteriores. Así lo rozaron Rúben Días y Bruno Fernandes, más prácticos que el resto cuando la pelota merodeaba el área rival y ante la tromba de agua que cayó en Leipzig. No era día para florituras.
Pero los checos están hechos de hormigón. Le mentalidad colectiva está por encima de todo. Son empleados perfectos, da igual si trabajando en una cadena de supermercados, en la fabricación de coches o en un equipo de fútbol. La comunidad manda. Al ejercicio defensivo encomiable se le unió una solidaridad en mediocampo digna de elogio.
Está muy infravalorada la capacidad competitiva checa, bien aquella de los Bejbl, Poborsky y Koller o esa otra de los Nedved, Rosicky o Baros. En su escenario favorito, la Eurocopa, la República Checa volvió a dejar su humeante sello con otro partido competitivo salido de fábrica.
No sólo eso, sino que el golazo de Provod zarandeó a una Portugal que se vio por debajo cuando más cuesta levantarse de estos golpes: en el debut de un gran torneo. La receta a la crisis y al éxtasis rival fue empatar casi de inmediato. Quizá la ventaja checa era demasiado castigo y el 1-1 llegó como caído del cielo. Un centro al corazón del área pequeña lo despejó Stanek con la mala fortuna de que la pelota golpeó en Hranac y se coló en su propia portería.
Portugal reseteaba de nuevo, ya con Nuno Mendes por la izquierda con todo el carril para él, Cancelo por la derecha y Diogo Jota, recién incorporado, revoloteando en busca de un picotazo definitivo. Llegó, y hubiera sido decisivo, pero el VAR anuló su gol por un fuera de juego milimétrico de Cristiano en el remate previo.
Parecía todo destinado al empate cuando Roberto Martínez metió dos cambios, Pedro Neto y Conceiçao, y entre los dos voltearon la noche hacia su lado. El primero centró raso, para despiste de Stanek, que escupió el balón, y el segundo remató a placer. Gol del hijo, gol del hijísimo, gol por él, por su padre, por su familia y por Portugal.