Por Agencias
[email protected]
Croacia pasó en los penaltis y comienza a recorrer el camino de 2018. Japón cayó y no pudo superar la maldición de los octavos.
Dominik Livakovic se encargó en Al Janoub de ampliar la leyenda croata en los mundiales, la de su capacidad agonística y la de una fe sin límites.
La Croacia de Dalic flirteó con el desastre y volvió a sobrevivir gracias a las poderosas manos de su portero en la tanda de penaltis.
Japón murió en la orilla, Moriyasu no pudo completar su obra y superar la maldición nipona de los octavos de final tras un partido muy pobre por ambos bandos. La tarde había comenzado con susto para Japón.
Tomiyasu, encajado como tercer central, se equivocó gravemente ante Perisic y el extremo croata se plantó ante Gonda esperando a Petkovic, pero acabó estrellando su remate en el cuerpo del meta japonés.
Fue un espejismo de arranque, porque Croacia inmediatamente comenzó a sentirse incómoda ante un fútbol directo japonés.
Diagonales largas y a acelerar por fuera. Pero con eso era suficiente para ver de cerca a Livakovic.
Era el mundo al revés, la imponente zaga croata sufriendo ante centros laterales mandados por Junya Ito y Nagatomo, buscando al menudo Maeda.
Barisic las pasaba moradas con cada latigazo de Ito en velocidad y Dalic se desesperaba pidiendo al del Celtic que le fijara antes de recibir para que no acelerara.
Iban 20 minutos y Croacia ya acusaba la falta de Sosa.
Los ajedrezados respondían de la manera más extraña, con un pelotazo de Gvardiol para quitársela de encima que dejó a Petkovic en posición franca dentro del área, pero el ariete balcánico se fue a fundido a negro.
El partido respondía a la previsión, una batalla larga y por episodios, hasta que desequilibró el laboratorio de Moriyasu.
Kamada había tenido la más clara antes de que un córner en corto terminara en un centro de Doan que Yoshida ganó para que Maeda rompiera el empate.
Todas y cada una de las acciones anteriores a balón parado niponas habían mostrado el sello del catálogo del entrenador asiático.
Nada se improvisa en Japón. Poco de Perisic, poco de Modric y nada de Kovacic en un primer tiempo donde Croacia no había sintonizado con el partido.
En la reanudación Dalic cambió el blanco de sus iras.
Petkovic le sacaba de quicio. Con Croacia plana y sin ideas, era el momento de confiar en el orgullo de la vieja guardia.
Y apareció. Lovren descargó un centro lejano y Perisic se adelantó a toda la zaga nipona para igualar de cabeza.
Croacia se metía en la pelea y percibía que ya estaba en su salsa, con Modric, inmediatamente obligando a Gonda a lucirse.
Moriyasu ya no se sentía dominador de la situación y buscaba refresco con Asano, mientras esperaba que las transiciones obligaran a Croacia a descoserse.
Pero para Dalic no era un problema, puso en el campo la llegada de Pasalic y cambió de delantero, pero la versión de Budimir no mejoraba a la Petkovic.
Croacia se estiraba sin dientes y Japón miraba a la prórroga. El alargue estaba servido. Como no.
Las dos capacidades agonísticas más inquebrantables se sumieron en la primera prórroga de la Copa del Mundo.
Croacia había sobrevivido a tres, con dos tandas de penaltis incluidas en Rusia 2018, así que llegaba con la mili hecha.
Pero el tiempo extra trajo una sorpresa. Dalic sacaba del campo a Modric y a un desdibujado Kovacic para dar entrada a Majer y a Vlasic. Un sintomático cambio de guardia.
Hasta el intervalo de la prórroga, sólo un acelerón de Mitoma con disparo centrado sacó al Al Janoub del letargo.
El segundo acto fue igual de mortecino, con Majer intentando alimentar el lánguido ataque croata y Japón esperando divisar una contra que no apareció. Los penaltis ponían el justo final a un partido intenso, pero pobre.
Tiempo de héroes. Y las manos de Livakovic agarraron el pase a cuartos.
El portero del Dinamo de Zagreb detuvo los lanzamientos de Minamino, Mitoma y Yoshida, mientras que Pasalic remató la faena marcando el último para Croacia.