Madres de texanos desaparecidos en México se organizan ante el abandono oficial

Por Redacción
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Sin respuestas de las autoridades y agotadas por años de incertidumbre, estas mujeres decidieron formar una red propia para buscar a sus hijos y apoyar a quienes cruzan la frontera para recuperar información que rara vez llega por vías oficiales.

Su esfuerzo se ha convertido en un movimiento silencioso que crece en todo el estado y que evidencia la falta de protección consular y la complejidad de la violencia en el territorio mexicano.

Lisa Torres recuerda con exactitud la mañana del 29 de julio de 2017. Estaba en Guanajuato cuando un dolor agudo en el pecho la despertó de golpe. En ese instante, aunque no lo sabía, su hijo Roberto Franco Jr., de 22 años, desaparecía en carretera mientras manejaba hacia México para visitarla. Durante horas intentó comunicarse con él sin éxito. La angustia se transformó en un presentimiento que aún la acompaña. Ese día marcó el inicio de una búsqueda que continúa ocho años después.

A cientos de kilómetros, Luz Francisca Rivera vivía un desconcierto similar. Su hijo, Juan Francisco Hernández, de 24 años, nacido en Texas y criado parcialmente en México, viajaba con Roberto. Después de obtener su pasaporte estadounidense, quería regresar de manera legal a Estados Unidos. La última frase que le envió a su madre fue breve y tranquilizadora: “No worries, ma”. Pero la calma no duró. Las llamadas comenzaron a ir directamente al buzón. Las autoridades mexicanas tampoco ofrecieron información inicial y la familia quedó atrapada en un vacío que se ha vuelto habitual para quienes reportan desapariciones en zonas controladas por el crimen organizado.

Ese mismo año, en agosto de 2017, Jeanette Cerecer esperaba cenar con su hijo, Ernesto Garnica Jr., de 29 años, quien trabajaba en un centro de acogida para menores no acompañados. Cuando vio que la hora avanzaba sin que él llegara, comenzó a llamar insistentemente. Al día siguiente, las autoridades encontraron su camioneta quemada en un camino aislado. Dentro había dos cuerpos completamente calcinados. Las pruebas de ADN revelaron que ninguno correspondía a Ernesto. A partir de ese momento, su caso quedó en un limbo: sin fallecimiento confirmado, sin rastro y sin avances significativos en la investigación.

Los tres jóvenes forman parte de los más de 1.700 ciudadanos estadounidenses reportados como desaparecidos en México en la última década. Sus madres comparten la misma experiencia: una combinación de dolor, frustración y una ausencia casi total de acompañamiento institucional.

En 2018, tras meses de buscar información por caminos separados, Lisa, Luz Francisca y Jeanette se conocieron a través de otros familiares que enfrentaban circunstancias parecidas. Las reuniones, primero informales, se convirtieron en un espacio constante de intercambio. Así nació la Asociación de Estadounidenses Desaparecidos en México (ACMMA), un colectivo que ha pasado de tres madres a una comunidad que reúne a decenas de familias en Texas, California, Arizona y otros estados donde la migración hacia México es frecuente.

El objetivo principal de ACMMA es acompañar a quienes se enfrentan solos a los primeros días tras la desaparición de un familiar. Para las madres fundadoras, esos días fueron extremadamente caóticos. Las líneas de atención consular les ofrecieron información general, pero no un seguimiento real. Las autoridades texanas recibieron los reportes, aunque la mayoría de estos casos depende de la jurisdicción mexicana, donde las investigaciones avanzan con lentitud y, en muchos casos, nunca se completan.

La experiencia obligó a las madres a aprender a buscar por su cuenta. Jeanette estudió los movimientos financieros de su hijo y revisó videos de vigilancia. También localizó contactos que lo habían visto la noche de su desaparición. Lisa logró acceder al iCloud de Roberto y halló una fotografía tomada días después del último contacto, algo que, según expertos, podría indicar que su dispositivo permaneció activo durante más tiempo de lo informado inicialmente. Luz Francisca, viviendo en México, llamó repetidamente a fiscalías estatales donde le respondían con la misma frase: “No tenemos nada nuevo”.

Lo que comenzó como una búsqueda desesperada se convirtió en un sistema colaborativo. Ahora, cuando una familia reporta un nuevo caso, las madres les explican dónde iniciar, qué preguntas hacer, cómo solicitar registros telefónicos y qué información deben exigir a las autoridades mexicanas. Han aprendido, por experiencia propia, que cada minuto perdido complica las posibilidades de obtener pistas.

Esa ausencia de respaldo oficial afecta especialmente a las familias de origen latino. Melissa Rangel, coordinadora en el Texas Center for the Missing, explica que muchas personas temen interactuar con la policía por miedo a detenciones, deportaciones o consecuencias migratorias. Ese temor retrasa los reportes y reduce la eficacia de las investigaciones. Solo en 2024, en el condado de Harris se registraron más de 10.000 reportes de personas desaparecidas, incluidos miles de menores, lo que presiona aún más los recursos de búsqueda.

Mientras tanto, ACMMA se ha convertido en un puente emocional y práctico. Organizan reuniones, participan en marchas y mantienen comunicación constante con familias que recién comienzan este camino. Aunque su labor no sustituye la responsabilidad de las autoridades, llena un vacío que para muchas comunidades latinas parecía insalvable.

Uno de los obstáculos más grandes en estos casos es que, una vez que la desaparición ocurre en territorio mexicano, la jurisdicción recae completamente en las autoridades de ese país. La colaboración entre fiscalías estatales y el FBI es limitada, y los consulados únicamente pueden supervisar procesos o solicitar información, pero no investigar. Esa estructura deja a muchas familias en un laberinto burocrático.

Las madres también denuncian que algunas fiscalías mexicanas las han revictimizado. Relatan que, en ocasiones, funcionarios les han insinuado que sus hijos podrían estar involucrados en actividades criminales, una narrativa que, aseguran, no tiene sustento y que se utiliza con frecuencia para justificar la falta de avances. Otras veces, simplemente dejan de contestar mensajes o llamadas. En varios estados, los expedientes se detienen por cambios de personal, falta de recursos o inseguridad en las zonas donde ocurrieron los hechos.

Pese a esos desafíos, la red de madres continúa creciendo. A medida que el número de estadounidenses desaparecidos en México aumenta, también lo hace la necesidad de apoyo entre familias que comparten la misma desesperación. Muchas de ellas nunca imaginaron convertirse en activistas, pero hoy son una voz que exige respuestas a ambos gobiernos.

ACMMA ha solicitado reuniones con congresistas en Texas y representantes federales para mejorar los protocolos entre Estados Unidos y México. También piden que los consulados estadounidenses adopten equipos especializados para casos de desaparición y un sistema de seguimiento real para las familias. Aunque han recibido apoyo simbólico, las madres aseguran que aún no ven cambios sustanciales.

Para ellas, la búsqueda es una misión interminable. “No buscamos culpables, buscamos a nuestros hijos”, repiten en cada encuentro. La ausencia se ha convertido en una forma de vida. Los aniversarios de las desapariciones se sienten como un recordatorio doloroso de lo que aún falta por hacer, pero también de la determinación que las impulsa a seguir.

Mientras esperan respuestas oficiales, mantienen viva la esperanza. Cada mensaje, cada pista nueva, cada contacto con otra familia representa un paso más en un camino que recorren juntas. Su lucha, nacida del dolor, se ha transformado en un movimiento que exige ser escuchado a ambos lados de la frontera.