Deporte

Bellingham canta el alirón

Por Agencias
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Diga 36, la Liga que se aseguró el Madrid a falta de levantar acta notarial. Fue tras un partido apasionante, roto, con aire de final. Un Clásico a la tremenda, el primero como titular de Lamine Yamal. Vendrán más, pero quién sabe si mejores. Fue el cuchillo culé que no abrió en canal a un Madrid fatigado, recompuesto atrás, pero resistente, encomiable, agarrado al oficio de Modric, al altísimo sentido del deber de Lucas Vázquez, energía renovable, y al acierto final de Bellingham, que puso la primera piedra del título en Montjuïc y la última en el Bernabéu. Definitivamente es el jugador de la Liga.

Quedó claro en el programa de la función: para el Barça era la guerra y para el Madrid, una batalla. Así que Xavi puso lo mejor que tiene y Ancelotti, lo más fresco. El Barça solo ajustó el centro del campo con Christensen, maniobra prudente que se llevó por delante a un Pedri aún fuera de punto. Y el Madrid compareció con una retaguardia que en agosto hubiese tenido la consideración de suplente de pies a cabeza, de portero a lateral izquierdo por seguir el orden clásico. La batalla de Mánchester mermó a Carvajal y Mendy más de lo anunciado y Ancelotti remendó el asunto con un extremo reciclado (Lucas Vázquez) y dos centrocampistas de gran cubicaje (Tchouameni y Camavinga). Rüdiger se vio rodeado de defensas impostados. Y volvieron a ser pareja Modric y Kroos, leyendas a menudo incompatibles por razones biológicas. El croata fue el de sus mejores días.

También quedó despejada una incógnita que siempre tiene guasa: Vinicius empezó en la izquierda y esta vez no mandó Xavi a Araújo a buscarle ahí. Y el Madrid matizó su dibujo: Kroos y Valverde doblando el eje y Modric y Bellingham más descolgados arriba.

Movimientos de pizarra que a veces los futbolistas convierten en papel mojado. El Madrid, que defendió con éxito 18 córners en Mánchester con un Lunin acertadísimo, se tragó un gol en el primero que le lanzó el Barça con una cantada del ucraniano. Raphinha enroscó su lanzamiento al segundo palo, el meta midió mal y Christensen se merendó a Kroos en el salto. Ahí no hubo ni pelea.

El estado de optimismo del Madrid, incluso por encima del de su hinchada, una rareza, acortó mucho el luto. El equipo de Ancelotti no se tomó a mal el gol y se fue a por el partido desde la posesión. Ahí radica su éxito en la temporada. Torea cada partido según conviene: a la carrera, en un encierro, desde el juego estático. En esa fase todo fue orquestado por Kroos y Modric, que fueron llevando al Barça contra Ter Stegen. A Vinicius, metido a nueve, se le fueron dos remates claros. Y a Lamine, que era una pesadilla para Camavinga (la baja de Mendy empezaba a ser crucial), le adivinó Lunin el amago de centro que acabó en remate.

Como buen Clásico, en un cuarto de hora el partido se coló en la sala del VAR. Cancelo patinó ante Lucas Vázquez y Cubarsí le derribó. Penalti solo discutido por Xavi que Vinicius convirtió en el empate. El Barça elaboraba poco, pero hacía una oportunidad de oro de cada córner. En uno pudo marcar Lewandowski. En otro quedó al descubierto ese empecinamiento tacaño de LaLiga por ahorrarse la tecnología del gol. Raphinha lanzó un balón raso, lo desvió de tacón Lamine y lo salvó Lunin vaya usted a saber dónde. El asistente dijo que sobre la línea. Ninguna cámara pudo atestiguarlo. El gol se quedó en fantasma. Un piscinazo posterior de Lamine Yamal mereció menos debate. En cualquier caso, en un partido abierto, el Barça había subido notablemente el volumen, disparando a Lamine y provocando el pánico en cada balón aéreo. Sin embargo, las mejores llegadas siguieron siendo blancas. La ida y vuelta era un espectáculo.

A Xavi se le rompió De Jong y aprovechó el viaje para quitar también a Christensen. Iba a gastar su última bala con Pedri y Fermín. En cualquier caso, el comienzo de la segunda parte sufrió una deceleración. El Madrid escapó mejor de esa primera presión del Barça porque Bellingham se retrasó y trajo oxígeno para Kroos y Modric. Sin embargo, esa creación de espacios no tuvo ningún efecto por la imprecisión de Rodrygo y Vinicius, desacertadísimos en el último pase. El Barça lo fiaba todo a Lamine Yamal, ese cuchillo que no perdía el filo. En su primera titularidad en un Clásico dejó el recado de que el Madrid tendrá década y media de trabajo para intentar frenarle.

Como nada se movía, Xavi lanzó el órdago final quitando a Lewandowski, decisión de alto riesgo medioambiental, pero lógica. También acertada, porque su relevo, Ferran, intervino decisivamente en el 1-2. Se cruzó en un remate inocente de Lamine, siempre Lamine, que despistó a Lunin; este rechazó la pelota hacia el pie de Fermín, que lo empujó a red. La segunda unidad metía al Barça en la Liga. Y la segunda unidad del Madrid le sacaba, porque sin tiempo para asimilarlo, Vinicius cruzó un balón de izquierda a derecha y allí apareció Lucas Vázquez para empalmarlo a la red. Cancelo estuvo de oyente en la jugada.

Ancelotti fue retirando a los fatigados, Vinicius incluido. Antes de salir perdió un mano a mano con Ter Stegen. Después, le leyó la cartilla Ancelotti por discutirle lo que no debe. El final del choque se llenó de agujeros. La paliza europea se había llevado por delante los repliegues. También la precisión de los atacantes. De todos menos de uno, Bellingham, que en el descuento, y a pase del impagable Lucas Vázquez, echó el telón de la Liga con su gol número 21 del curso. La última bala del Barça fue un tiro al aire.