Editorial: Una tragedia y un problema más grande

Por Carlos Hernández
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Es una pena la masacre que tomó la vida de 8 personas asiáticas la semana pasada cuando a un racista blanco, que ahora quieren vender como un alma en problemas, se le ocurrió que lo mejor para curar su adicción al sexo era “matar”, literalmente, al pecado.

Estamos en una era donde cada vez es más notable la división racial y política, debido al legado oscuro que dejo Donald Trump y sus secuaces cuando por cuatro años hicieron, a diestra y siniestra, lo que se les antojo para dividir a toda una nación.

Hemos sido testigos, así como todo el mundo, que los resultados de tan aberrante campaña populista del ex presidente republicano han llevado a idiotas extremistas, esos que idolatran a un tipo que vende una retórica basura como Trump, a quitarle la vida a ya más de 37 personas.

La masacre de Atlanta de la semana pasada, se suma a las del Walmart en Texas, a las de la iglesias en Luisiana y Misisipi, a las de la meca en Kentucky, donde todas tienen un factor común: las victimas y los victimarios.

Las víctimas todas son parte de una minoría, ya sea racial o religiosa, y el asesino siempre es un supremacista blanco.

Lo que sucedió en los cuatro establecimientos de masajes en Atlanta es imperdonable, y ojalá el culpable enfrente cadena perpetua con la pena de muerte en un par de años.

Si bien todos estamos conmovidos por esta tragedia, este también es el momento de hablar del “elefante en la sala”…

Me refiero a la operación de trata de personas que llevan los propietarios de estos burdeles disfrazados como “Spas”, donde miles de mujeres provenientes de Asia la gran mayoría, donde también hay latinas, son prostituidas contra su voluntad.

No me estoy inventando nada, algunos pensarán que estoy siendo muy crítico, pero la verdad es que hay que hablar las cosas como son.

Con una simple búsqueda en internet, puede encontrar los reportes de diferentes medios de cómo autoridades locales y federales cada 3 a 6 meses llevan a cabo operaciones de redadas, donde desmantelan a los explotadores dueños de estos lugares ilícitos, y muchos “clientes” son arrestados.

De todo es sabido que más del 80% de estos lugares de masaje, la mayoría localizados en pequeños centros comerciales de mediano a bajo perfil, donde quienes atienden apenas hablan inglés y de “Spas’ de belleza no tienen nada que ver, a diario las mujeres y hombres que ahí laboran pagan con sus cuerpos las deudas por haber sido traídos clandestinamente a Estados Unidos.

Muchas de las víctimas son traídas hasta en contenedores de barcos de carga de Asia, otras llegan con visados de turista, otras de la frontera sur, y por lo cual quedan debiendo a estas bandas de tráfico de personas de entre $25 mil a $50 mil.

Esto es una pequeña fortuna para todas esas pobres almas, a quienes en el anhelo por alcanzar el “sueño estadounidense”, se les convierte en una pesadilla que les roba casi toda la vida.

Historia diferente es el de los dueños de estos lugares, quienes tanto ellos como sus familiares conducen autos deportivos y lujosos importados carísimos, sus hijos atienden a las mejores escuelas y universidades privadas, y se jactan de una fortuna hecha a base del peor de los abusos, como lo es el esclavismo sexual.

Además, sí mucha de la comunidad sabe de estos lugares con “final feliz”, como generalmente se les conocen, créame que las autoridades también lo saben.

También es conocido que lamentablemente hay oficiales del orden corruptos, y que por algo será que hacen la vista gorda a este tipo de establecimientos.

Por eso sería ideal que de una vez por todas, las agencias del orden público locales, estatales y federales pusieran punto y final a esta red de tráfico humano y de prostitución.

Quién diría que pleno Siglo XXI en una potencia mundial como lo es Estados Unidos, con los avances científicos y tecnológicos más importantes del planeta, no se proteja la integridad humana básica de miles de victimas, de un tipo de esclavismo de las eras más antiguas y oscuras de la historia.