Por Agencias
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Un gol de Valverde en la prórroga mete al equipo de Ancelotti en la final de la Supercopa en un Clásico emotivo y agotador.
Decidió el contragolpe blanco ante una gran versión azulgrana.
La tabla no miente, pero exagera. El Madrid tiene a Vinicius y Benzema y el Barça, con el Ansu que viene y el Dembélé que se va, anda por detrás a una distancia que ya se mide en centímetros.
O en milímetros, como en Riad.
El Madrid fue mejor cuando corrió, en la primera parte, y sufrió cuando sus centrocampistas se enredaron en la presión culé, en la segunda y parte de la prórroga.
El Barça fue mejor con los jóvenes que con los veteranos, pero sólo le dio para mejorar su autoestima y revisar al alza sus previsiones.
Xavi ha ganado el relato. Ahora tiene pendiente ganar los partidos. Anda cerca.
Insólito fue el escenario y clásico el guión del Clásico.
Si el Madrid no corre, se muere de aburrimiento.
Disfruta cuando espera y sufre cuando le esperan.
Lo sabía el Barça y aun así le ofreció ese partido porque le puede el instinto.
La presión elevada, al hombre, en busca de la recuperación rápida; la apropiación debida del balón y esa paciencia para marear la perdiz hasta que la caza. Es la ley no escrita que se aplica, de generación en generación, de Cruyff a nuestros días.
Discutirlo es condenarse. En paciencia el Barça siempre ha goleado al Madrid.
La inmunidad azulgrana está en esa primera presión.
Si fracasa, la pierde porque queda muy desabrigado atrás, con demasiados jugadores por delante de la pelota. Y el Madrid tiene centrocampistas con buen pie y oficio para superar esas emboscadas.
Sucedió en el inicio, cuando el equipo de Ancelotti enlazó cuatro contras bien preparadas y mal rematadas por Benzema, Vinicius y Asensio (dos).
La apuesta de Xavi fue de altísimo riesgo: Alves, 38 años, frente a una centella, Vinicius, en una defensa de cuatro; y Ferran, recién salido del COVID y de una lesión, inscrito sobre la marcha, sin un solo partido de aclimatación, titular desde el comienzo.
Vinicius da primero
Un clima en el que el Madrid se sintió cómodo, tuvo tiempo y espacio y acertó en el quinto intento, en una jugada muy poco común.
Busquets, que ha hecho fortuna de su seguridad como coche escoba en el centro del campo, se durmió tras un envío sencillo de Araujo y le madrugó la pelota Benzema, que se ha reeducado como goleador pero no como recuperador.
El resto duró lo que un relámpago: pase profundo del francés y esprint y remate sobre la marcha de Vinicius.
La jugada fue un símbolo de los tiempos que corren en esta rivalidad centenaria: los jóvenes del Madrid han llegado antes y los veteranos se están yendo más tarde.
El brasileño celebró que Xavi no doblara la guardia sobre él como se presumía. También se esperaba una más nutrida representación de la granja de canteranos, pero a la hora de la verdad Gavi fue el único joven del once.
En cierto modo extrañó, toda vez que, por la excepcionalidad que vive el club, han tenido que saltar de La Masia a Vietnam sin escalas.
La respuesta azulgrana tuvo poco que ver con su catecismo y mucho con su extraño presente.
Luuk de Jong, ariete satanizado y rehabilitado a la fuerza, se acercó al empate en dos cabezazos sin colocación, pero acabó dando en el blanco.
Dembélé, ese extremo por cuenta ajena que de cuando en cuando, entre parte médico y parte médico, está a la altura de su precio, puso una pelota en el primer palo, Militao equivocó la orientación de su despeje y el rebote golpeó a Luuk de Jong y acabó en la red tras tocar en el palo.
Sin demasiada explicación, el holandés ha cambiado la calabaza por la carroza.
Cosa de magia.
Un final extremo
El gol fue un castigo a la falta de concreción del Madrid, que llegó mejor que remató, que corrió mejor de lo que pensó.
Porque a vuelta de descanso se dibujó otro partido. Xavi metió a Pedri y su impacto fue inmediato.
Al Barça le fue mejor en la presión y en la profundidad, también porque otro recién llegado, Abde, le dio otra banda.
En apenas diez minutos Dembélé dejó escapar tres oportunidades, todas claras, todas sin el lazo de la puntería ante un Madrid dormido, imprudentemente confiado.
El francés es la mejor arma de este Barça, su hecho diferencial. Justificó la súplica de Xavi por una renovación imposible.
A 25′ del final el Barça quemó su último cartucho, Ansu, el depositario de su futuro.
En ese terreno, el de dar un volantazo sobre la marcha, el Madrid anda en desventaja.
Gran parte de su banquillo anda entre oxidado y desanimado.
Su primer cambio estaba telegrafiado: Rodrygo por Asensio. Le dio un impulso a su equipo.
Un avance suyo culminó con una genialidad de Benzema, que con pies de bailarín se hizo sitio en el área para acabar mandando un gran remate al palo.
Y de inmediato el 1-2. Ter Stegen rechazó el primer remate del francés, incluso el centro de Carvajal, pero Benzema anda suelto y no perdonó a la tercera.
El Barça buscó un final loco, con una defensa de tres y con cuatro puntas (Memphis fue el último en llegar) y le salió.
Empató con un cabezazo de Ansu.
De sus goles va a vivir el equipo muchos años.
Incluso convaleciente es un cañón.
Era un todo o nada que aprovechó un Madrid dominado para rematar la faena en la prórroga con una contra de academia.
Casemiro la preparó y Valverde, decisivo también hace dos años en Arabia por aquella falta que valió más que un gol a Morata, la culminó.
Dos centrocampistas al frente de una manada frente a un rival a la desesperada.
Todo acabó como tantas veces, en manos de Courtois, salvavidas en partidos de foto finish.
Quién dijo que no hay porteros galácticos.