Por Agencias
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El equipo de Ancelotti, lanzado por Rodrygo y Vinicius, se sobrepone a un gol en el minuto 2′ y a un 2-3 en la segunda mitad, pero queda obligado a una gesta en Mánchester.
Fue un partido de muertes y resurrecciones, de centellas y meteoritos. Llovieron varios sobre el Madrid, también sobre el City, y la resolución del caso quedó para el Etihad, donde el equipo de Ancelotti queda obligado a otra gesta, esta vez sin la varita mágica del Bernabéu. Del choque debió salir más aliviado Guardiola, que vio cómo su equipo se vio a menudo a merced del vértigo de Rodrygo y Vinicius. Mató luego esas dos moscas a cañonazos. Y un cañonazo, de Valverde, dejó las cosas como estaban antes de empezar tras un pleito a la altura de los dos mejores equipos del mundo.
Como se esperaba desde la víspera, a Guardiola le quedó un City muy remendado. No arriesgó con Ederson, no se atrevió con el novato Rico Lewis, colocó dos centrales (Akanji y Gvardiol) en las bandas, adelantó a Stones e improvisó con Kovacic por una indisposición de De Bruyne, la madre del cordero de su equipo. Un cierto vuelco al once en contraste con un Madrid clásico, porque conviene ver ya a Tchouameni como un central. Al menos si alguien se pone en los ojos de Ancelotti. A los 39 segundos Grealish ya le había sacado la tarjeta que le impedirá jugar en el Etihad. Puede sucederle a cualquiera, pero suele sucederle más a quien juega fuera de sitio. No fue la peor noticia de la infracción. A la falta lejanísima el Madrid le puso una barrera de papel esperando el centro, pero Bernardo Silva disparó seco al primer palo, a Lunin le pilló en las nubes y al City le cayó un tanto del cielo. Con el giligol que desprecintaba el choque el Madrid entró en depresión y contagió al público, que no esperaba que tan pronto el partido le saliera rana.
La primera reacción
Se avecinaba lo peor, un central amenazado, un Madrid nervioso, un City aplicando el narcótico de la posesión. En esas Haaland tuvo el 0-2, pero Lunin puso la mano que blandeó en el 0-1 y de golpe apareció la sobrenaturalidad del Bernabéu. Camavinga tomó un balón en tres cuartos de campo e hizo un remate de brocha gorda que acabó en el empate tras roce envenenado en Ruben Dias. Fue el principio del deshielo.
Para entonces Ancelotti ya había tocado el guión: Rodrygo en la izquierda, Vinicius de nueve. Y sin pestañear, el segundo le mandó al primero un balón a la espalda de Akanji, que quedó liquidado en el esprint. Ya en el área Rodrygo pareció atarugarse, pero un toque final de recurso se escurrió entre su marcador y el portero y el balón traspasó la raya a paso de procesión. El mismo gol se vio hace dos años con Vinicius de homicida y Fernandinho de víctima. El Madrid ya tenía ese partido fuera de sus cabales que tantas veces le ha llevado lejos.
El City es un equipo de grandes apuestas. Se lo juega todo a la ratonera de la primera presión. Si alguien se escapa de ahí, y el Madrid tiene especialistas en deshacer nudos así, queda muy desabrigado atrás. Más si enfrente encuentra delanteros voladores. El Madrid tiene a los mejores. Vinicius y Rodrygo penalizaron extraordinariamente cada pérdida citizen. Algo parecido le sucedió al Barça en la Supercopa, cuando se abrió en canal con una línea tan adelantada sin defensas especialmente veloces.
Al margen de los brasileños y sus frecuentes llegadas, casi todas con peligro, todas anuladas por Ortega, el Madrid mandaba en el centro del campo con dos jugadores de aguas bravas, Valverde y Camavinga, y Rüdiger mantenía bajo arresto a Haaland. Aprendió cómo hacerlo el año pasado. Solo Bellingham parecía un vagón desenganchado. Al otro lado, el City triplicaba las pérdidas que acostumbra, recuperaba poco y tarde y no filtraba un balón al área.
A zapatazo limpio
Guardiola reajustó al equipo en el descanso, con Foden por fuera y Bernardo Silva, el mejor de los ingleses, por dentro, y se volvió más activo Grealish, pero cada acelerón del Madrid era un susto. Bellingham y Vinicius tuvieron el 3-1. El primero, haciendo claqué en el área hasta que apareció el hueco. El segundo, llegando a toda pastilla a un envío de Rodrygo. El City tenía la pelota, pero no tenía la razón. La mayor parte de sus remates en ese tramo llegaron de lejos, porque cerca de Lunin el Madrid se protegía bien. Lo ha hecho toda la temporada. Hay que mirar detenidamente ahí para explicar su éxito.
En cualquier caso, el partido estaba ya más en lo que decían los antecedentes, con una tenencia de balón de los ingleses más acusada. Y donde el Madrid había perdonado, no lo hizo Foden. Se vio sin vigilancia en la frontal y metió un zurdazo imparable a la escuadra. Eso también se había visto hace un año, aquella vez con De Bruyne en el gatillo. Incluso cuando no hay fútbol quedan los futbolistas y el canterano del City está en la temporada de su vida. El gol fue un martillazo en la moral del Madrid, al que le quedaban las ganas pero parecían no quedarle las fuerzas. Caído sobre la lona encajó un tercer tanto del mismo corte. Le cayó una pelota a Gvardiol al borde del área y aplicó un derechazo cruzado tan certero como el de Foden. Un premio tan inesperado como esos dos goles exprés del Madrid en la primera mitad.
Y de pronto, otro giro de guion. Este no fue una rareza. Vinicius templó desde la izquierda y Valverde reventó la volea desde la derecha para dejar un empate de pronóstico reservado. En Mánchester hará falta este Madrid y no el de hace un año. Y también un mejor Bellingham.