Por Luis A. Cervantes
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Durante la época del Virreinato, a la naciente ciudad de Córdoba, llegó una familia de mulatos provenientes de una de las islas del caribe mexicano. Anselmo y su joven esposa Caridad, querían forjar un mejor destino para sus dos pequeñas hijas Águeda y Aletha.
El visionario matrimonio invirtió todos sus ahorros en comprar un par de hectáreas de tierra y sembrarlas de café; en pocos años su finca se volvió la más prospera de la región, lo que despertó la envidia de Don Juan Segovia y de la Torre, gobernador de la provincia de la Villa Rica de la Vera Cruz.
El desgraciado gachupin ideó un maquiavélico plan, para apropiarse del prospero rancho de Anselmo, movió los hilos para que el jefe del Santo Oficio de la Nueva España, Monseñor Sandoval, acusara a la joven pareja de haber pactado con satanás, a cambio de conseguir prosperidad y riqueza.
En un rápido juicio amañado, fueron encontrados culpables y condenados a morir en la hoguera, las jóvenes hermana fueron enviadas a un orfanato, donde Aletha moriría poco tiempo después, al enfermar de neumonía y no ser atendida oportunamente.
Águeda cegada por el dolor y la sed de venganza, en la oscuridad de su habitación encontró quien la quisiera ayudar.
Así, 25 años después, una linda joven mulata llegó a la ciudad de Veracruz, era tal su hermosura que ningún hombre era capaz de ignorar su presencia; por docenas se contaban sus pretendientes, situación que aprovechaba para orillarlos a que hicieran su voluntad, y a menudo los alejaba del camino de la rectitud.
Ricardo, hijo primogénito de Don Juan Segovia, se enamoró perdidamente de la mulata el día que la conoció, gasto buena parte de su fortuna en regalos caros, y se sintió el hombre más feliz del mundo cuando ella acepto casarse con él.
El día de la boda, la coqueta mulata hizo su siguiente jugada, se las arregló para manipular a su cuñado Javier, quien segado por la lujuria, a mansalva asesino a su hermano, porque así se lo había pedido la ingrata mujer.
El iluso jovenzuelo no supo ocultar las huellas de su crimen, y una semana después fue condenado a la orca por el parricidio de su hermano mayor.
El viejo rabo verde de Don Juan Segovia, buscó consuelo a su luto en la alcoba de su nuera, en poco tiempo la mulata se dueño de toda la riqueza de la familia Segovia.
Cuando el decrepito anciano dejo de ser de utilidad, desprecio y humillación publica fue lo único que recibió, situación que lo llevó a una profunda depresión, y en un acto desesperado, cruzó la puerta falsa, colgándose del candelabro de su habitación.
Completada su misión en Veracruz, la mulata se dirigió a la ciudad de México, para enamorar al ahora arzobispo Sandoval, y después de sacarle todo su dinero lo exhibió públicamente como el patán que era, orillándolo a suicidarse, no sin antes revelarle quien era ella.
Cumplida su venganza, Águeda se fue a vivir a su hacienda de Córdoba, con el paso del tiempo la gente empezó a murmurar que no era normal que el paso del tiempo no se reflejara en el rostro de la joven Mulata, que a 20 años de haber llegado a la ciudad seguía viéndose prácticamente igual.
La presión popular provocó que fuera detenida por el Tribunal de la Santa Inquisición, acusada de practicar brujería, y de tener algún tipo de pacto demoniaco para mantenerse joven por siempre.
Fue llevada a una celda en espera de su ejecución, pero una noche solicitó que le llevaran un trozo de carbón, con el que dibujó un pentagrama y un macho cabrío.
A la mañana siguiente, los guardias sólo encontraron una celda vacía con un penetrante olor a azufre.