Por Redacción
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Hace un poco más de tres décadas, en la región Ciénega de Jalisco México, vivía un joven de nombre José de Jesús, al cual sus amigos apodaban Chuy.
Él nació en el seno de una humilde y amorosa familia, de su padre aprendió a ser gente de trabajo y responsable, mientras su madre le inculcó la empatía por los demás y lo alentó a ser un cristiano devoto.
A base de esfuerzo consiguió abrirse paso en la vida, entró a trabajar en una institución bancaria de la localidad, donde escaló posiciones hasta convertirse en subgerente de la sucursal; a pesar de sus responsabilidades laborales Chuy se daba tiempo para participar activamente en el grupo juvenil de la parroquia del pueblo.
Como era costumbre en la comunidad, cuando se acercaba Semana Santa, la iglesia organizaba una semana de ejercicios eucarísticos para jóvenes, con la finalidad de difundir el significado de la cuaresma.
El miércoles la responsabilidad de dar el tema recayó en Chuy, quien a conciencia estudió y subrayó los pasajes bíblicos sobre los cuales hablaría, y elaboró un par de cartulinas como material de apoyo.
Las campanas del templo indicaron que ya eran las 7 de la tarde, hora de que la plática empezara, pero Chuy no se presentó, sus compañeros improvisaron para salir con el compromiso. ¿Pero qué fue lo que pasó?
José asistió a una comida con potenciales clientes del banco, en un rancho cercano, la plática y un par de tragos lo hicieron perder la noción del tiempo, cuando reaccionó ya faltaban 20 minutos para la hora de su exposición.
De manera apresurada se despidió, corrió hasta su camioneta, y emprendió el camino hacia Poncitlán, pero a escasos 50 metros, en aquel solitario camino, se topó con una atractiva jovencita, vestida provocativamente, con el pulgar hacia arriba pidiendo aventón.
Movido por la empatía o la lujuria, se detuvo para preguntarle a dónde iba, coquetamente la chica le pidió la llevara a su casa, a las afueras de Zapotlán del Rey, sin pensarlo 2 veces Chuy le dijo que subiera.
Durante el trayecto, pensamientos impuros cruzaron por la mente del joven, quien puso en segundo lugar el compromiso que tenía que cumplir; mientras la chica le daba indicaciones por donde conducir, la plática se hacía más amena y subida de tono, hasta que lo guió a las afueras del pueblo.
Ahí fue donde José presintió que algo no estaba bien, cuestionando a su pasajera a dónde iba, porque de ahí en adelante ya no había casas, únicamente parcelas; lamiéndose los labios la mujer le dijo: “No tengas miedo, sigue manejando, no te arrepentirás”.
Acto seguido sacó la cabeza por la ventanilla, y empezó a gritar maldiciones contra su padre, después en un repentino cambio de humor la joven empezó a llorar, e intentó acurrucársele en las piernas, pero retrocedió cuando vio bajo el asiento una biblia.
Chuy frenó intempestivamente, un vacío en su estómago le advertía que estaba en peligro, pidiéndole que se bajara por favor, a lo que sarcásticamente su acompañante respondió con una voz macabra: “No te preocupes guapo, cuando lleguemos al infierno serás mi secretario”.
José se apresuró a tomar la biblia entre sus manos, y prácticamente a patadas sacó a la mujer del carro, la cual trató de jalarlo de un brazo dejándole claras marcas de quemaduras en su muñeca, mientras le decía: “No sabes de lo que te pierdes”.
El joven dio la vuelta, y antes de huir del lugar miró por el retrovisor, para darse cuenta de que no había rastro de la maléfica mujer, no paró hasta llegar a su casa y meterse en la cama empuñando un rosario y un recipiente de agua bendita.
Ahí fue donde entendió que la maldad está ahí afuera, más cerca de lo que creemos, por eso nunca debemos olvidarnos de las enseñanzas de los padres, y jamás poner en segundo lugar los compromisos con Dios.
