Por Luis A. Cervantes
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Hace algunas décadas las gotas de la desgracia mojaron las calles de la pintoresca comunidad salvadoreña de Suchitoto, el riachuelo de la ciudad de los pájaros y las flores de rojo esmeralda se tiño.
Era una fría noche invernal, cuando el joven Carlos Eduardo tuvo la mala idea de cortejar a una mujer casada, valiéndose de su facilidad de palabra y buena apariencia física, convenció a María Elena de acompañarlo a las afueras del pueblo.
La noche era perfecta, la melodiosa tonada de una orquesta de grillos ambientaba el lugar, una enorme luna reinaba en el estrellado manto celeste, Carlos astutamente llevó una botella de licor de nance, la popular chicha de nance, para conseguir que su conquista se desinhibiera más fácilmente.
Poco más de una hora de seducción fue tiempo suficiente para convencerla de serle infiel a su esposo, al concluir el acto de traición, la pareja se recostó al lado del río para disfrutar de la vista, sin el más mínimo sentimiento de culpabilidad.
La tranquilidad de la noche abruptamente fue interrumpida, los cantos de los grillos cesaron y de la nada aparecieron oscuros nubarrones, que en cuestión de segundos oscurecieron por completo la noche y una lúgubre niebla los envolvió.
Un ruido semejante a aplausos que poco apoco se fue intensificando, antecedió al aterrador sonido de estridentes y agudas carcajadas de La Tule Vieja.
La asustada pareja de infieles se pusieron de pie de prisa, pero antes de que lograran vestirse, fueron sorprendidos por la aparición de una mujer alta y esbelta, con descomunales senos, cubriendo parcialmente su rostro con su abundante y enmarañado pelo negro.
Ella tenía finos y delgados brazos blancos como marfil, enormes y retorcidas uñas adornaban sus dedos, siniestros y botados ojos rojos destellaban en las sombras, mientras mascaba bejucos con su descomunal y horripilante dentadura.
La extraña criatura se abalanzó llena de furia sobre Carlos, quien inútilmente trató de defenderse, pues la fuerza de la Sihuán era sobrenatural.
Practicante le arrancó sus partes nobles de un zarpazo, antes de desgarrar todo su cuerpo, provocándole una dolorosa muerte.
A María Elena no la tocó, pero el espectáculo que presencio fue tan desquiciante y grotesco que la pobre mujer instantáneamente perdió la razón, y su destino fue vagar por las calles del pueblo, conocida como “La Loca de Suchitoto”, hasta el día de su muerte.
Así fue como concluyó el desafortunado encuentro de la desleal pareja con la Sihuán (la mujer del agua), la diosa maldecida por Tláloc, condenada a errar por las márgenes de los ríos y montes, obligada a soportar la dolorosa pertinencia de golpear sus largas “chiches” contra las piedras al caminar, en castigo de su infelicidad.
Si cometes la tontería de ser infiel en los territorios de la Siguanaba, asegúrate de llevar en la bolsa izquierda de tu pantalón un trozo de tela roja, para inhibir la aparición del espíritu vengador.
Si eso no te funciona, entonces repite alguna de estas frases: “María, toma la pata de tu polluelo” o “Comadre, aquí está tu pequeño puro”, y si eso tampoco da resultado, corre lo más rápido que puedas o encomienda tu alma al eterno.