Latino que votó por Trump no creía en deportaciones masivas: ahora su restaurante sufre, pero sigue confiando en el presidente

Por Redacción
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Un año después, el panorama es radicalmente distinto. Las redadas y deportaciones masivas se han convertido en el eje más visible de la nueva política migratoria de Trump. Más de 500.000 personas han sido expulsadas desde enero, y el Gobierno ha anunciado que busca alcanzar el millón antes de que termine el año.

El restaurante de Francisco, Rancho Viejo, un local dominicano que lleva casi una década en el corazón de Allentown, ha sentido el golpe. Las ventas se han desplomado cerca de 35%. La clientela, antes constante y animada, ha disminuido. El miedo —dice— ha vaciado las calles y los salones.

Para muchos latinos como él, la promesa de prosperidad económica de Trump se ha visto eclipsada por el impacto humano de las redadas. El ambiente de incertidumbre ha alterado las dinámicas comunitarias y quebrado la economía de barrios enteros donde los inmigrantes —documentados o no— eran la base laboral y de consumo.

Allentown, una ciudad de Pensilvania donde más de la mitad de la población es hispana o latina, se ha convertido en un termómetro de ese cambio. El vecindario donde se encuentra Rancho Viejo antes bullía de actividad, con familias dominicanas, mexicanas y puertorriqueñas que llenaban los restaurantes y tiendas locales. Hoy, muchos prefieren quedarse en casa o han abandonado el estado.

“Nosotros como hispanos nos apoyamos, y dentro de los hispanos están los inmigrantes. El poco flujo de gente, el temor, claro que eso ha tenido mucho que ver”, explica Francisco.

El impacto no se limita a su restaurante. Comerciantes latinos de la zona han reportado caídas similares en sus ventas. En todo el país, la industria restaurantera enfrenta una crisis doble: la falta de mano de obra y la pérdida de clientela. Se estima que los inmigrantes indocumentados representan alrededor del 10% de la fuerza laboral del sector y que su gasto anual supera los 300.000 millones de dólares. Esa base económica se ha erosionado rápidamente con la ofensiva migratoria.

“Definitivamente debo reconocer que no tengo los recursos para sostener esta estructura a largo plazo”, admite Francisco. Las opciones que baraja son duras: cerrar, reducir personal o recortar costos.

Esa incertidumbre es común entre los pequeños empresarios latinos que confiaron en que el segundo mandato de Trump fortalecería la economía. Muchos de ellos —dueños de tiendas, panaderías o talleres— están viendo cómo la política migratoria federal asfixia las economías locales que alguna vez se presentaron como ejemplo del “sueño americano”.

Según la más reciente encuesta de AP-NORC de octubre, la desaprobación hacia Trump ha crecido entre los votantes latinos, en especial entre hombres jóvenes que lo apoyaron en 2024. El sondeo revela una caída de más de 10 puntos en el respaldo al presidente, mientras el 66% de los latinos ahora tiene una opinión desfavorable sobre su gestión.

Aun así, Francisco insiste en darle el beneficio de la duda. “Pienso que todavía el gobierno tiene tiempo de retomar y pensar un poco más en la humanidad”, comenta. “No tengo compromiso de apoyarlo, pero creo que puede reponerse y hacer un buen gobierno”.

Los efectos de las deportaciones se sienten más allá de las comunidades inmigrantes. Economistas advierten que las expulsiones masivas y los aranceles impuestos por la administración Trump están provocando una desaceleración general. La inflación volvió a subir, el mercado laboral muestra señales de debilidad y varios sectores —entre ellos el agrícola y el hotelero— reportan pérdidas por falta de trabajadores.

El propio Francisco lo nota en su entorno. “Hay gente que está colapsando”, dice con frustración. “Las pequeñas empresas necesitamos un gobierno más enfocado en la economía real, en lo que pasa en la calle, no solo en los grandes números”.

En Allentown, los restaurantes latinos se convirtieron durante años en espacios de integración y orgullo cultural. Eran más que negocios: puntos de encuentro donde se hablaba español, se compartían historias y se tejía comunidad. Hoy, esos mismos espacios reflejan la tensión que atraviesa el país.

Cada vez son más los empresarios que enfrentan un dilema moral y económico. Muchos, como Francisco, apoyaron a Trump por su promesa de orden, crecimiento y defensa de los valores tradicionales. Pero ahora lidian con las consecuencias de una política que está vaciando sus mesas y rompiendo familias.

Pese a ello, Francisco no reniega de su voto. Su fe en la capacidad del presidente para rectificar sigue intacta. “Es un gobierno que está todavía temprano, se pueden hacer muchísimas cosas, cambiar el rumbo. Hay esperanza”, afirma.

El restaurantero cree que Trump puede redirigir su administración hacia la recuperación económica. “Me imagino que él sabe en qué se basaba cuando pidió dos años para cumplir sus promesas. Es enfocarse un poco más, pero debe hacerlo antes porque hay desesperación económica.”

Esa confianza, pese a los reveses, simboliza la división que vive parte del electorado latino: un sector que se siente marginado por las políticas migratorias, pero aún cree que la mano dura puede traducirse en estabilidad.

Mientras tanto, los efectos económicos son innegables. Las deportaciones masivas han afectado la disponibilidad de trabajadores agrícolas, de construcción y de servicios, sectores donde la presencia latina es fundamental. El círculo se repite: menos trabajadores, menos consumo y, por tanto, menos ventas para pequeños negocios como Rancho Viejo.

A medida que el segundo mandato de Trump avanza, la tensión entre promesas de prosperidad y realidades económicas se profundiza. Francisco lo resume con resignación y esperanza: “Solo el tiempo dirá si nos equivocamos o si esta vez el presidente cumple lo que prometió”.