Por Agencias
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La Selección cae ante Marruecos en los penaltis, como sucedió hace cuatro años en Rusia.
El juego de los mil pases se estrella contra un muro.
Adiós al Mundial. Como hace cuatro años, en Rusia 2018, con la misma sensación de chocar una y otra vez contra un muro.
España perdió ante Marruecos y deja Qatar con una sola victoria (el 7-0 a Costa Rica) que nos hizo creernos reyes cuando, visto lo visto, solo éramos mendigos.
“El resultado me importa cero”, dijo Luis Enrique en la previa.
Esa frase suena ahora a epitafio. La Roja jugó mal y cayó estrepitosamente en los penaltis ante Marruecos, que hace historia en los Mundiales.
Nunca antes había llegado a cuartos de final. España, mientras, la España de los mil pases, debe retirarse un tiempo al rincón de pensar.
¿Qué es el estilo? En esas estábamos cuando nos pasó por encima un Mundial.
El partido fue duro y denso, como se esperaba, con Marruecos refugiada atrás sin apenas dejar espacios libres, con el balón eternamente en las botas de los jugadores españoles, y así fue.
Era el guion previsto y no parecía alterar ni a Luis Enrique ni a Walid Regragui. Se avecinaba un partido de largo aliento en el que las ocasiones de gol serían un bien preciadísimo.
La Roja, en esta ocasión vestida de blanco y celeste, como el Celta (ay, qué bien le habría sentado a Iago Aspas…), tenía un cometido prioritario: acelerar su ataque con movimientos de ruptura pues de lo contrario sufriría como le ha ocurrido ante selecciones blindadas atrás, véase Georgia, Suecia o Polonia.
El 4-1-4-1 de Marruecos era indigesto.
Sus jugadores no concedían ni un resquicio a una España que calcaba el once que goleó a Costa Rica con el único cambio de Marcos Llorente por Azpilicueta.
Uno veía el paso de los minutos, ahora el 10, luego el 20 o el 25, pero nada, ni una ocasión de gol, ni en una ni en otra portería.
Así que estaba claro que el peligro surgiría en un pequeño detalle, cualquier pifia.
Esta llegó al enfilar la media hora de juego, cuando Bono rifó un balón que propició el doble remate de Gavi y Ferran, aunque ambos quedaran posteriormente anulados por el banderín en alto del linier.
Marruecos también tuvo la suya en un zurdazo de Mazraoui tras un exceso de confianza de Ferran a la hora de sacar el balón jugado en la frontal del área española.
Unai Simón resolvió bien en lo que era su primera intervención seria.
Pero era un primer aviso de Marruecos, que poco a poco crecía gracias al orden que le otorgaba Amrabat y las internadas de Ziyech, que se bailó un agarrao durante todo el partido con Jordi Alba.
La solidaridad marroquí se traducía en las continuas ayudas de sus jugadores, que no daban un respiro a Gavi, Ferran o Asensio; cada vez que un jugador español driblaba a un rival y se giraba, se encontraba con otro.
Y con otro más. Aguerd disfrutó de otra ocasión de gol a punto de llegarse al descanso, un cabezazo que se fue por encima del larguero de Unai.
Y acto seguido, España sufrió otro sobresalto tras una cesión de Ziyech que afortunadamente no encontró compañero.
Era una manera de alcanzar el descanso con la sensación de que Marruecos ganaba a los puntos, estirándose como no lo había hecho en los minutos anteriores.
Tiempo para recuperar fuerzas, para que Luis Enrique analizara cómo encarar ese muro verdirrojo que hasta ese momento se mostraba infranqueable.
Sin embargo, el inicio de la segunda parte dibujó un escenario distinto, con Marruecos sin aprovechar la inercia de sus últimos ataques y echada aún más atrás.
Un doble cerrojo, en definitiva. La estadística nos daba dos golpecitos en el hombro y nos regalaba un dato revelador: el disparo de Olmo en el 55′, despejado de puños por Bono, era el primero entre los tres palos de la Selección española en todo el partido.
Luis Enrique entendió que la mejor receta para acabar con esa sequía era dar entrada a Soler y Morata en lugar de Gavi y Asensio.
Con el valencianista se gana, a priori, en llegada, aunque es cierto que Gavi se había erigido en esa segunda parte en un dolor de muelas para Achraf. Regragui reaccionó con minutos para Abde, el vertiginoso jugador de Osasuna, por Boufal.
Pero el resultado seguía inalterable y el partido adquiría minuto a minuto una pinta a prórroga indiscutible.
Marruecos parecía dar por buenos esos 30 minutos extra y retrasó diez metros sus líneas, con España metiendo una marcha más gracias a la entrada de Nico Williams.
Se dejó notar el del Athletic, encaró siempre, generó esos pases al área que hasta entonces solo habían sido una utopía. Pero tampoco por esa vía llegó el ansiado gol.
Estaba visto, el partido llevaba escrito en su frente la palabra prórroga desde que echó a andar.
Y así sucedió. Con ambos equipos sin moverse un ápice de su papel, con Marruecos blindada y España intentándolo, ya fuera por la derecha, con el citado Nico, o por la izquierda y el centro con la gasolina extra que aportaban Balde y Ansu Fati.
Pero ninguno de los tres amenazó seriamente al meta rival, algo que sí ocurrió con Cheddira, que tuvo en sus botas el 1-0 en el 104′ pero se encontró con la firmeza de Unai, que evitó el infarto en media España.
Quedaban aún quince minutos de escalofríos y, si nadie lo evitaba, la temida tanda de penaltis. Y a ella se llegó, con 1.019 pases de La Roja y el terremoto final de un disparo de Sarabia en el 123′ que tocó incluso en el poste derecho de la portería defendida por Bono.
La crudeza del fútbol quiso además que fuera el propio Sarabia, que había entrado en juego para afrontar la terrible tanda, el que errara el primero de los lanzamientos.
Después lo hicieron Soler y Busquets en un tormento que acabó con el penalti transformado por Achraf. Era el final. Un durísimo final.