Por Luis A. Cervantes
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Durante los últimos años de la década de los 70’s, Benjamín Hernández era un joven pasante de medicina, que por asares del destino se encontraba cumpliendo con su internado en el hospital civil de Guadalajara.
Era común que en los pasillos y cuartos del hospital se escucharan relatos tétricos, sobre la actividad paranormal que sucedía en el panteón de Belén, un viejo cementerio ubicado a espaldas del hospital.
Una tarde durante la hora de la comida, Mary la jefa de enfermeras tenía cautivados y emocionados a todos los internos presentes en el comedor, contándoles algunas de las múltiples leyendas del legendario camposanto.
Excepto a Benjamín, quien no podía ocultar su molestia, pues él se consideraba una persona inteligente, al ser un hombre de ciencia, pensaba que todos aquellos que creían en historias de fantasmas eran tontos o al menos ignorantes.
Así que no dudo en pedirle a la señora Mary, que por favor no contara tontas y fantasiosas historias de aparecidos en su presencia.
La enfermera quizás un poco molesta le respondió: “No muchacho, no son tonterías, mi padre durante mucho tiempo fue velador de ese cementerio, y él aseguraba que no solo las almas de los difuntos recorren el lugar, sino que hay una presencia malvada y siniestra paseándose por los lúgubres andadores, durante las noches”.
Aquella afirmación desato un acalorado debate sobre el tema, el cual concluyó con las siguientes palabras de Benjamín.
“Les voy a demostrar a todos ustedes, que todas esas historias no son más que patrañas, les apuesto un par de botellas de tequila, a que a las 12 de la noche salto la barda del panteón, y lo recorro de lado a lado, sin toparme con ningún espanto o fantasma.”
Inmediatamente uno de los médicos presentes acepto la apuesta; acordaron que Benjamín tendría que llevar consigo un clavo, un martillo y una hoja de papel firmada por el doctor, para clavarla al fondo del panteón y por la mañana todos irían a comprobar si el reto había sido cumplido o no, finalmente ambos estrecharon la mano, sellando el reto.
Al final del turno una veintena de personas, entre enfermeras, camilleros y doctores, acompañaron al intrépido joven hasta la entrada del panteón.
Cuando las campanadas de la catedral indicaron que había llegado la media noche, Benjamín hábilmente salto la barda y emprendió su recorrido, las miradas expectantes de sus compañeros, vigilaban su andar desde la reja principal, hasta que la bata blanca del joven médico se predio entre las tumbas.
El tiempo pasaba y Benjamín no regresaba, después de 40 minutos la emoción se trasformó en ansiedad y al cumplirse una hora llego la preocupación; 6 de los presentes se armaron de valor y saltaron la barda para ir en busca de su amigo.
Cuando llegaron al final del panteón lo encontraron desmayado en el suelo, lo curioso era que su bata estaba clavada a la paren junto con el papel firmado.
Un par de cachetadas fueron suficientes para despertarlo, después de una breve revisión, y no encontrar ningún daño físico, determinaron que la salud de Benjamín era buena y en medio de burlas abandonaron el panteón.
Pero al correr de los días, Benjamín se dio cuenta que no era un par de botellas de tequila lo que había perdido, la pérdida de su salud mental, fue el costo real de su tonto desafío.
Pues desde aquel día jamás consiguió volver a dormir de manera tranquila, horribles pesadillas a diario aparecían en cuanto cerraba los ojos.
¿Qué fue lo que vio ahí adentro?… Es algo que nunca se sabrá, nunca tuvo el valor para hablar con alguien sobre el tema.
En un par de años fue diagnosticado como esquizofrénico y encerrado en un manicomio por el resto se sus días.
Aprende en cabeza ajena, no tientes a lo sobrenatural, porque el precio a pagar podría ser demasiado costoso.