Venezolanos luchan a diario para alimentar a sus hijos en medio de la crisis

Por Redacción
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A sus 51 años, Chirino debe estirar esas raciones durante varios días. Sus tres hijos adolescentes —que duermen, estudian y rezan con hambre— dependen de ello. Millones de familias en el país enfrentan la misma lucha diaria.

El colapso económico, las sanciones de Estados Unidos, la caída de la ayuda extranjera y los recortes de subsidios han dejado a 8 de cada 10 venezolanos en la pobreza, según estimaciones independientes. Entre todas las carencias, la comida es la necesidad más urgente.

En el estado de Falcón, donde antes las refinerías de petróleo sostenían empleos bien remunerados, residentes relatan que piensan en los alimentos cada día: cómo comprarlos, cuánto pagar y dónde conseguirlos. Expertos señalan que, aunque no se proyecta un escenario de hambruna generalizada, la inseguridad alimentaria crónica tendrá consecuencias graves en la salud física y mental de la población.

Padres, maestros y líderes comunitarios afirman que la comida está fuera del alcance de muchas familias, con los niños como los más afectados. Algunos se acuestan temprano para evitar los dolores de hambre, otros faltan a clases y no pocos se pelean por los platos en los comedores sociales.

La familia de Chirino teme que sus hijos revivan la desnutrición que azotó al país entre 2016 y 2018. “¿Qué vamos a comer mañana?”, le preguntan a diario. El desayuno suele ser pan con una bebida azucarada; el almuerzo, arroz con frijoles; y la cena, si hay suerte, carne enlatada compartida. La proteína animal, advierten médicos, es lo primero que desaparece de la dieta de los hogares pobres, dejando secuelas en el crecimiento y el aprendizaje de los menores.

Las escuelas, que antes garantizaban un almuerzo diario, hoy carecen de insumos. Cocineras reportan que los niños piden repetir o llevar comida a casa. Cuando llegan los suministros del gobierno —pollo congelado, arroz, pasta o sardinas—, estos resultan insuficientes.

La crisis económica se agrava con un salario mínimo estancado en 0,90 dólares al mes, muy por debajo del umbral de pobreza extrema definido por la ONU. Mientras tanto, la canasta básica de alimentos supera los 500 dólares, según el Observatorio Venezolano de Finanzas.

El debilitamiento del bolívar obliga a las familias a comprar fiado en bodegas de barrio. Quienes están inscritos en programas de subsidios gubernamentales reciben raciones irregulares y escasas. A esto se suma la reducción de la ayuda del Programa Mundial de Alimentos, que pasó de atender 20 días al mes en las escuelas a solo 8, debido a problemas de financiamiento.

En medio de estas carencias, los comedores comunitarios administrados por iglesias ofrecen un alivio temporal. En uno de ellos, Chirino rechazó su ración para no quitarle la comida a un niño, hasta que una cocinera le entregó una arepa al final. Compartió la mitad con su hijo José, aún hambriento.

Para ella, como para millones en Venezuela, cada día comienza y termina con la misma pregunta: cómo conseguir comida suficiente para sobrevivir.