Por Alíz Ruvalcaba-Ventura
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Me siento muy honrada y agradecida por tener un espacio de nuevo en este medio después de unos meses de ausencia.
Confío en que El Latino será un vínculo importante para la unión de nuestra comunidad en la Costa Central y le deseo la mejor de las suertes a su editor, a todo el equipo de colaboradores y principalmente a ustedes nuestros lectores junto con los que me embarco en esta nueva travesía.
Así, estoy de regreso en ésta columna llena de esperanza, alegría, y energía disfrazada de ojeras y noches en vela ya que, como lo habrán notado en el cambio del título, estoy aprendiendo a ser mamá… una vez más!
En Febrero de éste año mi familia de tres se convirtió en familia de cuatro al recibir en nuestro hogar y corazones a Padme Valentina, mi chiquita ha sido una gran bendición para todos nosotros y con ella han llegado nuevos retos, nuevos aprendizajes y sobre todo nuevas aventuras.
Durante mi embarazo me reconfortaba pensar que al menos ya lo había vivido todo antes, era cosa de retomar el camino ya empezado y la palabra “fácil” incluso cruzó por mi mente… oh gran equivocación la mía! Bebé nuevo, mamá nueva.
Padme Valentina llega a una familia donde es la hermana menor, donde su mamá y papá (aunque los mismos seres humanos) son otros papás que los que tuvo Leonardo; Lenny me hizo nacer como mamá por primera vez y Padme ahora lo hace de nuevo pero de una manera completamente distinta a su hermano, y eso es lo lindo…
Inicio esta nueva etapa conociendo y creyendo una vez más en el amor puro, amor verdadero, amor incondicional; creo que es válido el utilizar la palabra enamoramiento cuando me refiero al vínculo tan cercano que están formando Lenny y Valentina.
Ellos son la felicidad del uno para el otro y el cariño que se demuestran a diario me hace sentir plena y que, de una u otra manera, algo debo estar haciendo bien como mamá para tener como resultado dos hijos felices y amorosos.
En esta transición no todo ha sido color de rosa, cada uno de esos momentos va acompañado de un aprendizaje y esos aprendizajes muchas veces ocultan mi sentido de culpabilidad.
Estaba 100% segura de que quería tener un segundo bebé, Henry lo quería también y sabíamos que era la mejor decisión para nuestra familia, pero a pesar del amor y convencimiento que tenía no podía dejar de sentirme culpable de robarle esos últimos momentos de atención completa a Leonardo.
Sentía que mi egoísmo de esperar con ansia un nuevo ser, iba a cambiar el mundo de Lenny por completo, ya nunca más sería hijo único, ahora debía de aprender a compartir su mundo, su espacio, su papá y su mamá y me dolía, ¿cómo aprendería él a hacerlo si yo no sabía como enseñarle?
Cada cambio va acompañado de incertidumbre y esos miedos que limitan; mi embarazo estuvo acompañado de muchos de ésos, además de muchas noches de insomnio, de dormir en el sillón para poder respirar, de náuseas y de mucha fruta con sal y chile…
y la marea bajaba cuando sentía mi pequeña acróbata patear dentro de mí, Padme tenía una manera muy sutil (encajando su codo en mi costilla) de recordarme que todo estaba bien, que yo soy una persona fuerte y que estaba siendo testigo una vez más de la experiencia de ser parte de la vida, y que la vida vivía dentro de mí.
Me divierte la ironía de ir caminando por la vida pretendiendo que le enseño a mis hijos, cuando en realidad siento que ellos me enseñan tanto a mí, día a día sus ojos, sus miradas, sus sonrisas, sus llantos y necesidades son una página nueva en este libro de mi aprendizaje.
Les invito a que me acompañen, se suban a este tren de la vida conmigo y juntos seamos testigos de como mis teorías acerca de criar a los hijos y ser una mamá perfecta se van desmoronando poco a poco al convertirme en esa mamá, que siempre dije… ¡nunca sería, la mamá perfectamente imperfecta!
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