Por Agencias
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Dos goles de Richarlison, el segundo para la historia de los Mundiales, abrillantan el estreno de la canarinha. Serbia empezó firme y acabó a un paso de ser goleada.
Es difícil estar en el pellejo de Brasil en un Mundial. Se le pide que gane y que divierta. Si falta lo primero, fracasa.
Si no acompaña al triunfo de magia, se traiciona. Del primer ensayo salió ilesa. Superó a Serbia con autoridad, hizo el gol del campeonato y no hubo noticias relevantes en su área, ese desagüe por el que se le han ido muchos torneos.
A la selección de Stojkovic se le marcharon el orden y las fuerzas en la segunda mitad. Empezó firme y acabó al borde de la goleada ante una selección en la que Vinicius estuvo en el centro de todas las operaciones.
Tite ya sabe que es intocable.
Serbia tiene trampa. Se corre el riesgo de tomarle la temperatura por el lado del palmarés, que está muy por debajo de su momento actual. Porque ahora muerde, incluso en campo adversario.
Así salió a por este Brasil de Tite, que pretende hacer sostenible un once de cinco violines (de atrás hacia adelante, Paquetá, Raphinha, Neymar, Vinicius y Richarlison) y un solo tambor (Casemiro). Mucho pincel y poca brocha.
Ahí está la grandeza y la miseria de la canarinha: nadie está más obligada a ganar, nadie está más obligada a lucir. Y más de una vez ha muerto por empacho de virtuosos.
Serbia supo buscarle, de salida, las flaquezas. Uno de sus tres centrales, Milenkovic, se fue a por Vinicius, uno de los pocos jugadores subversivos del campeonato, y el equipo resistió la tentación de hundirse atrás, aunque después acabara haciéndolo, más por necesidad que por convicción.
Era un plan que exigía mucho trabajo y un estado físico impecable. El que no tenían Kostic ni Vlahovic, dos de sus cañones, que han llegado a Qatar con alfileres.
Sin ellos, se apuntó a la resistencia y esperó que la victoria le cayera del cielo, literalmente, con Mitrovic, que cabecea hasta un satélite.
Raphinha, sin puntería
Así que durante gran parte de la primera mitad los vigilantes pudieron a los asaltantes. Neymar buscó el gol olímpico y Casemiro lo hizo desde más de veinte metros. Acercarse más a Rajkovic resultaba casi imposible. Estuvo cerca de hacerlo Vinicius, tras pase vertical de Thiago Silva, pero el menor de los Milinkovic-Savic, orensano por accidente, llegó una décima antes.
Con el paso de los minutos a Serbia le costó más sostener la muralla, incluso por el centro, la parte más fortificada de su zaga.
Neymar y Raphinha abrieron algún boquete aunque faltó el acierto en el remate, sobre todo el caso del blaugrana, que en posición envidiable perdió su ventaja con un tirito sin fuerza ni colocación.
Milenkovic también le limpió un balón a Vinicius sobre la bocina.
El gasto de Brasil, en cualquier caso, estuvo muy por encima de sus verdaderas oportunidades de marcar.
El asunto dependía de Neymar más que de ningún otro y no encontró la salida de ese laberinto.
Una obra de arte
Sin embargo, a Brasil siempre le queda una marcha más. Y la metió en la segunda mitad, cuando las piernas serbias comenzaron a flaquear.
La selección de Tite encontró los flancos y fue acercándose al gol: Raphinha perdió un mano a mano, Neymar empaló mal una volea, Alex Sandro mandó un zapatazo al palo y, finalmente, Richarlison adelantó a la canarinha al aprovechar un rechace del meta serbio tras disparo de Vinicius.
Solo entonces Dragan Stojkovic llegó a la conclusión de que siempre es mejor tener goleadores que no tenerlos y metió un volantazo en su once.
Entraron dos puntas, Lakovic y Vlahovic, y reformuló el dibujo. Una deriva hacia el 4-3-3 y un equipo de perfil más montañoso.
En dos corners se acercó al empate. Si la pelota volaba, Brasil temblaba. Aquel suspense duró hasta que Richarlison hizo el gol del Mundial, o de varios Mundiales. Vinicius metió un balón en el área y el ariete brasileño levantó la pelota con la izquierda y la empalmó de media chilena con la derecha en soberbia acrobacia.
Ahí se rindió Serbia, que con un equipo reformado para la remontada se vio al borde de la paliza. Su portero tuvo un final heroico, hecho que explica la superioridad brasileña.
A campo abierto, los balcánicos fueron presa fácil.
Casemiro mandó al larguero una rosca de alta precisión, Fred acrecentó los méritos de Milinkovic-Savic y hasta Rodrygo tuvo el tercero. La felicidad no fue completa. Neymar se fue con un esguince tobillo alarmante.
Un problema que, viendo su compañía, tiene solución.