Por Agencias
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Un estudio calcula que si se minimizase el estrés en el trabajo se podrían evitar el 18% de los trastornos depresivos.
La buena salud mental es una especie de puzzle formado por piezas genéticas y ambientales.
Algunas ya vienen de serie, como la mayor o menor predisposición genética a sufrir algún problema mental; y otras, se construyen con el tiempo, a través del entorno en el que vives, la familia que te toca, la relación con los demás, la situación económica, el trabajo o los sucesos traumáticos que puedan surgir.
Una amalgama de factores definen la buena o mala salud mental de cada uno, pero no todos juegan el mismo papel.
El estrés laboral, por ejemplo, pesa en la depresión y, según un estudio publicado en la revista Molecular Psychiatry, si se minimizase este factor de riesgo, se reduciría un 18% los casos de trastornos depresivos.
Celso Arango, jefe de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y autor del estudio, expone que, de entrada, el estrés es algo positivo para el organismo, es la reacción ante una alerta y el cuerpo humano está acostumbrado a él.
Pero todo tiene su medida.
“El estrés aumenta el cortisol, que es neurotóxico. El estrés crónico, mantenido, acaba produciendo insomnio, ansiedad y cuadros depresivos”, explica el médico, que también es presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.
El estudio, que hace una revisión de la literatura científica disponible sobre el papel de los factores de riesgo modificables, calcula qué porcentaje se podría evitar si un factor de riesgo clave desapareciese.
Depende, en cada caso, de la enfermedad y las circunstancias. La investigación calculó, por ejemplo, que, si se evitaran las “adversidades infantiles”, como los abusos o el maltrato en la infancia, se reduciría un 38% los casos de esquizofrenia.
Y si se practicase ejercicio físico de forma adecuada y constante, “se reduciría un 15% los casos de alzhéimer en el futuro”, apunta Joaquim Raduà, investigador del Institut d’Investigacions Biomèdiques August Pi i Sunyer (Idibaps) del Hospital Clínic de Barcelona y autor también de estudio.
Pese a las limitaciones de la investigación —puede haber sobreestimaciones o subestimaciones en la prevalencia de factores de riesgo y “la eficacia en el mundo real de las intervenciones preventivas específicas dirigidas a estos factores debe demostrarse”, admiten los autores—, Raduà asegura que el estudio sirve para demostrar, por un lado, que los factores sociales solo explican una parte de los problemas de salud mental —”A veces, hay un reduccionismo de que todos los trastornos mentales son por temas sociales y no es así; influye la genética, el ambiente y la interacción entre ambos”—. Pero, a su vez, Raduà insiste en que “si se pudiese actuar sobre estos factores, se podrían evitar casos”.
Arango admite que los cálculos son “utópicos” porque “uno no puede quitarlas del todo”, no puede borrar del mapa al 100% esos factores de riesgo, pero sí reducirlos. “Si conseguimos reducir el estrés laboral al 50%, habría un 8% menos de patología depresiva”, ejemplifica.
El estrés daña la salud. De hecho, la Organización Mundial de la Salud ya incorporó el síndrome de desgaste profesional (burnout) en la última actualización de la Clasificación Internacional de Enfermedades como un problema relacionado con el trabajo.
Toni Corominas, vocal de la Junta Directiva del Clúster de Salud Mental de Cataluña y director de la Cátedra de Salud Mental de la Universidad de Vic, explica que las bases del burnout son tres: “Por un lado, hay un cansancio emocional y físico, como una sensación de carga y agotamiento ante las exigencias de la tarea; también hay una despersonalización, de manera que los trabajos se hacen de forma fría e impersonal porque esa persona no se siente a gusto con su rol; y, en tercer lugar, existe una falta de realización personal en el trabajo”.
Como en una especie de tobogán, ese burnout incipiente puede desencadenar un trastorno de ansiedad o depresión.
Aparte de los factores de vulnerabilidad innata, explica Corominas, hay factores acumulativos: “Estos empiezan por una negación, cuando cuesta hablarlo, porque hay un estigma todavía para decir que uno se siente mal. Y luego entras en esas conductas que complican más la cosa: en vez de hablar, pasas a una actitud pasiva, no valoras las nuevas oportunidades como factor de motivación de cambio y entras en esa pendiente”.
Después de un tiempo en esa cuesta abajo, con una sensación de desánimo y falta de placer o capacidad de disfrutar de las cosas que antes generaban un gusto, describe Corominas, el camino se enfila hacia la depresión.
“A esto se le acompañan otros síntomas como la alteración del sueño, el apetito o la líbido, el cansancio y alteraciones del rendimiento. Este cuadro, que podría ser inicialmente reactivo [a la situación laboral], puede pasar a convertirse en una depresión mayor: los síntomas se agravan con una sensación de desesperanza e impotencia, no ves arreglo al tema”.
Prevención
Todo ese tobogán, eso sí, se puede prevenir. Hay que anticiparse, de hecho.
“Cuando notas que tienes un problema, hay que iniciar una conversación asertiva, con los superiores o los compañeros, hay que crear espacios de encuentro para analizar lo que está pasando”, apunta Corominas. Siempre que sea posible, claro.
Descansos temporales, entornos laborales amables o facilidades para conciliar con las cargas familiares, apunta Arango, son algunas opciones para mejorar la gestión del estrés laboral.
Las empresas, por su parte, aunque más concienciadas, todavía tienen tareas pendientes, apunta Corominas: “Desde que se puso en marcha la ley de prevención de riesgos laborales, en los años noventa, menos del 1% de las empresas han implementado planes de prevención psicosocial. Ha sido la gran asignatura pendiente”.
A través del Clúster de Salud Mental, los expertos han desarrollado guías de manejo de la ansiedad, para afrontar el estrés, de gestión emocional y de abordaje de la alteración del estado de ánimo y conductas adictivas.
Corominas remarca unas señales de alerta para cuando ese estrés laboral empieza a complicarse. Una de ella, dice, “el retraimiento”, cuando una persona se aísla o no se atreve a comunicar o expresar sus sentimientos. También pone el foco en una eventual “alteración del patrón habitual del sueño u otros hábitos cotidianos”.
Otro aviso es la “magnificación de los problemas” y, por último, “el sentimiento de culpa, cuando se atribuye todos los males”. “Ojo con la culpa porque, a veces, es otro engaño de la mente cuando estás con el chip depresivo”.