Por Ricardo Santana Velázquez
Cónsul de México en Oxnard
Cada noviembre, la comunidad mexicana revive una de las tradiciones más entrañables de nuestra cultura: el Día de Muertos.
Esta celebración, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, trasciende el tiempo y las fronteras.
En cada altar, en cada vela encendida y en cada flor de cempasúchil colocada con cuidado, late la memoria de quienes nos precedieron y el orgullo de nuestras raíces.
Para las y los mexicanos que viven en el exterior, el altar de muertos adquiere un significado aún más profundo.
No solo representa la conexión con los seres queridos que partieron, sino también un vínculo con la tierra natal.
En muchas comunidades migrantes, montar un altar se ha convertido en un acto de resistencia cultural, una forma de reafirmar la identidad y transmitir a las nuevas generaciones nuestras tradiciones.
UN PUENTE ENTRE MUNDOS
El altar es, por esencia, un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Pero en el contexto migrante, también es un puente entre el “aquí” y el “allá”, entre el país que se habita y el que se lleva en el corazón.
Cada elemento del altar tiene un propósito y un simbolismo profundo. Las velas iluminan el camino del regreso de las almas; el agua calma su sed después del largo viaje; el pan de muerto y los alimentos representan la generosidad y la abundancia; el cempasúchil guía con su color y aroma el reencuentro entre mundos.
En los altares instalados fuera de México, estos elementos se mezclan a veces con detalles locales, flores distintas, velas de otros colores, ingredientes regionales, creando un diálogo cultural que enriquece la tradición sin perder su esencia.
IDENTIDAD QUE FLORECE LEJOS DE CASA
Para miles de familias mexicanas en California, en Estados Unidos y en muchas otras partes del mundo, el Día de Muertos es también una oportunidad para enseñar a sus hijos el valor de las raíces.
Los altares instalados en hogares, escuelas, centros culturales y consulados se convierten en aulas vivas donde los más jóvenes aprenden sobre la historia familiar, las costumbres y los símbolos que conforman nuestra identidad.
En cada ofrenda hay una historia de migración, de esfuerzo y de esperanza.
Las fotografías colocadas en los altares muchas veces no solo muestran a los abuelos o a los antepasados, sino también a familiares que partieron sin poder regresar, a amigos que fueron parte de la vida comunitaria o a líderes que dejaron huella en la diáspora mexicana.
En este sentido, el altar de muertos se convierte en un acto de memoria activa, una afirmación de que quienes migraron no olvidan su origen, sino que lo transforman en una fuente de fortaleza y pertenencia.
TRADICIÓN QUE TRASCIENDE FRONTERAS
En ciudades como Oxnard, Santa María o Santa Paula, los altares de muertos han encontrado nuevos espacios de expresión.
Las escuelas, bibliotecas, iglesias y centros comunitarios los exhiben como parte de un esfuerzo por compartir la riqueza cultural de México con otras comunidades.
Estas manifestaciones, que antes eran exclusivamente familiares, hoy forman parte del paisaje multicultural que caracteriza a California.
Cada altar que se levanta fuera de México es una ofrenda doble: una para los difuntos y otra para la memoria colectiva del pueblo mexicano.
Al compartir esta tradición con el entorno local, las y los migrantes contribuyen a tender puentes de entendimiento y respeto entre culturas.
UN MENSAJE DE VIDA
Más allá del simbolismo religioso o místico, el Día de Muertos es una celebración de la vida.
Nos invita a recordar que la existencia está hecha de ciclos, de encuentros y despedidas, de afectos que permanecen. Montar un altar es reconocer que la muerte no es el final, sino una continuidad de la memoria y del amor.
Para el Consulado de México en Oxnard, acompañar estas expresiones culturales significa fortalecer los lazos con nuestra comunidad migrante.
Cada altar que se construye, cada historia que se comparte y cada flor que se coloca es una forma de mantener viva la herencia que nos une.
