El temor por los sismos regresa cada 19 de septiembre a la Ciudad de México

Por Redacción
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El origen de esa fecha dolorosa se remonta a 1985, cuando un terremoto de magnitud 8.1 devastó la ciudad a las 7:19 de la mañana. Los registros oficiales hablan de al menos 12,000 muertos, aunque la cifra real nunca se supo con certeza. Los escombros no solo dejaron dolor y desolación, también dieron paso a un cambio profundo en la manera en que México entiende y gestiona los riesgos sísmicos.

La tragedia del 85 marcó un parteaguas. Surgió una cultura de protección civil, se implementaron normas más estrictas de construcción y nacieron sistemas de alerta que hoy forman parte de la vida cotidiana. En 2004 se instauró el simulacro anual, una práctica que busca preparar a la población y que cada año coincide con la fecha del desastre.

El trauma colectivo se reavivó en 2017, cuando otro sismo, esta vez de magnitud 7.1, volvió a golpear exactamente el mismo día. El epicentro tan cercano impidió que sonaran las alarmas, y el saldo fue de casi 400 muertos. La tragedia expuso nuevamente la fragilidad de los edificios y la persistencia de malas prácticas que provocaron pérdidas evitables.

Hoy, a 40 años del primer gran sismo y ocho del segundo, la fecha mantiene viva la angustia. No es raro escuchar que el 19 de septiembre “siempre tiembla”, aunque los científicos lo atribuyen a coincidencias. Lo cierto es que el día se ha convertido en un recordatorio de la vulnerabilidad y de la necesidad de estar preparados.

Entre las imágenes más recordadas de 1985 está la del Hotel Regis reducido a escombros. Aquel lujoso edificio de principios del siglo XX, símbolo de la vida política, social y cultural de la capital, desapareció en segundos. En el lugar donde estuvo, hoy se levanta la Plaza de la Solidaridad, rodeada de comerciantes ambulantes y cargada de simbolismo. El nombre no es casual: evoca a los miles de ciudadanos que salieron a las calles a ayudar en los días más oscuros.

Otra historia que marcó la tragedia fue la del Hospital Juárez, donde una torre de 12 pisos colapsó sin previo aviso. Enrique Linares, entonces un joven universitario, recuerda haber visto cómo la nube de polvo cubría el lugar mientras médicos corrían cubiertos de tierra. Tras días de rescate, varios recién nacidos fueron encontrados con vida. Conocidos como los “bebés milagro”, se convirtieron en un símbolo de esperanza en medio de la catástrofe. Décadas después, series de televisión mantienen viva su memoria.

El sismo también expuso las condiciones de explotación laboral en fábricas textiles. Gloria Juandiego, quien tenía 65 años al momento de recordar los hechos, señaló que primero se escucharon los gritos de las costureras atrapadas entre los escombros. La desesperación aumentó cuando los militares tardaban en responder a las súplicas de rescate. Mientras tanto, los dueños de las fábricas priorizaban sacar maquinaria y cajas fuertes antes que salvar vidas.

“Los cuerpos eran aventados en camiones”, relató Juandiego. Muchas de las trabajadoras, que laboraban más de 12 horas diarias en condiciones precarias, murieron sepultadas. De esa indignación nació el Sindicato 19 de Septiembre, un movimiento que buscaba dignificar el trabajo de las costureras. Tristemente, en 2017, otra fábrica textil colapsó bajo circunstancias similares, recordando que las lecciones de 1985 no habían sido del todo aprendidas.

El terremoto también dio origen a los Topos, un grupo de rescate voluntario que nació de jóvenes inexpertos que, con latas de sardinas y sus propias manos, removían escombros para buscar sobrevivientes. Francisco Camacho, hoy director de la organización, recuerda cómo trabajaban en cadena y cómo el tenor Plácido Domingo se unió a las labores, inspirando el nombre del grupo al compararlos con topos que se metían por túneles improvisados.

Actualmente, los Topos cuentan con más de 1,200 integrantes que se entrenan cada semana y han participado en rescates en 32 países. Para Camacho, el grupo es orgullo y dolor a la vez, pues aún guarda la memoria de aquellos cuerpos alineados en el estadio de béisbol capitalino tras el sismo de 1985.

A pesar de los avances en sistemas de prevención, la percepción ciudadana está marcada por el miedo. Cada 19 de septiembre, las calles de la capital se llenan de nerviosismo mientras se realizan simulacros. Algunos lo toman con humor, otros con seriedad, pero la mayoría comparte la misma sensación: el recuerdo de que la tierra puede volver a temblar en cualquier momento.

La coincidencia de dos tragedias en la misma fecha ha reforzado la creencia popular de que “ese día siempre tiembla”. Aunque los sismólogos insisten en que no existe un patrón, la coincidencia ha sido suficiente para alimentar supersticiones y convertir la jornada en un símbolo de vulnerabilidad.

Al mismo tiempo, la fecha también recuerda la solidaridad de la sociedad civil. Tanto en 1985 como en 2017, fueron los ciudadanos quienes lideraron los rescates en los primeros momentos, cuando las instituciones colapsaban ante la magnitud de la emergencia. Esa respuesta espontánea y organizada sigue siendo uno de los mayores orgullos de la capital mexicana.

Hoy, mientras la ciudad enfrenta el futuro con mejores protocolos, nuevas tecnologías y una ciudadanía más consciente, el 19 de septiembre se mantiene como un recordatorio doble: el de la tragedia y el de la esperanza. La memoria de los caídos, los héroes anónimos y las lecciones aprendidas es lo que mantiene viva la preparación ante un fenómeno que, inevitablemente, volverá a ocurrir en algún momento.

Para muchos capitalinos, ese día se ha convertido en un ritual: mirar el reloj a las 7:19 de la mañana, escuchar la alerta sísmica durante el simulacro y, sobre todo, recordar a quienes ya no están. El miedo no ha desaparecido, pero tampoco la fuerza colectiva que emerge cuando la ciudad más lo necesita.