Por Luis A. Cervantes
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En Estados Unidos, el Día de Acción de Gracias suele retratarse como una escena luminosa: una mesa repleta, familiares abrazándose tras largos viajes y un país que, por unas horas, parece detenerse para agradecer.
Pero detrás de esta postal festiva también se esconden historias marcadas por el contraste entre tradición, incertidumbre y realidades muchas veces invisibles.
UN ORIGEN
Para entender la magnitud simbólica de esta festividad, hay que viajar más de cuatro siglos atrás, hasta el otoño de 1621.
Aquel año, en el pequeño asentamiento de Plymouth, hoy parte de Massachusetts, peregrinos europeos recién llegados y miembros de la Confederación Wampanoag compartieron una celebración que con el tiempo sería considerada el primer Día de Acción de Gracias.
Los peregrinos, anglicanos que habían cruzado el Atlántico a bordo del Mayflower, llegaron por error a las costas de Nueva Inglaterra tras desviarse de su ruta original hacia Virginia.
Lo que encontraron fue un invierno implacable, cosechas inexistentes y un territorio desconocido.
Entre diciembre de 1620 y marzo de 1621, la mitad de los colonos murió por frío, hambre y enfermedad.
La suerte cambió cuando un nativo americano, Somerset, se acercó a los recién llegados hablando inglés.
Detrás de él venían el líder Massasoit y Squanto, figura decisiva para la supervivencia de los europeos. Squanto enseñó a los peregrinos a pescar, cazar y sembrar maíz en esas tierras.
Ese otoño, y tras una buena cosecha, ambas comunidades compartieron un banquete que duró tres días y que alimentó tanto el cuerpo como la esperanza.
Aquel encuentro —mitificado a lo largo de generaciones— se transformó en una tradición que hoy mueve a millones de personas en el país: familias enteras viajan para reunirse, agradecen por lo recibido y comparten un menú que se ha vuelto icónico.
NO SIEMPRE SABE IGUAL
Para gran parte del país, este día es una de las festividades más importantes del año, incluso por encima de Navidad o Año Nuevo.
Sin embargo, para miles de migrantes, especialmente aquellos sin documentos, Acción de Gracias llega acompañado de sentimientos más complejos: gratitud, sí, pero también miedo, incertidumbre y preocupación por su futuro en un país cada vez más polarizado.
En Santa Barbara y Ventura, inmigrantes comparten sus propias versiones de la festividad, revelando la otra cara del Día de Acción de Gracias: la que se celebra con el corazón dividido.
“DIOS NOS CUIDA, PERO…”
Bertha llegó hace 18 años desde Michoacán, trabaja en el campo y asegura que, pese a todo, tiene mucho que agradecer.
“Cruzar el desierto fue duro, pero valió la pena. Pude ayudar a mis abuelos y darle una casa propia a mi familia. Aquí conocí a mi esposo y aquí nacieron mis tres hijos”, recuerda.
“Cruzar el desierto fue duro, pero valió la pena. Pude ayudar a mis abuelos y darle una casa propia a mi familia”.
Indicando que acá conoció si su esposo, y sus tres hijos nacieron en California.
“Ell@s cuales ya no tendrán que preocuparse de ser deportados, así que, si tengo muchas cosas que agradecerle a la vida y a Dios”, explica la madre.
En por eso que esta es una de las razones por las que en su hogar sí se celebra el Día del Pavo, pero esa tradición convive con un temor persistente.
“No es agradable vivir con miedo a que un día te toque la mala suerte y te agarre la migra. Hemos cambiado rutinas para evitar riesgos. Antes de salir, nos encomendamos a Dios, porque la renta y las facturas no esperan. Uno tiene que trabajar todos los días”, enfatizó.
Bertha suspira antes de cerrar la conversación: “Ojalá esto pase pronto.”
ENTRE EL HUMOR Y LA ANGUSTIA
Pedro, otro inmigrante que vive de la Costa Central, se ríe cuando le preguntan sobre la cena tradicional.
“El pavo no me gusta, se me hace muy hogón”, bromea. “En mi casa hacemos pozole, tamales o carne asada. Igual agradecemos, pero a nuestra manera.”
Su tono cambia cuando habla del clima político.
“Da coraje y tristeza ver cómo tratan a los inmigrantes. Yo ya tengo mi permiso de trabajo y mi residencia va avanzada, pero mi familia y mis amigos salen a la calle con el Jesús en la boca”, indica Pedro quien por motivos de confidencialidad no mencionaremos su apellido.
El entrevistado así recuerda entonces las palabras de su abuelo.
“Esas sí son tiznaderas. Ésa es la verdad. Nosotros venimos a trabajar. Levantamos cosechas, construimos casas, cocinamos en restaurantes. Merecemos respeto”.
UN DÍA PARA REFLEXIONAR
Aunque la imagen más difundida del Día de Acción de Gracias invita a celebrar la abundancia y la unidad, la historia original, marcada por necesidad, alianzas improvisadas y sobrevivencia, también recuerda que esta fecha nació de la cooperación entre comunidades distintas.
En un país que enfrenta debates intensos sobre inmigración, identidad y convivencia, la festividad podría servir como recordatorio de aquello que unió a los primeros colonos y a los nativos: la capacidad de encontrar coincidencias incluso en medio de la adversidad.
Quizá, como sugieren Bertha y Pedro, Acción de Gracias sigue siendo un día para agradecer… pero también para reflexionar sobre cuánto falta para que la unidad sea algo más que un ritual anual.
