En las frías y remotas tierras altas del sur de Alemania, donde las montañas se alzan majestuosas y las nieves perpetuas cubren el paisaje, vivía Noah con su hermano Jakob y su madre Sophie.
La vida de la familia había cambiado drásticamente desde que el padre de Noah fue enviado contra su voluntad a la guerra, encontrando la muerte el 7 de septiembre de 1914 en la batalla de los Lagos de Masuria.
La tragedia los sumió en la pobreza, una de tantas familias europeas que sufrían las devastadoras secuelas de la Primera Guerra Mundial.
La situación era desesperada. Sophie, con gran esfuerzo, apenas conseguía monedas suficientes para comprar arroz, frijoles y un mendrugo de pan, mientras que el crudo invierno alemán golpeaba sin piedad.
La noche del 24 de diciembre, Noah y Jakob, decididos a mejorar su cena navideña, se adentraron en el bosque con un viejo mosquetón.
Pasaron horas buscando algún conejo, pero la caza fue infructuosa, con el peso de la decepción en sus corazones, emprendieron el regresó a casa cuando un rugido aterrador rompió el silencio del bosque.
Un enorme gato negro emergió de la espesura, era una bestia monstruosa: colmillos afilados como cuchillas, garras descomunales y ojos rojos que ardían con una intensidad sobrenatural.
Con un zarpazo, desgarró la espalda de Noah, reaccionando con una mezcla de miedo y valentía, el joven disparó a quemarropa, hiriendo momentáneamente a la criatura, lo que permitió que ambos hermanos corrieran hacia la seguridad de su cabaña.
Tras asegurar la puerta con una tranca, Sophie salió alarmada.
Con sólo un vistazo al monstruo a través de la ventana, confirmó sus peores temores: el Jólakötturinn, el demonio de la Navidad, había llegado a su hogar.
Con calma inquietante, Sophie ordenó avivar el fuego de la chimenea y sacó una caja oculta bajo su cama.
Dentro, tenía herramientas de brujería ancestral: una bolsa de tierra de panteón, una vela roja y un cuchillo pequeño.
Sophie, descendiente de un linaje de brujas, conocía los secretos para contener al demonio, aunque sólo temporalmente.
Rociando tierra en los marcos de puertas y ventanas, trazó símbolos wiccanos en las paredes con su propia sangre, mientras recitaba conjuros en un idioma arcano.
Los embates de la criatura cesaron, pero no su presencia, entonces el Gato del Yule se echó frente a la cabaña, aguardando pacientemente.
Sophie les explicó a sus hijos la verdadera naturaleza del demonio: un espíritu vengador que castigaba a quienes no trabajaban lo suficiente para prepararse para el invierno.
Solo quienes mostraban ropa nueva, símbolo de prosperidad, podían salvarse, sin embargo, la familia no tenía nada nuevo.
La resignación empezó a invadirlos, hasta que Noah tuvo una idea desesperada: con un mantel, Sophie confeccionó improvisadas camisas.
Jakob rompió una bombilla para decorarlas con vidrios brillantes, mientras Noah usó pintura roja para darles vida. Era su última esperanza.
Al amanecer del 25 de diciembre, el fuego de la chimenea se apagó. El Jólakötturinn irrumpió con furia en la cabaña, dispuesto a cumplir su cometido, pero, al ver a la humilde familia abrazada, luciendo sus prendas hechas con tanto amor y esfuerzo, el demonio se detuvo.
Para sorpresa de todos, habló con una voz grave y solemne:
—Esa es la mejor ropa nueva que jamás he visto, hecha con el mejor material: puro y reluciente amor. Una familia unida siempre encuentra la manera de sobrevivir.
El gato trepó por la chimenea, desapareciendo en la mañana helada.
Antes de irse, dejó tras de sí un regalo inesperado: vomitó 10 monedas de oro, asegurando que aquella familia pudiera disfrutar de una feliz Navidad y un futuro mejor.
Desde entonces, en las tierras altas del sur, se cuenta la leyenda del Gato del Yule, un relato que nos recuerda que el amor y la unión son más poderosos que cualquier adversidad.