Por Luis A. Cervantes
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Las leyendas nórdicas hablan de héroes invencibles y dragones indomables, pero también recuerdan que la ambición puede torcer el destino de los más valientes.
Esta es la historia de Sigurd, el guerrero que se atrevió a desafiar a los dioses y terminó marcado por una maldición.
Las antiguas historias orales de los pueblos nórdicos cuentan que, cuando el legendario héroe vikingo Sigurd mató al dragón Slayer, la sangre del monstruo lo bañó por completo, dotándolo de magníficas habilidades físicas que lo transformaron en un guerrero prácticamente invencible en los campos de batalla.
Lamentablemente, no fue capaz de manejar de manera adecuada ese poder y recorrió la oscura vereda hacia la desgracia.
Al regresar a su aldea, Sigurd convenció a los ancianos del clan para que le permitieran iniciar una campaña militar con el fin de conquistar las tierras del norte de Europa.
En cuestión de meses consiguió unificar a los pueblos nórdicos en una gran nación bajo su mando.
La fortuna parecía sonreírle al joven monarca, quien, embriagado de poder y cegado por su ego, olvidó que el dragón Slayer, con su último suspiro de vida, alcanzó a esbozar un rugido que despertó al mítico dragón rojo de dos cabezas Ngwhi.
Mientras el ambicioso Sigurd se dedicaba a saquear y conquistar nuevas tierras, recibió un mensaje urgente del consejo de ancianos de su aldea natal, solicitándole regresar de inmediato para ayudarlos, ya que estaban siendo acechados por una monstruosa bestia alada de dos cabezas que arrojaba fuego por la boca y, con sus enormes y poderosas garras, se llevaba a cuantas vacas y cabras quería.
El valiente caballero volvió de inmediato a su antiguo hogar y, junto con 80 hombres, se dirigió a la madriguera del dragón.
En el interior de la cueva la batalla fue feroz; los vikingos se llevaron la peor parte, pues el demonio rojo aniquiló a más de la mitad de los intrusos.
Luego, lleno de furia, se dirigió a la aldea para quemar los campos de cultivo y raptar a siete mujeres jóvenes como castigo por la osadía humana de intentar matarlo.
Sintiéndose victorioso, Ngwhi regresó a su cueva, sin saber que el astuto Sigurd, junto con los 12 sobrevivientes, le había tendido una trampa que funcionó a la perfección. Así fue como el temible dragón fue capturado.
Sigurd lo engañó, prometiéndole liberarlo si le revelaba el lugar donde se encontraba el tesoro de los Nibelungos.
Sin otra opción, Ngwhi confesó que los enanos oscuros habían enterrado su mítico tesoro en lo profundo de la caverna, pero el héroe faltó a su palabra: decapitó a la bestia y de inmediato se dirigió al fondo de la cueva, donde halló una inimaginable cantidad de oro, joyas y piedras preciosas que lo convertirían en el hombre más poderoso del mundo.
El error que cometió fue dejarse seducir por la belleza de un anillo dorado, que en vida había pertenecido al príncipe Nibelung.
Tontamente se lo puso, ignorando que sobre aquel objeto los hechiceros nibelungos habían lanzado una maldición destinada a provocar una muerte trágica a quien lo portara.
La desgracia no tardó en llegar.
En su afán de expandir su reino, Sigurd retó al caudillo escocés Máel Brigte a un enfrentamiento concertado con cuarenta hombres por bando en batalla abierta. Traicioneramente, llevó a cien guerreros consigo; Brigte fue derrotado y decapitado.
Arrogantemente, Sigurd ató la cabeza de Máel Brigte a la silla de su caballo como trofeo de conquista.
Fue entonces cuando la maldición del anillo se hizo presente, pues mientras cabalgaba, los dientes de su enemigo se clavaron repetidamente en su pierna.
Extrañamente, la herida se infectó y en pocos días provocó su muerte.
Así fue como un joven valiente, que tenía todo para convertirse en un gran líder, perdió el camino y terminó pagando un alto precio por su ambición.
