Por Agencias
[email protected]
No se puede tener un gran danés del tamaño de un chihuahua, ni viceversa, pero sí puedes tener un gran danés que se comporte exactamente igual que un chihuahua, y viceversa.
Con esta comparación, la investigadora Elinor Karlsson resume su trabajo de los últimos años, en los que ha estado buscando las bases genéticas del comportamiento de los perros.
Ahora, junto con su equipo, publica un monumental trabajo en la revista Science con una conclusión que decepcionará a muchos: la raza de un perro no dice mucho sobre su personalidad.
El equipo estudió la genética de más de 2,000 perros para tratar de encontrar rasgos de comportamiento ligados a determinados genes, que se cruzaron con las distintas razas de la muestra, también las de sus ancestros, detectadas genéticamente.
Los resultados de estas pruebas, que incluyeron datos de 78 razas, identificaron regiones genéticas que sí estaban fuertemente asociadas con el comportamiento, pero ninguna era específica de una raza.
La variabilidad es tal que los investigadores no pudieron encontrar rasgos de personalidad que fueran exclusivos de ninguna raza.
“Los factores de comportamiento muestran una gran variabilidad dentro de las razas, lo que sugiere que aunque la raza puede afectar la probabilidad de que ocurra un comportamiento particular, la raza por sí sola no es, contrariamente a la creencia popular, lo suficientemente informativa como para predecir la disposición de un individuo”, concluyen en su estudio. Hablamos de caracteres como sociabilidad con humanos y con otros perros, agresividad, tendencia a usar juguetes o la docilidad.
Además, analizaron los ancestros de perros satos, sin raza, para tirar del hilo genético de los rasgos más allá del pedigrí.
Aunque se crea que tal raza es buena con los niños y tal otra es más asustadiza, a la hora de la verdad, cuando se adopta un animal es imposible de saber si tendrá ese carácter.
La raza solo explica el 9% de la variación de comportamiento en perros individuales y, para ciertos rasgos, la edad es mejor predictor del comportamiento.
Y, además, como señala Karlsson, esos estereotipos no son universales: las características que se atribuyen a una raza en EE UU son distintas en Francia.
“El comportamiento en los perros, al igual que en los humanos, es complejo, lo que significa que está controlado por cambios en muchos, muchos genes diferentes”, insiste Karlsson, que recuerda que también hay un gran componente ambiental.
“El entorno materno, la socialización temprana, posibles eventos traumáticos, todo ese tipo de cosas”, enumera.
Por tanto, desde un punto de vista genético, seleccionar rasgos de comportamiento complejos llevaría muchos siglos.
“La idea de que se habrían creado en los últimos 160 años cuando surgieron estas razas no tenía ningún sentido”, asegura.
NO SON GARBANZOS
Los perros se domesticaron hace unos 15,000 años a partir de un ancestro común compartido con los lobos actuales, probablemente autodomesticados por su interés en compartir su vida con los humanos.
Fue a partir de ese momento, durante milenios, cuando empezaron a seleccionarse genéticamente los rasgos generales que definen a todos los perros: la docilidad, la sociabilidad con las personas, la capacidad de interactuar recogiendo un objeto o mirando hacia donde indica el dueño.
Pero solo a mediados del siglo XIX comenzaron a aislarse razas en torno a características fijas que las definían: dálmatas con manchas, mastines voluminosos, etc. Pero los de todos los perros son prácticamente los mismos, únicamente varía en un puñado que influye en aspectos accesorios como la forma de las orejas o la longitud del pelo.
Y por eso constituyen una misma especie: la receta es la misma, aunque algunos tienen más sal o menos pimienta, según su apariencia.
La estética, y no el comportamiento, ha sido el foco de la selección, señalan en el estudio.
“No encontramos evidencia de que las tendencias de comportamiento en las razas reflejen una selección intencional por parte de los criadores, pero no podemos excluir la posibilidad”.
Y por eso, los rasgos físicos corresponden con exactitud con la raza, pero no los de comportamiento, que son más complejos, como explica Carlos Vilà, especialista en genética evolutiva de la USC.
“No son determinados por un único gen, sino por muchos, y eso hace que sea más difícil predecir lo que saldrá de un cruce. No son como los frijoles de Mendel, lisos, arrugados, verdes o amarillos, sino que hay muchos niveles de variación y muchos genes involucrados. En las crías se puede encontrar muchísima variación”, afirma Vilà, que también ha estudiado los linajes caninos.
Para analizar la conducta, el estudio se apoyó en 200,000 respuestas de más de 18,000 dueños de perros de un gigantesco repositorio de ciencia ciudadana (Darwin’s Ark).
Así, descubrieron que ningún comportamiento es exclusivo, o ajeno, a ninguna raza.
Incluso en la de menor propensión a aullar, los labradores retriever, el 8% de los dueños informan que su labrador aúlla, por ejemplo.
Claro que hay razas con ejemplares con mayor tendencia que otros a mostrar algunas conductas: es muy probable que un bloodhound aulle, y más difícil dar con un beagle obediente, pero todos se mueven en un espectro variable.
AGRESIVOS Y PROFESIONALES
En estos matices destacan sobre todo con las razas seleccionadas más recientemente con el objetivo de emplearlas en labores concretas.
“Si tiene una población de perros guía en la que está seleccionando ejemplares que son perros guía fantásticos, tendrán en ese grupo diferencias de comportamiento fomentadas poblacionalmente”, explica Karlsson.
Por eso, los perros criados para el pastoreo muestran mayor obediencia que, por ejemplo, un chihuahua.
¿Tiene sentido, por tanto, catalogar determinadas razas como más peligrosas?
En el estudio analizan la prevalencia de un rasgo, el umbral agonístico, que mide la facilidad con la que un perro se siente provocado por estímulos que le provocan miedo, incomodidad o molestia, y la raza casi no proporciona información para ese aspecto.
Al preguntarle a Karlsson en una rueda de prensa, reconoce que no son especialistas en eso, ni lo han estudiado específicamente, pero aclara:
“Cuando estudiamos el umbral agonístico, que incluía muchas preguntas sobre si los perros de las personas reaccionaban agresivamente frente a situaciones, no vimos un efecto de la ascendencia racial en ese factor en particular. Desde ese punto de vista, (esa catalogación) no parece tener mucho sentido para nosotros”.
A Vilà, que no ha participado en el estudio, las conclusiones de este trabajo le parecieron tan sorprendentes como sólidas.
“Muchas veces encasillamos mucho a los animales, que tienen que ser así o asá, pero no se tienen en cuenta el ambiente familiar, cómo se ha criado el animal, la edad, y que hay otros factores que son muy importantes, que nos están diciendo que hay que tener en cuenta otras cosas aparte de la raza”, señala el investigador de la Estación Biológica de Doñana.