Por Agencias
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Las profundas divisiones en Israel salen de nuevo públicamente a la superficie.
Fueron abandonadas durante un tiempo, con el shock y la unidad nacional tras los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre. Pero seis meses después, miles de manifestantes se han lanzado nuevamente a las calles.
La guerra le ha dado un potente impulso a la determinación de los manifestantes de destituir a Benjamin Netanyahu, quien es el político que ha ocupado el cargo de primer ministro por más tiempo desde la fundación del Estado de Israel.
En Jerusalén, la policía usó “agua de zorrillo” -una sustancia de olor fétido disparada con un cañón de agua- para dispersar la multitud que había bloqueado la Avenida Begin, una de las principales vías de la ciudad.
Las antiguas consignas que piden la renuncia de Netanyahu y elecciones anticipadas fueron amplificadas por nuevos llamados que exigen un acuerdo para la liberación de los aproximadamente 130 rehenes israelíes retenidos en Gaza. Se presume que un desconocido número de ellos está muerto.
El gran temor de sus familias y amigos, así como de los manifestantes, es que muchos más morirán cuanto más se extienda la guerra sin llegar a un acuerdo.
El domingo en la noche, entre los miles que se congregaron en las anchas avenidas en torno al Parlamento israelí, se encontraba Katia Amorza, quien tienen un hijo prestando servicio en el ejército israelí en Gaza.
Bajó su megáfono por un momento para hablar conmigo.
“Estoy aquí desde las ocho de la mañana. Y le estoy diciendo a Netanyahu que con gusto le pagaría un pasaje de ida, en primera clase, para que se fuera y nunca más volviera”.
“Y también le estoy diciendo que se lleve consigo a toda esa gente que pusieron en el gobierno, que el escogió uno por uno, lo peor, lo peor que hemos tenido en nuestra sociedad”.
Un rabino cruzó la calle frente a Katia y su megáfono. Era Yehuda Glick, que hace campaña para las oraciones judías en el área que los israelíes llaman el Templo del Monte, el sitio en Jerusalén donde se encuentra al Aqsa, la tercera mezquita más sagrada del islam.
El rabino Glick señaló que los manifestante han olvidado que el enemigo verdadero en Hamás, no el primer ministro Netanyahu.
“Creo que es muy popular. Y eso es lo que irrita a esta gente. Creo que estas personas no están dispuestas a reconocer el hecho que durante tanto tiempo se han estado manifestando en su contra y todavía sigue en el poder”, comentó.
“Les exhorto a que protesten, que vengan y se manifiesten, hablen alto y claro lo que sienten, pero que tengan cuidado de no cruzar la muy tenue línea entre la democracia y la anarquía”.
Los manifestantes, y los críticos de Netanyahu en los países que de cualquier manera apoyan a Israel, sostienen que los enemigos de la democracia ya están en su gobierno, una coalición que depende del apoyo de los partidos ultranacionalistas judíos.
Entre ellos está el Partido Sionista Religioso, liderado por el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich. Uno de sus parlamentarios, Ohad Tal, me dice que es “ingenuo” creer que cualquier otra cosa, aparte de más presión militar sobre Hamás, liberaría a los rehenes.
“No puedes creer que Hamás devuelva así de fácilmente a los rehenes con un acuerdo, soltar a todos y luego permitir que nosotros, sabes, matemos a todos los terroristas que liberaríamos en ese acuerdo… no es así de sencillo”, aseguró.
“Si hubiese un botón que pudieras presionar y traer de vuelta a todos los rehenes y que todo esté bien, todo israelí oprimiría ese botón. Pero no es tan fácil como crees”.
Una presencia constante en casi 3 décadas
Benjamin Netanyahu dijo en el pasado que él era el único que podía mantener seguro a su país. Muchos israelíes le creyeron.
Dijo que manejaría a los palestinos, asentaría judíos en los territorios ocupados donde los palestinos aspiran tener un estado, sin ofrecer concesiones ni hacer los sacrificios necesarios para un acuerdo de paz.
Todo eso cambió el 7 de octubre del año pasado, cuando Hamás irrumpió en Israel a través de la frontera alambrada.
Ahora, muchos israelíes lo responsabilizan de las fallas de seguridad que permitieron el ataque de Hamás contra Israel con semejantes efectos devastadores.
Contrario a sus jefes de seguridad, que rápidamente emitieron comunicados reconociendo haber cometido errores, Netanyahu nunca ha asumido responsabilidad alguna.
Eso es lo que enfurece a los miles que bloquearon las calles de Jerusalén el domingo por la noche.
Los israelíes tienen que tener por lo menos 40 años para recordar una época en la que Benjamin Netanyahu no fuera una figura dominante en la política del país.
Después de surgir como un elocuente portavoz de Israel ante Naciones Unidas, su primer período como primer ministro llegó tras una estrecha victoria en 1996, con una plataforma de oposición a los acuerdos de paz de Oslo.
Similar al actual plan de Estados Unidos para la paz en Medio Oriente, los acuerdos de Oslo se fundamentaron en torno a la idea de permitir a los palestinos establecer un estado independiente al lado de Israel como única esperanza para poner fin a un siglo de conflicto entre árabes y judíos sobre el control de las tierras entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.
Netanyahu ha sido un constante opositor a un estado palestino. Ha desdeñado la estrategia estadounidense en apoyo a la independencia palestina como parte de un “gran pacto” para rehacer el Medio Oriente.
Sus críticos dicen que su estridente rechazo a los planes del presidente Joe Biden para un gobierno en Gaza después de la guerra es una herramienta para garantizar el continuo apoyo del ala de extrema derecha de Israel.
Uno de los manifestantes frente al Knesset era David Agmon, un retirado brigadier general del ejército israelí. Él administró el despacho del primer ministro cuando Netanyahu fue electo por primera vez.
“Es la mayor crisis desde 1948. Y le cuento otra cosa. Yo fui el primer jefe de gabinete de Netanyahu en 1996, así que lo conozco, y después de tres meses decidí irme. Porque me di cuenta de quién es; un peligro para Israel”, afirmó.
“Él no sabe cómo tomar decisiones, es temerosos, lo único que sabe es hablar. Y, por supuesto, vi que depende de su esposa, vi sus mentiras. Y después de tres meses le dije, Bibi, tú no necesitas asistentes, necesitas un reemplazo. Y me fui”.
Mientras los manifestantes permanecían en las calles, Netanyahu descartó las elecciones anticipadas y repitió su determinación de montar una nueva ofensiva contra las fuerzas de Hamás en Rafah.
Su récord de supervivencia política y su formidable capacidad para hacer campaña significan que aunque sus opositores cumplan el sueño de elecciones anticipadas, su achicado grupo de adeptos devotos cree que aún podría ganar.
Los israelíes no están divididos en cuanto a la destrucción de Hamás. Ese objetivo de la guerra cuenta con un apoyo abrumador.
Pero la manera en que la guerra está siendo llevada, y el fracaso en el rescate o liberación de los rehenes, están poniendo a Benjamin Netanyahu bajo una presión que podría significar el fin de su carrera.