Por Redacción
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El pasado fin de semana, millones de estadounidenses se enteraron de una noticia insólita: la Banda de la Marina de los Estados Unidos, conocida como “The President’s Own”, canceló un concierto con estudiantes de secundaria.
La razón no fue logística ni de seguridad, fue política. Las órdenes ejecutivas del expresidente Donald Trump contra las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) prohibieron a los marines tocar, enseñar o incluso interactuar con estudiantes de diferentes orígenes.
Este acto, que pudo haber terminado en una decepción para los jóvenes músicos, fue rescatado gracias a un grupo de veteranos que viajaron desde distintos puntos del país para tocar con ellos.
Fue un gesto noble, pero no podemos ignorar el mensaje que envía esta política: que la diversidad no tiene cabida en las Fuerzas Armadas.
Trump y su secretario de Defensa, Pete Hegseth, han insistido en que las políticas de DEI no tienen lugar en el ejército.
Para ell@s, hablar de racismo, sexismo o discriminación histórica es sinónimo de debilidad, una narrativa “woke” que amenaza la disciplina y la eficacia militar. Pero esta visión no solo es equivocada, sino vastamente peligrosa.
La realidad es que el rostro de las Fuerzas Armadas está cambiando.
Hoy en día, el 74% de los veteranos son blancos, pero se espera que esa cifra baje al 63% en los próximos 25 años.
Cada vez más mujeres se enlistan, no solo porque ahora pueden hacerlo, sino porque muchos otros no quieren. Las comunidades latina, negra y asiática también están aumentando su presencia en las filas del ejército.
Este cambio no se debe a un experimento ideológico, sino a un simple reflejo demográfico.
El país está cambiando, y con él, también lo hace su ejército. No hay una correlación entre raza y patriotismo, y nunca la ha habido.
Lo que sí existe es una historia de ciudadanos que, pese a los obstáculos impuestos por la misma sociedad que defendieron, decidieron ponerse el uniforme.
Sin embargo, bajo la narrativa de Trump, se han cometido acciones que van más allá de lo simbólico.
El Departamento de Defensa eliminó menciones al avión Enola Gay por considerarlas “woke”.
El curso sobre los aviadores de Tuskegee, héroes afroamericanos de la Segunda Guerra Mundial, fue eliminado y luego reinstalado por presión pública.
Se eliminaron referencias a Jackie Robinson, uno de los primeros afroamericanos en romper barreras raciales en el béisbol… y en el ejército.
¿La razón? Su historia se consideró parte de un programa de DEI.
Vale la pena recordar que Robinson fue sometido a una corte marcial durante la Segunda Guerra Mundial, no por desertar ni por desobedecer órdenes de combate, sino por negarse a sentarse en la parte trasera de un autobús militar.
Mientras Estados Unidos luchaba contra el fascismo en Europa, en casa aún exigía obediencia a la segregación.
Estas son verdades coexistentes.
Se puede reconocer el papel heroico de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y, al mismo tiempo, lamentar las injusticias que sufrieron quienes lucharon por este país.
Entender esa complejidad no nos hace menos patriotas. Nos hace más conscientes, más justos y más fuertes.
Negar esa historia no protege a Estados Unidos. Lo empobrece. La diversidad no es una amenaza. Es una victoria.
