Por Agencias
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El primer ministro británico anuncia su intención de mantenerse en el puesto hasta que el Partido Conservador elija un nuevo líder y acusa a los diputados ‘tories’ de tener mentalidad de “rebaño”.
El gran secreto de Boris Johnson fue convencer a los británicos de que era un rebelde inconformista que iba por libre. Y, durante un tiempo, muchos aplaudieron ese arrojo.
Solo así se explica el desparpajo con que, en su discurso de dimisión a las puertas de Downing Street, ha llamado prácticamente borregos a los diputados conservadores que habían precipitado su caída.
“Ya hemos visto cómo en Westminster [la sede del Parlamento británico] el instinto de rebaño es poderoso, y cuando el rebaño se mueve, se mueve”, ha lamentado Johnson, rodeado de un puñado de funcionarios y parlamentarios conservadores fieles al político más popular, carismático y controvertido de las últimas décadas en el Reino Unido.
Ha tenido que ser después de una presión descomunal por parte de los miembros de su propio Gobierno, que abandonaban sus puestos a una rapidez muy superior a la capacidad del primer ministro de reemplazarlos, cuando Johnson ha entendido este jueves que su suerte estaba escrita.
Había intentado desafiar al Partido Conservador a que le echara, y esgrimía el mandato logrado en las elecciones de diciembre de 2019, cuando obtuvo una victoria arrolladora y arrebató incluso a los laboristas territorios con un voto consolidado durante décadas, para permanecer en el puesto de primer ministro. “
La razón por la que he luchado tanto en los últimos días para seguir con este mandato no era solo porque quisiera hacerlo, sino porque sentía que era mi trabajo, mi deber, mi obligación para con vosotros: seguir haciendo lo que prometimos en 2019″, justificaba Johnson su obstinación y resistencia de las últimas horas, hasta que entendió a la fuerza que en la monarquía parlamentaria más antigua del mundo no hay cabida para un populismo que pretende situar al “pueblo” por encima de la soberanía que reside en los diputados electos.
Él mismo pareció darse finalmente cuenta de esta certeza cuando aseguraba, casi al final de un discurso salpicado de tristeza, orgullo y la sensación de una ocasión perdida: “Amigos, nadie en política es, ni siquiera remotamente, imprescindible”.
Fiel a su carácter obstinado y desafiante, pero también a ese dolor que le producía constatar que la gente ya no le quiere, Johnson ha tenido un último gesto de rebeldía que conduce al Partido Conservador a semanas complicadas, y al país a una pequeña crisis constitucional que añadirá más trauma a días ya de por sí traumáticos.
Las últimas horas en Downing Street las dedicaba a nombrar nuevos ministros, para que el Gobierno en funciones pudiera operar de modo apropiado.
“Habrá un nuevo Gabinete al servicio de los británicos, y yo mismo estaré al frente hasta que el Partido Conservador elija un nuevo líder”, ha dicho Johnson. Ha decidido incluso convocar una primera reunión de su nuevo Gabinete para primera hora de la tarde de este jueves, en la que pretendía transmitir una surrealista sensación de normalidad. En cualquier caso, no se trataba de un arrebato completo de locura. Johnson ha comunicado a sus ministros que “no iba a poner en marcha nuevas políticas” ni a “imponer cambios de rumbo”.
La idea de que el todavía primer ministro pueda mantener las riendas del país durante largo tiempo ha desatado las alarmas en el partido.
Johnson habría sugerido su intención de permanecer en Downing Street hasta el congreso de otoño de los conservadores, cuando se elegiría un nuevo líder.
Las soluciones que comienzan a barajarse sugieren más bien que se acelerará el proceso de primarias, o incluso que se convencerá al primer ministro para que se retire y sea otro ―por ejemplo, el vice primer ministro, Dominic Raab― quien pilote la nave de modo interino.
Será la semana que viene cuando la dirección del grupo parlamentario conservador, como sugería el propio Johnson, ponga sobre la mesa el calendario del proceso de selección del nuevo líder del partido, y por tanto, del nuevo primer ministro.
Theresa May dimitió el 24 de mayo, después del batacazo del Partido Conservador en las elecciones al Parlamento Europeo (quinta posición, con un 9%), pero aguantó dos meses como primera ministra interina hasta que Johnson venció en las primarias.
El talante de May, sin embargo, no despertaba recelos, ni nadie fue capaz de ver en su permanencia temporal en Downing Street el riesgo que sí ven con el actual primer ministro.
Otro ex primer ministro, John Major, que nunca ha ocultado su profundo rechazo hacia Johnson, ha enviado una carta a Graham Brady, el presidente del Comité 1922 (el órgano que reúne a los diputados conservadores sin cargo en el Gobierno, y que organiza las mociones de censura internas o el proceso de primarias) en la que reclama que no se permita a Johnson permanecer en el poder hasta el otoño.
“Por el bien del país, el Sr. Johnson no puede permanecer en Downing Street, cuando no es capaz de mantener la confianza de la Cámara de los Comunes, más tiempo del necesario para asegurar una suave transición de Gobierno”, ha reclamado Major.
El líder de la oposición laborista, Keir Starmer, ya ha anunciado la intención de su partido de presentar una moción de censura (moción de confianza, en la terminología parlamentaria británica) para echar a Johnson, en el caso de que los conservadores le permitan mantenerse como primer ministro hasta el otoño. “Boris Johnson no está capacitado para gobernar, y debe irse ya mismo. No puede aferrarse al puesto durante meses”, ha dicho Starmer.
Al grito de “fuera” y “mentiroso”, decenas de personas se han concentrado durante todo el jueves ante la verja que protege la residencia del primer ministro, en el número 10 de Downing Street, para celebrar su caída.
Mientras el primer ministro seguía atrincherado en la residencia oficial, varios miembros de su Gobierno y diputados conservadores relevantes comenzaban a preparar su candidatura para una carrera por el liderazgo del partido que se da por iniciada.
Suella Braverman, abogada general del Ejecutivo (la máxima asesora legal de Downing Street), era la primera en hablar con claridad. La mujer que elaboró para Johnson los alambicados informes jurídicos que justificaban la ruptura unilateral del Protocolo de Irlanda del Norte que enfrentó a Londres con Bruselas; la fiel aliada del primer ministro, que no dudaba en elogiarlo a la menor ocasión, anunciaba sus aspiraciones en la cadena ITV: “Si hay primarias, presentaré mi candidatura. Amo este país. Mis padres llegaron aquí sin tener absolutamente nada, y el Reino Unido les dio esperanza, seguridad y oportunidades”, decía Braverman, de 42 años, con ascendientes indios.
También ella se lanzaba a prometer una bajada de impuestos, en una clara señal de que ese será el grito de guerra de los candidatos dispuestos a dar batalla.
Steve Baker, el euroescéptico que organizó la rebelión de los diputados conservadores contra Theresa May, también se ve capacitado para ocupar el puesto de mando: “Entré en política para cambiar las cosas”, ha dicho a Sky News, “cuando las cosas se han puesto complicadas para el partido, he demostrado mi capacidad de liderazgo”, ha añadido.
El propio Nadhim Zahawi, el hombre a quien Johnson nombró nuevo ministro de Economía para intentar sortear las primeras horas de la rebelión, prepara ya su candidatura.
Igual que el diputado Jeremy Hunt (que perdió las primarias contra Johnson), el exministro de Economía Rishi Sunak; la de Exteriores, Liz Truss (que aún no ha pronunciado una palabra en esta crisis); el de Defensa, Ben Wallace, —claro favorito entre los afiliados conservadores— o el exministro de Sanidad Sajid Javid (que este miércoles pronunció en la Cámara de los Comunes un discurso devastador contra Johnson, para explicar su dimisión).
Todos ellos aceleran posiciones para lo que se avecina como una competición a cuchillazos, en la que muchos deberán hacer equilibrios para reivindicar los éxitos del todavía primer ministro a la vez que ocultan la lealtad que le profesaron hasta que participaron en su caída.