Por Agencias
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Los ejecutivos de Google llevan meses un tanto descolocados, la irrupción en noviembre de ChatGPT, el popular robot conversacional de OpenAI, le arrebató al gigante de Palo Alto la condición de empresa líder en inteligencia artificial (IA), un estandarte que venía enarbolando desde hacía lustros.
La apuesta decidida de Microsoft por OpenAI, que ha desarrollado una versión de ChatGPT para el buscador Bing, ha obligado a Google a tomar medidas para no quedarse atrás.
Si en febrero presentó Bard, su propio chatbot conversacional, la semana pasada hizo otro anuncio relevante: sus dos grandes laboratorios de investigación de la IA, Google Brain y DeepMind, se fusionan en una sola organización.
El movimiento es muy significativo.
Varios de los mejores científicos del mundo en esta disciplina trabajan en alguna de las dos compañías.
Google Brain es la responsable de la mayoría de aplicaciones relacionadas con IA que lucen en los productos y servicios de Google, desde el motor de cribado de Gmail hasta el traductor o el navegador.
También se gestaron allí las redes neuronales transformer, un modelo de aprendizaje profundo que ha sido clave en el desarrollo del procesamiento del lenguaje natural (campo en el que se encuadran los chatbots como ChatGPT) o de la visión computacional.
Adquirida por la Google en 2014 a cambio de $500 millones de dólares, la empresa británica DeepMind se dedica a la investigación más básica.
Hasta ahora nunca tuvo aspiraciones de desarrollar aplicaciones comerciales, sino herramientas que ayuden a avanzar en futuras investigaciones.
De su laboratorio han salido AlphaStar, un simulador capaz de ganar a jugadores expertos de StarCraft II, un videojuego de estrategia en tiempo real con información imperfecta en el que es clave tener intuición, imaginación y dotes cognitivas para intentar adivinar qué estará haciendo el oponente.
También produjeron AlphaFold, una inteligencia artificial que ha predicho la estructura de todas las proteínas conocidas (unos 200 millones de moléculas).
El nuevo grupo se llamará “Google DeepMind” y estará encabezado por Demis Hassabis, el discreto genio de la informática que hasta ahora dirigía “DeepMind”.
CAMBIO DE PLANES
“Combinar todo este talento en un solo equipo, que estará apoyado por los recursos computacionales de Google, acelerará significativamente nuestro progreso en la IA”, asegura el Consejero Delegado de Alphabet (Compañía matriz de Google), Sundar Pichai, en un comunicado difundido ayer.
El movimiento es llamativo porque el propio Pichai venía insistiendo durante las últimas semanas en la necesidad de que la industria opere con cautela en la carrera por la IA generativa.
Estamos ante una tecnología con “potencial” para hacer mucho daño, asegura, y Google ha elegido “ser muy responsable” en sus desarrollos.
Así lo ha expresado en varias entrevistas, la última de ellas el fin de semana pasado en la CBS, pero estos miramientos parecen haberse disipado de repente.
La chispa que ha desencadenado la decisión de subir la apuesta por la IA puede tener que ver con Samsung.
Según adelantó The New York Times el fin de semana pasado, la tecnológica coreana, el mayor fabricante de móviles del mundo, estaría considerando sustituir Google por Bing como buscador por defecto de sus dispositivos.
En las oficinas de Google lo saben desde marzo, asegura la información, y de consumarse, podría suponer dejar de ingresar unos $3,000 millones de dólares anuales.
Esta amenaza a su cuenta de resultados ha hecho que Google acelere otro proyecto que tenía entre manos.
Bautizado como “Magi”, se trata de un buscador distinto de Bard con el que hacer frente al Bing de Microsoft.
Ofrecerá una experiencia de usuario más personalizada que el buscador tradicional de Google y aprenderá de las búsquedas anteriores.
Se interactuará con él a través de conversaciones, como ya sucede con Bing, e “intentará anticiparse a las necesidades de los usuarios”, asegura The New York Times.
¿PUEDEN SENTIR LAS MÁQUINAS?
El verano de 2022 fue, en cierto modo, premonitorio de lo que iba a suceder en los siguientes meses.
Google tenía entonces varios frentes abiertos relacionados con las grandes preguntas que nos hacemos hoy acerca de la IA.
¿Serán capaces estos sistemas de igualar o superar la inteligencia humana? ¿Realmente entienden los bots conversacionales lo que les decimos?
El ingeniero Blake Lemoine, encargado de realizar una serie de tests en el chatbot LaMDA, aseguró en un reportaje publicado por The Washington Post que la herramienta que analizaba había cobrado conciencia propia.
“Si no supiera que se trata de un programa informático que desarrollamos recientemente, hubiera pensado que estaba hablando con un niño de siete u ocho años con conocimientos de física”, dijo.
En una entrevista concedida a EL PAÍS, el que había sido su jefe, Blaise Agüera, defendió el despido de Lemoine por divulgar documentos internos y mostró su rechazo a los postulados del ingeniero, aunque admitió que ese tipo de debates cada vez serían más complicados.
Un año antes, la empresa despidió a las responsables del equipo Ethical AI después de que publicaran un artículo científico en el que alertaban del lado oscuro de los grandes modelos de lenguaje, los que están detrás de los bots conversacionales.