Por Luis A. Cervantes
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Si crees que encontrar un tesoro enterrado sería fantástico, piénsalo dos veces, porque eso no siempre es verdad.
Eso fue lo que paso en una tarde lluviosa de invierno 3 amigos recorrían la Costa Oeste en un auto último modelo, un Chevrolet Impala 79.
Ellos decidieron detenerse a descansar en Los Álamos (un pintoresco y pequeño poblado, al pie de la interestatal 101.
Se dirigieron al antiguo hotel de la calle principal, después de registrarse y tomar una ducha caliente, decidieron bajar al bar para beber algunas cervezas; el cansancio y el alcohol no suelen ser buena combinación, así que en cuestión de un par de horas los amigos estaban un poco más que ebrios.
De regreso en a la recamara uno de ellos perdió el equilibrio, para no caer se agarró de un viejo farol en la pared, el cual se desprendió junto con un trozo de madera.
Por la mañana lo primero que intentaron hacer fue reparar la pared dañada, cuál sería su sorpresa, que tras las maderas había un viejo trozo de cuero y un papel enrollados.Los
Con asombro se dieron cuenta de que el papel era un cartel de recompensa, por la captura de la pandilla de los Hermanos Murrieta y el trozo de cuero era el mapa de un tesoro.
Por la tarde nuevamente fueron a la cantina, con la intención de obtener información sobre lugares a los cuales hacía referencia el mapa y ver si la gente local, sabía algo de los forajidos Murrieta.
El cantinero les contó que esos bandoleros asolaron el condado de Santa Bárbara en los 1800’s, y su última fechoría fue asaltar una diligencia cargada con 50 lingotes de oro, por lo que la caballería los buscó por cielo, mar y tierra, para recuperar lo robado… algo que nunca pasó.
La leyenda cuenta que antes de que los atraparan, los hermanos Murrieta mataron a todos los miembros de su banda, porque no permitirían que nadie, ni nada se adueñara de su oro.
Emocionados por la información, a la mañana siguiente salieron armados con picos y palas, se internaron en el monte de la gaviota; al llegar al lugar señalado empezaron a escarbar.
En cuanto el pico tocó por primera vez el piso, un fuerte viento empezó a soplar, extraños y tenebrosos relinchidos de caballo se empezaron a escuchar.
La macabra advertencia no logró ahuyentarlos, pues era mayor el tamaño de su codicia; continuaron cavando y una hora después con alegría vieron un deslumbrante brillo dorado.
Se dieron prisa para cargar los lingotes en la cajuela del auto, y felices emprendieron el camino de regreso a San Diego.
En cuanto tomaron la autopista, por el retrovisor pudieron ver como aparecieron 2 fantasmales jinetes, que les gritaban que les devolviera su oro.
Pisaron el acelerador al fondo, pero los jinetes no cedían, los asustados jóvenes empezaron a rezar todas las oraciones que conocían; instantáneamente sus perseguidores desaparecieron, así que pensaron que se había salido con la suya.
Poco tiempo les duró el gusto pues al salir de la tercer curva, aparecieron los jinetes envueltos en llamas con fulgurantes ojos rojos, el instinto hizo que el chofer volanteara para tratar de esquivarlos, el auto derrapó y después de volar sobre la barrera de contención, fue a parar al fondo del barranco.
Lo extraño fue que cuando los rescatistas llegaron, sólo encontraron fierros retorcidos y 3 cuerpos calcinados, pero ni un sólo rastro de los lingotes.
Así que ya lo sabes, “No busques lo que no permites”, ni trates de apropiarte de lo que ya tiene dueño, alguien podría molestarse y acerté pagar caro el atrevimiento.