
En las comunidades rurales del departamento de San Vicente, en la región central de El Salvador, hace cientos de años una trágica historia sucedió.
La diosa lunar Sihuet sedujó al príncipe de la tribu nahuat, Yeisun, hijo de Tláloc, de la aventura extramarital nació un hermoso niño el cual fue nombrado como Cipit.
Lamentablemente la niñez de ese pequeño fue horrenda, su madre nunca se hizo cargo de él, con frecuencia lo descuidaba para irse con sus amantes.
El abandono del que fue objeto provocó que a la temprana edad de 10 años, el pequeño Cipit, enfermo y desnutrido, fuera presa fácil para la muerte.
El dios Tláloc, enfureció al enterarse de esto, castigó a la madre ingrata, degradándola de diosa a mujer mortal, y condenándola a convertirse en un espíritu errante por la eternidad, y ahora llamada la Siguanaba.
En cambio, Tlaloc revivió el espíritu del pequeño Cipit, al cual doto de habilidades mágicas, como poder reducir o crecer su tamaño a voluntad, lo dotó con la habilidad de poder convertirse en diferentes tipos de aves para transportarse rápidamente de un lugar a otro, y en una poderosa bestia cuando la situación lo ameritara.
También le otorgó la capacidad de poder caminar con los pies al revés, para causar confusión al caminar, y despistar a todo aquel que intentara seguir sus huellas; y lo nombró protector de la naturaleza de todo el Valle Central de San Vicente.
Desde entonces, un niño pequeño, de tes morena, ataviado con ropa de manta blanca y caites (guaraches), usando un sombrero de palma, puntiagudo de ala ancha que cubre parcialmente su cara, recorre los montes, caminos, riachuelos y veredas; cumpliendo su divina encomienda.
El Cipitío como le llama actualmente la gente, frecuenta los trapiches de las moliendas de caña, le gusta comer y cubrirse con cenizas, pero como es un eterno enamorado de las muchachas, cuando una se acerca él corre a bañarse en algún rio, y con cautela hace que el viento silbé una melodiosa tonada mientras una brisa de flores cae sobre la chica.
Aparte de su faceta de enamorado, el Cipitío es conocido por su personalidad traviesa y juguetona, a menudo acostumbra silbar de manera misteriosa en la noche para asustar a los viajeros, también suele jugarle bromas a la gente escondiéndoles objetos personales, y algunos cuentan que se le puede ver jugando con otr@s niñ@s de la región.
Pero no tod@s aquell@s que se cruzan en su camino tienen una experiencia agradable para platicar, pues detrás de esa actitud juguetona, el Cipitío debe cumplir con la encomienda oscura que Tláloc le encomendó el día que lo nombró protector de la naturaleza.
Si un cazador furtivo que no caza por necesidad, un campesino ambicioso que intenta prender fuego o talar el monte, un padre desobligado, o una mala madre, se cruzan con él, lo menos que recibirán serán quemaduras en brazos y espalda, que el enfurecido pequeño les causara con el cigarro que siempre lleva consigo.
Eso en el mejor de los casos, pues si a juicio del Cipitío el caso lo amerita, se trasformará en una bestia aterradora, causándoles a los infractores un paro cardiaco instantáneo, y a los más desdichados los arrastrará hasta el fondo del bosque para torturarlos y nunca nadie jamás volverá a saber de ell@s.
Así que ya lo sabes, si tienes cuentas pendientes con la naturaleza, o no has tratado bien a tus hij@s, ni se te ocurra transitar por los dominios del pequeño guardián.