Superviviente eterno

Por Agencias
[email protected]

El Madrid vuelve a hacerlo: se ve superado por el Atlético en la primera mitad, se levanta en la segunda y acaba pasando en la prórroga.

Soto Grado echó a Savic y perdonó a Ceballos.

El Atlético intentó aplicar en el Bernabéu una de esas leyes fundamentales del fútbol que está escrita en el aire: a esto suele ganar quien más lo necesita. Y el Madrid se la saltó a su estilo: dejó que le dieran por muerto, su forma favorita de matar. Fueron dos partidos en uno, hecho recurrente en la Copa. Se gustó el Atlético en la primera parte, con Griezmann como su trébol de cuatro hojas, ante un Madrid fantasma. En la segunda, regresó ese equipo tremendista que se lleva todo por delante, alcanzó la prórroga (inevitable en derbis a todo o nada) y en ella, contra diez (la semana será larga por la doble vara de Soto Grado), condenó a los rojiblancos a otro año en blanco.

A Ancelotti le gusta volver al lugar donde fue feliz. No por superstición, sino por fe. Así que hizo regresar al equipo a Kroos y Modric, los conductores de su éxito. Aún les cree en buen uso si no se les lleva al límite, y más si les acompaña de futbolistas tan vigorosos como Camavinga o Valverde. No es fácil desengancharse de dos jugadores tan adictivos. Ni siquiera si los del banquillo (Ceballos, Asensio…) aprietan de verdad. Simeone, en cambio, se fia más del último minuto y el tridente Griezmann-Correa-Morata le ha entrado por el ojo. Así que no por pisar al Bernabéu dio un paso atrás. Salió sin el paraguas de Kondogbia, centrocampista tapón, y fue rotando a sus puntas para ofrecerle pistas falsas al Madrid.

Un gol de todos

El equipo de Ancelotti quiso acreditar pronto de quién era el campo. En un duelo de ritmo bajo, Kroos y Modric, más el empuje de Camavinga, llevaron al Atlético cerca de Oblak. El equipo rojiblanco está acostumbrado a pasar largas temporadas ahí y tampoco le incomoda. Ya lo saben, lo dice Simeone, le gusta la pizza. Aquello duró un pestañeo. De inmediato se entró en un inicio tranquilo, sin la tensión propia de agravios pasados por un pasillo o una entrada de menos o una pancarta cafre de más. Mucho pase de seguridad, poca aventura, ningún remate. Lo que no es la Copa, una competición de rompe y rasga.

Y de pronto, en plena encalmada, el Atlético se puso por delante en una magnífica jugada coral. Retrasó Correa, abrió a la derecha Koke, en la maniobra decisiva, Nahuel tocó sobre la marcha y Morata empujó la pelota a la red. Un tanto de extraordinaria limpieza. Un botín enorme para el equipo de Simeone, que suele guardar bien los ahorros.

El 0-1 confirmaba la tendencia del partido. El Atlético rompía el pronóstico con un manejo muy fluido de la pelota ante un vecino que llegaba tarde a cualquier ayuda. Era el Madrid de la final de la Supercopa, inexistente en la presión, muy inferior en la intensidad. Delante de Oblak dejaba muy poca cosa: un tuya-mía de Benzema y Vinicius que no fue de ninguno de los dos por un mal control del brasileño; un tirito lejano de Valverde, que se dejó el cañón en Qatar, y un remate marciano de Militao, que sobre la línea sacó un balón que ya se colaba en un lanzamiento de falta de Kroos. El fuera de juego permitió que el estrafalario lance no constase en acta. Ocasiones menores de un partido guionizado por Griezmann, que juega donde quiere. No es anarquía, sino omnipresencia. Ahora lleva una doble vida que se celebra en el Metropolitano.

También tenía mérito lo que sucedía tras él. Con una buena red cooperativa, el Atlético volvía inexistentes a Benzema y Vinicius mientras Valverde andaba fuera de onda, impreciso, descentrado, sin energía. Antes del descanso, además, se rompió Mendy y tuvo que improvisar Ancelotti colocando en la izquierda a Camavinga y metiendo en el centro a Ceballos. El Atlético se fue contento a medias al descanso: el resultado era magnífico pero benévolo con un Madrid desfiguradísimo.

La resurrección

En la segunda mitad cambió el clima. Entre la bronca de Ancelotti y las exigencias del estadio, el Madrid se colocó en modo remontada: recuperaciones rápidas, aperturas a las bandas, conducciones de Modric y Ceballos y, por fin, presencia en el área: un tiro cruzado de Nacho que no encontró cómplice, un zapatazo alto de Valverde, una parada felina de Oblak a tiro de Benzema; un mal control del francés en el punto de penalti… Un partido más en la línea de lo esperado. También un Simeone más en su papel: quitó a Morata para meter a Witsel. Para él la guerra ya era de trincheras.

El Madrid había empezado a corregir cosas, más allá de la voluntad: Camavinga mejoró a Mendy; Ceballos, con aire de titularísimo, rompió líneas en el centro; Modric fue por fin Modric. Lo único incorregible era Benzema, en tinieblas.

También el Atlético tuvo su minuto de respiro, en el que concentró un lanzamiento de falta de Griezmann, con paradón de Courtois, y una chilena fallida de Witsel. Los siguientes cambios de Simeone (Carrasco y Memphis) fueron para alargar el equipo. Los de Ancelotti, Rodrygo y Asensio, para el cara o cruz. Ese arreón a la tremenda que en la Champions tantas veces le ha salido. El corazón por encima del orden. El territorio Rodrygo, que limpió a cuatro rojiblancos en un eslalon de fantasía, con dos cambios de pie, para marcar con el exterior y hacer un gol que el Madrid ya merecía. A la prórroga se llegó de milagro porque uno y otro pudieron evitarla en un final frenético.

En el tiempo extra, Savic se ganó dos amarillas en un minuto, justas. Tanto como la segunda que le perdonó Soto Grado a Ceballos en el minuto 73. El Atlético tiene derecho a pedir el libro de reclamaciones. El partido, sin Griezmann y durante un rato, ya fue monocolor y lo decidió un gol de Benzema, el que faltaba. Había firmado su peor partido en tiempo y acabó poniéndole firma a la victoria con remate de derecha ajustado al palo. El Atlético luchó en inferioridad hasta el final, pero en la agonía es insuperable el Madrid. Vinicius remató la faena en una jugada en la que nadie ya tenía fuerzas para detenerle. Eso es el equipo de Ancelotti, la noche y el día en un ratito.