“The Thursday Murder Club”: misterio con té y nostalgia británica

Por Max Vásquez
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Si hemos de creer lo que propone The Thursday Murder Club, más de uno querría adelantar su retiro para mudarse a un lugar como Coopers Chase, la elegante residencia donde transcurre la acción.

Allí, en medio de la campiña inglesa, los jubilados disfrutan de departamentos espaciosos decorados con antigüedades, menús con vino al mediodía, clases de tiro con arco y dibujo al natural, jardines cuidados al detalle y, como toque excéntrico, llamas como animales de compañía.

El director Chris Columbus, con su estilo de entretenimiento familiar ya probado en títulos como Home Alone o Harry Potter and the Sorcerer’s Stone, recrea un entorno tan idílico que funciona como una fantasía escapista, pero también como escenario improbable para una serie de crímenes.

En ese ambiente, cuatro jubilados deciden emplear su tiempo libre en algo poco habitual: investigar casos sin resolver.

El “Club del jueves de asesinatos” es una reunión semanal donde la experiencia vital se convierte en herramienta detectivesca.

La premisa conecta de inmediato con una tradición muy británica: la del crimen de salón, el whodunit popularizado por Agatha Christie y más tarde televisado en fórmulas como Murder, She Wrote.

La sombra de Angela Lansbury sobrevuela la película, aunque aquí la apuesta es coral y con un tono más abiertamente cómico.

El mayor atractivo de la cinta está en su elenco. Helen Mirren lidera con aplomo como Elizabeth, una mujer de pasado enigmático en “asuntos internacionales”, un eufemismo que huele a espionaje.

Con sus chaquetas de cuadros y su mirada acerada, Mirren dota al personaje de la mezcla exacta entre severidad y picardía. Pierce Brosnan interpreta a Ron, un exlíder sindical combativo; Ben Kingsley a Ibrahim, un psiquiatra retirado; y Celia Imrie se suma como Joyce, exenfermera y repostera aficionada, que se convierte en el alma entusiasta del grupo.

El contraste de personalidades genera momentos entrañables: el sarcasmo de Brosnan, la fragilidad de Kingsley, la energía ingenua de Imrie y la autoridad magnética de Mirren.

Sin embargo, el guion de Columbus no siempre aprovecha al máximo el talento reunido, especialmente en el caso de Kingsley, que queda relegado a un segundo plano. Pese a ello, la química entre los actores logra sostener el interés incluso cuando la trama pierde intensidad.

La película juega constantemente con la nostalgia del espectador.

El club recuerda inevitablemente a los detectives improvisados de la televisión británica de domingo por la noche, con su mezcla de misterio ligero y humor costumbrista.

En una escena incluso se reconoce la comparación de manera explícita, cuando Joyce comenta que parece estar en una de esas series donde dos ancianas superan a la policía.

Elizabeth, irritada, le pide no repetirlo jamás, un guiño meta que confirma que Columbus es consciente de la fórmula que maneja.

El problema es que en ocasiones esa fórmula se desliza hacia la caricatura. Un ejemplo es la escena en la que Elizabeth pregunta qué significa “WTF”.

Que una mujer con tal experiencia y agudeza desconozca un acrónimo tan común resulta inverosímil, y la broma, rematada con la reacción escandalizada de una madre cercana, cae en lo obvio.

Estos momentos hacen dudar de si los personajes están construidos como individuos complejos o simplemente como clichés simpáticos diseñados para arrancar sonrisas fáciles.

En términos estrictos, la trama policial carece de la tensión que exige un buen thriller. El asesinato de uno de los dueños de Coopers Chase sirve de catalizador, pero el desarrollo es previsible y nunca alcanza un suspenso sostenido.

El antagonista, Ian Ventham, interpretado con suficiencia por David Tennant, encarna al empresario codicioso dispuesto a demoler la residencia y convertirla en un centro de eventos.

Es un villano funcional, aunque demasiado plano para dejar huella.

La investigación policial paralela, a cargo de Naomi Ackie y Daniel Mays, aporta momentos de comedia, pero refuerza la sensación de que la película se disfruta más como retrato ligero de personajes que como enigma criminal.

Al final, lo que engancha no es descubrir quién mató a quién, sino observar cómo estos jubilados encuentran un nuevo propósito en su rutina.

La película, sin embargo, no se limita a la comedia.

Elizabeth enfrenta en silencio la enfermedad de su esposo, interpretado con sensibilidad por Jonathan Pryce.

El deterioro cognitivo del personaje introduce una dimensión más íntima y dolorosa.

A través de esta subtrama, Columbus recuerda que, pese a la vitalidad aparente de los protagonistas, la edad conlleva pérdidas inevitables.

“Atesora los buenos momentos”, le aconseja un amigo a Elizabeth, y esa frase resume el corazón del filme: detrás del humor y los acertijos, late una reflexión sobre la fragilidad del tiempo y el valor de la compañía.

En definitiva, The Thursday Murder Club funciona mejor como comedia costumbrista que como misterio criminal.

Su guion es ligero, su trama predecible y su humor irregular, pero la calidez de sus intérpretes y el encanto del entorno hacen que las dos horas transcurran con comodidad.

Netflix ofrece aquí un producto diseñado para el consumo intergeneracional: lo bastante ingenioso para mantener la atención y lo suficientemente blando como para no incomodar a nadie.

No revolucionará el género ni será recordada como un clásico, pero consigue lo que promete: dos horas en un refugio elegante donde la vejez no es sinónimo de inactividad, sino de ingenio, camaradería y hasta picardía.

La cinta está clasificada PG-13 por violencia, lenguaje fuerte y referencias sexuales, con una duración de 118 minutos.

Calificación: dos estrellas y media de cuatro.