Por Alíz Ruvalcaba
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Muchos de nosotros ya estamos iniciando el regreso a clases, nos sintamos preparados o no, una cosa sí es segura, nuestr@s hij@s estarán aprendiendo a distancia, y ahora los papás, mamás, abuelos o niñeras, nos estamos convirtiendo en maestros.
Y es que somos quienes de alguna manera ser expertos en navegar plataformas como Zoom, YouTube, salones virtuales y un sin número de aplicaciones con tal de que los estudiantes puedan estar siguiendo un tipo de rutina escolar.
Me considero que soy buena con la tecnología, y aún así estoy teniendo problemas para poder sentirme confiada en que lo estamos haciendo bien.
Mucho menos pensar en que puedo trabajar en las mañanas que mis hijos están en horario escolar. El tener a Lenny (o Leo como ya pide que le llame) en cuarto grado, y a Valentina en primer) es un tira y jala constante.
Por un lado, con Leo tengo que estar ayudando a deletrear palabras que tiene que escribir para entregar sus proyectos, por otro, tengo que estar atenta para saber que enlace a seguir en el horario de Valentina para guiarla cuando es momento de cambiar de una actividad a otra.
En un mundo ideal, ese tiempo que ellos están dedicándolo a la escuela, yo debería estar avanzando en mi trabajo, pero en esta primera semana de regreso a clases, esa prioridad ha sido la última durante la primera mitad del día, es simplemente caótico querer dividirme en tres y sentir que hago una de ellas “bien”.
No puedo dejar de pensar en las familias que no pueden trabajar desde casa y que los niños están siendo cuidados por sus hermanos mayores, por sus abuelitos, o en algún cuido de niños o con alguna niñera, que se deben sentir más perdidos con este nuevo cargo que se les ha impuesto.
Hace un par de semanas hablaba con una amiga, y nos contábamos lo bien que nos hacía sentirnos conectadas estos últimos meses, cuando inició la pandemia, dejamos de tener contacto por alguna u otra razón, y aunque no podíamos vernos o reunir a nuestros hijos físicamente, tratamos de mantener un contacto aunque fuera esporádico por texto o llamada.
No fue sino hasta hace un par de meses que empezamos a vernos en persona una vez por semana, a sabiendas de que tanto mi familia como la de ella, estábamos siendo responsables y tomando las precauciones necesarias para mantener la salud, no exponernos, salir únicamente para lo indispensable y cuando lo hacemos, utilizando los cubre bocas.
Así creamos nuestra “burbuja de salud “como la llamamos, y eso nos ha traído un poco de la vieja normalidad que tanto nos hacía falta sentir.
Hemos visto el cambio en nuestros hijos también, donde el estar en contacto con amigos de su edad ha sido como recuperar un poquito de felicidad que estaba encerrada.
Ahorita creo que sucede lo mismo empezando la escuela, como mamás y papás de familia, debemos de buscar esas conexiones, aunque sea de manera virtual, por teléfono o vía mensajes de texto.
Es importante recordar que lo que estamos viviendo y sintiendo no es únicamente nuestro.
Muchos de nosotros lo estamos sintiendo, pero no lo expresamos al sentir que somos los únicos que lo estamos pasando.
Las redes sociales muchas veces (como en mi caso) nos ayudan a estar conectados con familiares y amigos que están en otro país y es el vínculo que nos mantiene cerca, pero al mismo tiempo, veo como la realidad que se vive en lo virtual, es muy diferente a la realidad que se experimenta a diario.
preMe llama mucho la atención cómo, por ejemplo, una de mis amigas nos escribía lo mal que lo estaba pasando en ese primer día de escuela, como estaba a punto de darse por vencida y quería llorar pensando que no podría seguir así el resto del año, todas estábamos pasando un día así, y de alguna manera ayudaba el saber que no estábamos solas en ese sentimiento, y que estábamos haciendo lo mejor para nuestros hijos.
Para mi sorpresa, esa misma noche antes de dormir me puse a revisar mi teléfono, y la realidad proyectada en las redes sociales por esta amiga fue completamente diferente, había fotos de un día perfecto de primer día de escuela, niños y mamá sonrientes y las imágenes eran la perfecta realidad con la que todas soñamos.
Me dio gusto poder ver las dos caras, para entender que esa realidad fue momentánea, que pocas horas antes de compartir esa realidad virtual pudimos apoyarla echándonos porras, animándonos las unas a las otras para salir adelante, y esto me llevó a recordar lo importante que es no creer que lo que vemos en las redes sociales, es una realidad absoluta.
Me prometí a mí misma el dejar de compararme con las falsas realidades que veo en mis redes sociales, entender que todos estamos haciendo lo mejor que podemos, y saber agradecer al final del día por lo que sí tenemos.
La salud ahora es primordial y es algo que se debe valorar por sobre todas las cosas. Para todo lo demás, es importante buscar una red de apoyo, y no olvidarnos de que estamos pasando todos por esto, aislados, pero juntos.