Por Agencias
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El ariete del Inter falla un repertorio de ocasiones clarísimas y permite el empate de Croacia, que se enfrentará en octavos al primero del grupo de España.
En el repertorio de remates imposibles de fallar que sí acabó fallando Romelu Lukaku se disolverá posiblemente, al menos para la historia de los mundiales, una de las generaciones de Oro europeas que mejor fútbol ha desplegado, sin alcanzar el título, durante los últimos años.
La incapacidad del ariete interista para embocar al menos una del montón de ocasiones clarísimas que sus compañeros le sirvieron durante una segunda mitad de intenso color Diablo Rojo apea a Bélgica…
Y mantiene en el Mundial a otra gran camada, la croata. En una noche no demasiado afortunada para pilares como Modric, Kovacic, Lovren o Perisic, a Croacia le dio con el brío, la lucha y el sudor, y ahora se enfrentará a ¿España? al primero del grupo E en los octavos de final.
La selección balcánica juega no con tres, sino con cuatro magníficos centrocampistas: Brozovic, Kovacic, Modric y el exterior del pie derecho de Luka, un ente individual que pasará a formar parte de la historia del fútbol independientemente de su dueño, que también.
Un exterior del que surgió a los pocos segundos el primer acercamiento de Croacia, atrevida al menos en el inicio.
Sosa controló el pase de Modric dentro del área y su zambombazo pasó cerca del palo izquierdo de Courtois, otra vez un buen Courtois.
Técnicamente, fueron los croatas los que más cerca anduvieron de marcar, gracias a un penalti que el inglés Taylor señaló en primera instancia, pero que luego anularía vía VAR tras uno de esos análisis, casi autopsias con los que el videoarbitraje del Mundial homenajea a Hitchcock un partido sí y otro también.
Se castigan golpecitos, roces y fueras de juego milimétricos en jugadas muy anteriores, mientras a los aficionados, propios y ajenos, se les queda cara de no entender nada.
Diríase que la sala VOR se encuentra en Las Vegas y que el que avisa a los árbitros es el mismísimo Gil Grissom.
El balón merodeaba durante mucho tiempo las áreas y Bélgica rozó el gol más que Croacia.
Lo tuvo Mertens al culminar demasiado alto una contra en la que por fin, desde que comenzara el Mundial, había asomado la deliciosa calidad de De Bruyne, quien completó un partido en el que de verdad se pareció al De Bruyne de siempre, coincidiendo curiosamente con la ausencia del antaño gran artista belga, Eden Hazard,. Roberto Martínez le había decidido dejar en el banquillo.
¿Acaso ya no pueden jugar juntos? Esta vez, De Bruyne sí que merecía el MVP.
¿Y si se diera un LVP (Less Valious Player, jugador menos valioso)? Sin discusión ninguna lo habría obtenido Romelu Lukaku.
En un Mundial al que llegó lesionado, el ariete salió tras el descanso, y lo hizo para desperdiciar un puñado de oportunidades tremendas, las más claras de Bélgica, todas prácticamente con la puerta rival vacía.
Dio Lukaku un clase magistral de cómo no ser capaz de meter gol con la que tendrán pesadillas millones de belgas durante muchos meses.
Con la pierna diestra, al palo, de cabeza fácil y arriba, con la barriga en la misma boca de gol…
Un gol que no llegó en Bélgica ni tampoco en Croacia, eufórica por el empate y, sobre todo, por la manera en que llegó.
Una generación se va y otra, la del arlequín rojiblanco, tiene todavía algo que decir en Qatar.