Por Luis A. Cervantes
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Cuando los primeros colonos europeos llegaron a las tierras de las naciones indígenas Secwepemc y Syilx, en la actual Columbia Británica canadiense, escucharon historias que helaban la sangre: en las profundas aguas del lago Okanagan habitaba un monstruo acuático, un espíritu guardián tan caprichoso como cruel.
Los ancianos contaban que quien osara cruzar el lago o pescar en él sin rendir tributo, ya fuera un objeto valioso o el sacrificio de un animal, se enfrentaría a un destino fatal. Impresionados por estas advertencias, los colonos imitaron a los nativos: nadie se aventuraba al agua sin antes honrar al mítico Ogopogo.
Hasta que un día, la arrogancia rompió la tradición. Joseph Kurt, un colono joven y fanfarrón, bebía junto con nueve amigos en la orilla del lago. Entre risas y copas, comenzó a burlarse de “las tontas supersticiones” de los indígenas. Tres de sus amigos lo apoyaron, mientras el resto defendía la existencia del espíritu, recordando historias de incrédulos que jamás regresaron de sus travesías.
Kurt, para demostrar su valentía, o su necedad, hizo una apuesta insensata: ofreció quince cabezas de ganado a cambio de cruzar el lago de ida y vuelta, sin ofrendas ni rituales. La apuesta fue sellada con un apretón de manos.
Al amanecer, el pueblo entero se reunió en el embarcadero. Entre murmullos y gestos de preocupación, vieron partir la pequeña canoa con Kurt y sus tres compañeros remando hacia el centro del lago, cuyas aguas oscuras reflejaban un cielo de acero.
El día transcurrió lentamente. Cuando cayó la noche y los hombres no habían regresado, el silencio se tornó en certeza de tragedia. Pasada la medianoche, doce canoas partieron en su búsqueda, no sin antes ofrendar doce conejos al espíritu del lago para pedir protección.
Al amanecer hallaron un único sobreviviente, aferrado a un trozo de madera, temblando de frío y murmurando incoherencias. Lo único claro que dijo entre sollozos fue:
—Dejen de buscar… Ogopogo se los llevó.
Durante meses, el joven guardó silencio, hasta que, un día, decidió contar lo ocurrido:
“Después de una hora de remar, todo parecía perfecto. Creíamos que ganaríamos la apuesta y abrimos unas botellas para celebrar. Fue nuestro error. De pronto, un viento gélido nos caló los huesos. Una niebla espesa nos envolvió y entonces apareció… una criatura imposible.
Era una serpiente rojiza de más de 12 metros, con 7 protuberancias negras en la espalda. Su cabeza, como la de un dragón, tenía ojos rojos que ardían como brasas. No tuvimos tiempo de defendernos, el reptil se movía de manera rápida y precisa, sin el más mínimo esfuerzo azotó su poderosa cola para partir en dos nuestra embarcación.
Kurt fue el primero en hundirse, después John y Rick… Yo solo sobreviví porque me arranqué la cadena de oro del cuello y la lancé al agua. En cuanto desapareció bajo la superficie, el monstruo se sumergió y me dejó vivir”.
Hasta hoy, los habitantes de la región creen que Ogopogo habita en las cuevas submarinas de la Isla de la Serpiente de Cascabel, también conocida como Isla de los Monstruos. Quien se aventure en el lago Okanagan debe decidir si muestra respeto al espíritu guardián o arriesga su vida como lo hicieron Kurt y sus amigos.
Porque, en estas aguas, la línea entre mito y realidad se diluye tan rápido como la niebla que cubre el amanecer. Se dice que el espíritu habita en las cuevas debajo de la Isla de la Serpiente de Cascabel (también conocida como la Isla de los Monstruos). Si un día viajas al lago Okanagan, de ti depende mostrar respeto por su espíritu guardián, o jugarte el pellejo arriesgándote a perder como Kurt y sus amigos.
