
Por Redacción
Redaccion@latinocc.com
En una ranchería de Oaxaca, Mex., vivía Arnulfo Méndez, hombre trabajador, dedicado a la crianza de chivas, a pesar de las carencias él vivía muy feliz en su humilde jacal, junto a su esposa y 3 hijos.
Arnulfo era un hombre de gustos sencillos y gran corazón, siempre dispuesto a ayudar a los demás, a pesar de sus carencias, no lo pensaba dos veces en sacarse el bocado de la boca, para dárselo a alguno de sus vecinos que lo necesitaban más que él.
Una calurosa tarde de abril, sin importar que fuera jueves Santo, Arnulfo sacó a pastar su manada de chivas, como era su costumbre, en cuanto empezó a caer la noche, emprendió el camino de regreso al corral, entonces fue cuando algo bastante fuera de lo normal sucedió:
El chivero vio a lo lejos como una llamarada salía de entre una cerca de piedras, su primera reacción fue correr hasta el fuego con la intención de apagarlo, para impedir que se propagara y evitar el inicio de un incendio forestal.
Pero al llegar al lugar ya no había fuego alguno, algo confundido se dio la vuelta, diciendo que seguramente el hambre y el cansancio que tenía, ya lo estaban haciendo alucinar.
El sábado siguiente, como de costumbre fue a la tienda frente a la plaza, para tomarse un par de Pepsis con alcohol y platicar con sus amigos, cuando llegó al lugar su compadre Filemón ya estaba ahí, empezaron a platicar.
Arnulfo le contó lo que le había pasado en el potrero, atrayendo la atención de Filemón en demasía, quien le aconsejó que por su propio bien no volviera a contarle a nadie sobre ese asunto, porque si no la gente empezaría a pensar que estaba volviéndose loco, y sería el hazmerreír del rancho.
Arnulfo le agradeció el consejo, un poco antes de que los demás amigos llegaran; durante toda la tarde el tema de la llamarada no volvió a ser tocado.
El embustero de Filemón fingió sentirse mal del estómago, para justificar que tendría que irse a casa más temprano de lo habitual; en cuanto dobló la esquina, corrió hasta su casa por de un pico y una pala, antes de emprender el camino hacia el cerro, en búsqueda de la cerca de piedra que su compadre le había contado.
Al llegar, inmediatamente tumbó la cerca y empezó a escarbar, después de un par de horas su corazón empezó a latir excitado, cuando la punta de su pico produjo el característico sonido de un cántaro de barro rompiéndose.
Filemón, seguro de que había encontrado el entierro de dinero, empezó a malpensar en todos los excesos que viviría, ahora que se volvería rico, pero para su mala fortuna se percató que el cántaro que había encontrado en lugar de monedas de oro estaba lleno de mojones frescos de excremento humano.
Lleno de asco, furia y rencor, pensó que todo aquello había sido una broma que su compadre Arnulfo le había jugado, así que inmediatamente pensó que sería una justa venganza llevarle el excremento y arrojárselo por la ventana de su casa; después de hacer su mala obra Filemón se fue a dormir.
A la mañana siguiente en el rancho no se hablaba de otra cosa, más de que algún buen samaritano había arrojado monedas de oro en la casa del chivero, quien lleno de gozo le dijo al párroco que él daría el dinero necesario para construir un comedor comunitario, para que toda la gente del pueblo pudiera ir a comer ahí cuando lo necesitara.
Lleno de rabia, Filemón empezó a gritar, que le devolvieran su oro, que esas monedas eran suyas, que él las había encontrado. Causó tanto escándalo que fue arrestado, pero en la celda su situación empeoró, y terminó siendo llevado a un manicomio donde vivió el resto de su vida.
Así que ya lo sabes, no busques lo que no perdiste, ni trates de apropiarte de lo que no es tuyo, porque el camino de la avaricia puede llevarte a un lugar oscuro, donde seguramente se extraviará tu tranquilidad y tu alma.