Por Agencias
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La mexicana es una de las coautoras de un estudio de ‘The Lancet’ que revela que al menos 1,5 millones de muertes de mujeres podrían evitarse mediante estrategias de prevención primaria o detección precoz.
Existe un gran consenso sobre lo masculinizada que está la ciencia. Documentada e investigada principalmente por (y para) hombres, las mujeres científicas han sido una minoría empujada hacia la sombra. Y las pacientes también.
Son muchos los diagnósticos pensados para la fisiología de los varones o tratamientos de acuerdo a su sintomatología. Pero esto no es nada nuevo. Cerca de una treintena investigadoras de cuatro continentes han querido ir más allá y preguntarse qué pasa cuando a la discriminación por sexo se le añaden otras variables como el género, la etnia o la clase social.
La interseccionalidad es un término transversal en el estudio de The Lancet, Mujer, poder y cáncer, publicado en septiembre. María Teresa Bourlon, oncóloga y autora de la comisión multidisciplinar encargada, es tajante en conversación con América Futura: “El cáncer está aún muy ligado al patriarcado. Y el patriarcado tiene muchos otros matices que cada vez están entrando más en las investigaciones científicas. No tiene sentido seguir ignorándolos”.
El estudio arroja unas cifras durísimas. Al menos 1,5 millones de muertes de mujeres podrían evitarse mediante estrategias de prevención primaria o detección precoz, y otras 800.000 si todas las mujeres tuvieran acceso a una atención óptima para el cáncer. Es decir, se podría evitar la muerte de 2,3 millones personas al año.
Estas corresponden casi a la mitad de las muertes por cáncer de mujeres anuales (4,43 millones). Esto, para la coautora mexicana, tiene mucho que ver con la falta de perspectiva de género en las políticas públicas de prevención, diagnóstico y tratamiento, que tiene como raíz la carencia de datos fiables nacionales sobre acceso a sanidad o asistencia a tratamientos. “Cuando no hay cifras, no se suele hacer la pregunta de por qué las mujeres no están llegando a los puestos de salud, por qué no siguen el tratamiento o por qué no tienen una red de apoyo que las cuiden. Conocer estos contextos y tener datos fiables y rigurosos es muy importante”.
La primera barrera, la económica
Este grupo interdisciplinar de The Lancet se hizo todas estas preguntas. Y llegaron a una conclusión honda: las brechas de género ―económica, de cuidados y de violencia― son grandes obstáculos en la lucha contra el cáncer. La primera barrera es la económica.
“Ellas siguen siendo las principales encargadas de las labores de la casa y, las que trabajan, no suelen hacerlo formalmente. Así, muchas no tienen acceso siquiera a los servicios sanitarios”, cuenta Bourlon. Esto se traduce en diagnósticos más tardíos, añade. “Las mujeres, sobre todo de entornos más desfavorecidos, tienen menor capacidad de reacción y recursos económicos para enfrentar los tratamientos. Y esto no suele estar recogido en los estudios de cáncer”, dice. Casi dos de cada diez mujeres llegan a las consultas cuando la enfermedad está muy avanzada o es prácticamente imparable. Después del cáncer de seno, el cáncer de pulmón es el más común entre las mujeres a pesar de que en el imaginario colectivo se sigue vinculando esta a una “enfermedad masculina”: “Los únicos cánceres que son diferentes y que requieren un enfoque diferente son los vinculados a la biología masculina y femenina. Y, sin embargo, no se estudian por igual”.
Otro de los problemas que señala Bourlon es el miedo al abuso sexual en consulta. Son muchas las mujeres que han sido víctimas de tocamientos e incluso violaciones durante las citas médicas. “Hay una gran parte de sanitarios hombres y muchas pacientes dejan de ir tras conocer este tipo de testimonios de familiares o amigas”, relata.
Un caso flagrante es al descubrir el elevado número de colonoscopias -exploración que permite la visualización directa del intestino para detectar, entre otros, cáncer de colon- incompletas en mujeres, con respecto a hombres.
“No es anecdótico”. Asimismo, esta investigación profundiza en las barreras culturales y la falta de educación sanitaria en ámbitos principalmente rurales.
“América Latina es muy diversa y hay muchos mitos alrededor de la quimioterapia o la radiología que tienen que ser desmentidos. Solo así puede llegar la medicina”, señala.
En los países con un índice bajo de desarrollo humano, el 72% de las muertes por cáncer son prematuras. Un porcentaje que casi se reduce a la mitad en países con rentas medias y altas.
Mujeres cuidadoras a las que no cuidan
Los cuidados son la tercera gran desventaja de las mujeres también en el ámbito sanitario. Si bien son ellas las que se organizan para tejer redes de apoyo y atención a parejas, padres o hijos enfermos, cuando son ellas las pacientes, esta comunidad de cuidados no parece ser tan sólida.
“Por una parte, estas tienen que dejar muchas veces los trabajos precarios para cuidar. Pero a ellas casi nadie las cuida. Por eso no suelen concluir tratamientos o no siguen monitoreando síntomas”, explica la experta.
La principal propuesta de las autoras del estudio es también uno de los grandes pedidos de los movimientos feministas: que los cuidados sean remunerados. En México, por ejemplo, este sector económico podría representar hasta el 2% del gasto nacional de salud.
No hacer un cambio de mirada puede abrir más incluso las brechas, ya que la tendencia es a que este tipo de patologías aumenten con los años. En 2020, a 9,23 millones de mujeres en todo el mundo se les diagnosticó cáncer y 4,43 millones murieron de esta enfermedad.
Para 2040, se prevé que estas alcancen los 13,3 millones de casos nuevos y 7,1 millones de muertes, lo que representaría una aumento del 44% en casos nuevos y aumento del 60% en muertes.
“Hay que empezar por hablar de perspectiva de género. Es urgente”, pide Bourlon.