Por Agencias
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En un polvoriento descampado al este de la gran capital de México, unos 500 refugiados ucranianos esperan en grandes carpas bajo un sol abrasador a que el gobierno de Estados Unidos les diga que pueden entrar.
El campamento sólo lleva abierto una semana y cada día llegan entre 50 y 100 personas.
Algunos ya han estado en la frontera de Estados Unidos en Tijuana, donde les dijeron que ya no podrían pasar.
Otros llegaron a aeropuertos en Ciudad de México o Cancún, a cualquier lugar para el que pudieran conseguir un pasaje desde Europa.
“Pedimos al gobierno estadounidense que procese más deprisa”, dijo Anastasiya Polo, cofundadora de United with Ukraine, una organización no gubernamental que colaboró con el gobierno mexicano para instalar el campo. Después de una semana, señaló, ninguno de los refugiados que hay allí “está siquiera cerca del final del programa”.
El gobierno de Estados Unidos anunció el programa Unión para Ucrania el 21 de abril.
Cuatro días después, los ucranianos que llegaban a la frontera entre Estados Unidos y México dejaron de verse exentos de la norma asociada a la pandemia que se ha utilizado en los dos últimos años para devolver con rapidez a migrantes sin siquiera oportunidad de pedir asilo.
En lugar de eso, tendrían que aplicar al programa desde Europa u otros países como México.
Pueden optar personas que estuvieran en Ucrania el 11 de febrero, tengan una persona u organización de apoyo en Estados Unidos, cumplan los objetivos de vacunación y otros aspectos de salud pública y pasen revisiones de antecedentes.
Polo dijo que las autoridades del gobierno le habían dicho que los trámites debían tomar una semana, pero parecía que el proceso apenas comenzaba.
Algunos de los primeros en llegar habían recibido emails del gobierno estadounidense para confirmar que se habían recibido sus documentos y los de sus patrocinadores, pero Polo no había tenido noticia de que alguna de esas personas y organizaciones de apoyo hubiera recibido autorización por el momento.
“Estas personas no pueden quedarse en este campo, porque es temporal”, dijo Polo. Más de 100 de los residentes del campamento son niños.
Casi 5,5 millones de ucranianos, en su mayoría mujeres y niños, han huido de Ucrania desde que Rusia invadió su país vecino el 24 de febrero, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.
Giorgi Mikaberidze, de 19 años, estaba entre los que esperaba.
Llegó a Tijuana el 25 de abril y encontró la frontera estadounidense cerrada.
Se quejó de que el gobierno estadounidense había avisado con poca antelación porque mucha gente, como él, ya estaba de camino.
Pasó de estar a apenas unos metros de Estados Unidos a verse ahora a unos 966 kilómetros (600 millas).
Cuando el gobierno de Estados Unidos anunció a finales de marzo que aceptaría hasta 100.000 refugiados ucranianos, cientos de personas empezaron a llegar a diario a Ciudad de México o Cancún como turistas y volaban a Tijuana, donde esperaban apenas unos días -y en un momento dado, unas horas- hasta ser admitidos en Estados Unidos en un paso fronterizo de San Diego por una exención humanitaria.
Las citas en los consulados estadounidenses en Europa son escasas y la reubicación de refugiados toma tiempo, lo que hacía de México la mejor opción.
Viajar a México era un camino enrevesado, pero un grupo disperso de voluntarios, la mayoría de iglesias eslavas en el oeste de Estados Unidos, recibía a los refugiados en el aeropuerto de Tijuana y los llevaba hasta un centro de ocio proporcionado por las autoridades locales para que esperasen miles de personas.
La espera de dos días llegó a reducirse a unas pocas horas conforme los inspectores de frontera estadounidenses hacían pasar a los ucranianos.
Ese trato especial terminó el día que Mikaberidze llegó a Tijuana.
“Queremos ir a Estados Unidos porque ya estamos aquí, algunos ni siquiera tienen dinero para regresar”, explicó.
Mikaberidze estaba visitando a familiares en Georgia, en el sur de Ucrania, cuando se produjo la invasión rusa, y no pudo regresar.
Su madre permanece en su poblado cerca de Járkiv, en el este de Ucrania, y tiene miedo de abandonar su casa porque las tropas rusas disparan de forma indiscriminada a los autos que pasan por la zona, dijo.
“Dijo que es una situación muy peligrosa”, dijo Mikaberidze, que viajó a México solo.
El campo en Ciudad de México ofrece un lugar seguro donde esperar. Se levantó en un gran recinto deportivo, de modo que se veía a los refugiados ucranianos paseando niños en carrito por las veredas, jugando al fútbol o al voleibol o incluso nadando.
Sin embargo, se les ha advertido que si bien son libres de salir del recinto, nadie es responsable de su seguridad. Iztapalapa, el barrio más poblado de la capital, es también el más peligroso.
El gobierno mexicano presta seguridad al campo con unos 50 agentes, dijo Polo.
La Armada también ha habilitado una cocina portátil para servir comidas.
Ella dijo sentirse a salvo dentro del campo, aunque ha pedido al gobierno que se estudie la posibilidad de trasladarlo a una zona más segura.
Mykhailo Pasternak y su novia, Maziana Hzyhozyshyn, esperaban a la entrada del complejo el lunes por la tarde.
Los dos parecían estar resfriados y tenían previsto irse a un hotel un día o dos para tratar de descansar y recuperarse antes de regresar al campamento.
Pasternak había salido de Estados Unidos para ayudar a Hzyhozyshyn a entrar.
Los dos pasaron varios días en Tijuana antes de volar a Ciudad de México, y llegaron el domingo al campamento.
La pareja estaba de pie en las calles de Iztapalapa y parecían encontrarse mal bajo el sol inclemente. La pareja se conoce desde hace seis años.
“Es mi amor”, dijo Pasternak.