
Por Agencias
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El problema con los dispositivos digitales no depende solo del tiempo que se emplea frente a ellos, sino también de la intensidad, la frecuencia, la dependencia que generan y las consecuencias que provocan.
Dos investigaciones recientes, una publicada este miércoles en JAMA y otra avalada por la Organización Mundial de la Salud a través del proyecto Health Behaviour in School-aged Children (HBSC), se centran en los efectos de las pantallas en la población más vulnerable: los adolescentes.
El trabajo de JAMA vincula las conductas adictivas a redes sociales, teléfonos móviles y videojuegos con ideas y comportamientos suicidas, además de advertir sobre un mayor riesgo de futuros trastornos mentales.
El informe del HBSC calcula que un 11% de los menores ya ve su vida alterada de forma relevante por el uso de móviles, ordenadores o consolas, y que otro 32% se sitúa al borde del uso problemático.
En otras palabras, uno de cada diez adolescentes presenta un uso claramente perjudicial de las pantallas: su empleo interfiere en la vida diaria y afecta a las relaciones, al rendimiento académico o al bienestar emocional.
Un tercio adicional entra en la categoría de usuarios intensivos: utilizan dispositivos con gran frecuencia y dependencia, aunque todavía no sufran efectos negativos patentes. Sumados, estos dos grupos rozan la mitad de la población escolar analizada en 44 países y regiones de Europa, Asia Central y Canadá.
El 56 % restante se reparte entre quienes usan los dispositivos de forma moderada (44%) y los que casi no los emplean (12%). Sin embargo, la proporción de adolescentes en la antesala del uso problemático ha crecido dos puntos desde la anterior edición de la encuesta HBSC.
Diferencias por sexo y edad
El informe detecta brechas claras entre chicos y chicas.
L@s adolescentes muestran una conexión casi permanente y un uso más problemático de las redes sociales: el 44% reconoce estar en línea casi todo el tiempo frente al 36 % de los varones.
Ellos, en cambio, se enganchan con mayor frecuencia y durante más horas a los videojuegos.
La franja más crítica se sitúa entre los 11 y los 14 años, etapa en la que, independientemente del nivel socioeconómico, aumenta la vulnerabilidad a este tipo de conductas.
El juego en línea ilustra bien la magnitud del fenómeno: un 34% de los adolescentes juega a diario y un 22% dedica al menos cuatro horas diarias a esta actividad; solo uno de cada cinco afirma no hacerlo nunca.
La buena noticia es que la intensidad y la problemática del uso parecen estabilizarse a partir de los 14 años.
Recomendaciones y alertas
El HBSC insta a reforzar las restricciones de acceso para menores, promover hábitos de vida saludables y considerar las diferencias de género al diseñar políticas.
Además, pide a la industria que cumpla estrictamente los límites de edad y elimine los mecanismos de recompensa que fomentan la conexión constante.
Francisco José Rivera, catedrático de la Universidad de Sevilla y uno de los autores del informe, advierte de que el uso intensivo “sin consecuencias graves aparentes” puede desembocar en adicción.
Entre las señales de alarma menciona la incapacidad para concentrarse fuera de las pantallas, la necesidad de revisar el móvil incluso en compañía de amigos o las alteraciones severas del sueño.
Riesgos para la salud mental
La investigación de JAMA, dirigida por Yunyu Xiao (Universidad de Cornell), siguió durante cuatro años a 4.285 jóvenes y halló que casi la mitad experimenta patrones de uso altamente adictivos de móviles o videojuegos. Quienes caen en la categoría de mayor dependencia presentan entre dos y tres veces más riesgo de ideación o conductas suicidas que quienes mantienen un uso bajo.
Expertos independientes subrayan que no solo cuenta el número de horas, sino el tipo de actividad digital.
Lisa Henderson, de la Universidad de York, recuerda que los datos proceden de autoinformes, sujetos a sesgos, y que la dirección de la relación no siempre está clara: adolescentes con problemas psicológicos pueden recurrir más a las pantallas en busca de alivio, lo que agrava su situación.
Por su parte, Chris Ferguson, de la Universidad de Stetson, coincide en que el tiempo de uso no determina por sí mismo la salud mental, pero sí puede indicar estrés en otros ámbitos, como el escolar o el familiar.
En conjunto, ambos estudios confirman que el uso intensivo y problemático de las pantallas afecta a una parte significativa de la juventud y que las diferencias de género, la edad y los tipos de contenido influyen en la magnitud y la naturaleza de los riesgos.