El chavismo afianza su dominio con mínima legitimidad popular y sin respaldo internacional

Por Redacción
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La jornada electoral dejó a la mayoría de las gobernaciones y escaños legislativos en manos del oficialismo. Sin embargo, este triunfo evidencia un respaldo popular menguante. Desde la llegada de Nicolás Maduro al poder en 2013, el chavismo ha perdido al menos tres millones de votos, y la abstención, que rondó el 75 % según denuncias opositoras, se ha convertido en la principal expresión política del descontento ciudadano.

Los resultados dejan apenas una gobernación en manos de la oposición: el estado Cojedes, de baja densidad poblacional. Mientras tanto, figuras oficialistas cercanas a Maduro como Jorge Rodríguez, su esposa Cilia Flores y su hijo Nicolás Maduro Guerra, ocuparán puestos clave en el Parlamento que se instalará en 2026, en lo que se perfila como un órgano alineado completamente con el Ejecutivo.

A pesar de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) amplió de 167 a 285 el número de curules parlamentarias, lo hizo sin seguir los procedimientos constitucionales. Esto, junto a una serie de maniobras y reformas diseñadas para debilitar a la oposición, apunta a la instauración de un régimen de partido único y a la desaparición de los contrapesos institucionales.

No es la primera vez que el chavismo logra copar todos los espacios de poder. Ya ocurrió en 2005 y 2020, cuando sectores opositores promovieron la abstención. Sin embargo, los últimos años han mostrado una tendencia al vaciamiento de las instituciones locales y regionales, que se han vuelto simbólicas bajo un modelo fuertemente centralista. El objetivo declarado del oficialismo sigue siendo la transición hacia el Estado comunal, pospuesta ahora hasta 2026.

En esta elección, el PSUV no renovó sus liderazgos regionales. Muchos de los gobernadores reelectos llevan entre ocho y doce años en el poder. Una excepción fue el simbólico estado Barinas, cuna de Hugo Chávez, que regresó al control del oficialismo con la elección de su hermano Adán Chávez, tras una alta abstención que revirtió la derrota opositora de 2021.

La pérdida más sensible para la oposición fue el estado Zulia, bastión petrolero y electoral, donde el dirigente opositor Manuel Rosales, exgobernador y líder de Un Nuevo Tiempo, no logró reelegirse. Rosales había declinado su aspiración presidencial en 2024 para apoyar la candidatura unitaria de Edmundo González Urrutia. Sin embargo, el llamado a la abstención por parte de María Corina Machado, así como las detenciones previas de alcaldes y funcionarios zulianos, afectaron su campaña.

Criticó a los sectores que promovieron la abstención sin debatir una estrategia común y pidió una negociación política como salida a la crisis institucional.

Por su parte, el número dos del chavismo, Diosdado Cabello, reconoció el lunes que el objetivo no era una victoria arrasadora. “Somos una gran fuerza política, pero hay que asumir esto con humildad”, dijo en rueda de prensa.

La meta real del oficialismo, según analistas, es superar el escollo del 28 de julio, fecha de la elección presidencial, y borrar las denuncias de irregularidades que la oposición, liderada por Machado, pretende documentar para desafiar los resultados.

El CNE reportó una participación del 42,6 %, equivalente a más de cinco millones de votos. Sin embargo, con un padrón electoral de 21 millones de ciudadanos, los números no cuadran. El dirigente opositor Stalin González denunció que, con base en los votos registrados, la participación real estaría en torno al 25 %. La web del CNE permanece fuera de servicio desde el día de la elección y los resultados por mesa aún no son públicos.

El proceso estuvo acompañado de una fuerte represión contra dirigentes y activistas que llamaron a la abstención, con acusaciones de conspiraciones y amenazas de atentados. No obstante, el liderazgo de Machado logró capitalizar el descontento con el sistema electoral y posicionarse como un actor clave en la demanda de una transición democrática en Venezuela.