Llueve sobre mojado para trabajadores agrícolas de la Costa Central

Por Luis A. Cervantes
redaccion@latinocc.com

En una región donde tradicionalmente las lluvias se concentran entre diciembre y enero, este año la naturaleza alteró su calendario. 

Fue hasta finales de febrero e inicios de marzo, ya con la primavera a la vista, que las tormentas comenzaron a descargar su furia. 

Las precipitaciones vinieron acompañadas de ráfagas de viento y temperaturas inusualmente frías, lo que ha afectado cultivos clave en los condados de Ventura, Santa Bárbara y San Luis Obispo.

Las consecuencias no se hicieron esperar en los campos donde se cultivan productos como fresa, lechuga, uva, brócoli y otros frutos y hortalizas que forman la base de la economía agrícola local. 

El impacto ha sido especialmente duro en el cultivo de la fresa, cuya producción depende de un equilibrio preciso de condiciones climáticas. 

El exceso de agua, el viento y el frío comprometen la calidad y cantidad del fruto, lo que reduce la demanda y, con ello, los ingresos de quienes viven de su cosecha y empaque.

Bertha Aparicio, originaria de Oaxaca, México, trabaja desde hace 18 años en la pizca de fresa. Para ella, este año ha sido uno de los más difíciles.

“La verdad, sí está triste la cosa”, dijo en entrevista. 

Aparicio explicó que, por fortuna, su esposo trabaja como podador de uva en un rancho menos afectado por las lluvias, lo que les ha permitido “medio librarla” en casa. Sin embargo, las condiciones en el campo son precarias.

“Llegamos más cansados porque trabajar en el lodo es muy pesado, las botas se nos entierran, pero las facturas y la renta no esperan. No hay de otra más que echarle ganas y esperar que el próximo año sea mejor, porque este ya valió… el dinero que perdimos al principio de la temporada ya no lo vamos a recuperar”, relató.

Por su parte, Angélica Rodríguez, originaria de San Martín Hidalgo, Jalisco, trabaja desde hace cuatro años en un “cooler” revisando la calidad de las fresas que llegan del campo, la situación para ella no es mejor.

“Somos seis revisadoras, y dos ya prefirieron estar cobrando desempleo mientras se normaliza la cosecha. Las que seguimos trabajando apenas llegamos a 25 horas a la semana. Nuestros cheques están muy bajos comparados con lo que solíamos ganar. Es algo muy triste, porque hoy nos llegan 300 o 400 cajas de fresa al día, cuando en esta temporada deberíamos estar recibiendo entre 9,500 y 10,000 cajas”, explicó Rodríguez. 

Con resignación, cerró su testimonio con un dicho popular: “Al mal tiempo, buena cara”.

El impacto económico para estas familias no se limita al presente. 

Much@s trabajadores agrícolas se encuentran en una situación migratoria irregular o con acceso limitado a redes de seguridad como el seguro de desempleo o asistencia estatal, lo que les impide recuperarse con facilidad ante eventos como estos.

Y aunque en ocasiones surgen iniciativas locales o estatales para brindar apoyos a l@s jornaler@s afectad@s por fenómenos naturales, muchas veces los fondos son insuficientes o tardan demasiado en llegar. 

Además, la crisis de vivienda y el alto costo de vida en la Costa Central, como lo documentó El Latino en un reportaje del mes pasado, complican aún más el panorama para esta comunidad que ya vive al límite.

Y es que el cambio climático y la falta de políticas agrícolas adaptativas agravan cada año la incertidumbre de los campesinos, mientras las necesidades de la nación por productos frescos siguen dependiendo del esfuerzo de quienes trabajan bajo el sol… y ahora también bajo la lluvia.