
Por Max Vásquez
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El Real Madrid volvió a intentarlo, con el empuje de su afición y el recuerdo fresco de remontadas gloriosas en Champions, pero esta vez, el guion fue distinto.
El Arsenal no se dejó intimidar por la historia ni por el ruido del Bernabéu. Mantuvo la calma, se aferró a su plan de juego, y terminó dejando al gigante blanco fuera de Europa antes de tiempo.

El conjunto de Ancelotti, obligado a remontar el desastre de Londres, repitió casi el mismo once, apostando por la experiencia y los automatismos, pero ni eso bastó.
El Madrid cumplió con los rituales de las grandes noches: intensidad inicial, presión alta, el primer disparo (gol de Mbappé anulado por fuera de juego), y hasta el primer penalti atajado por Courtois tras una falta discutible de Asensio. Todo parecía indicar que el milagro podía volver.

Sin embargo, el equipo careció de claridad en los metros finales. Vinicius no pudo desbordar con regularidad, Mbappé estuvo desconectado, Rodrygo se diluyó y Bellingham no logró imponerse en la segunda jugada.
Y cuando el Madrid pareció encontrar su oportunidad más clara, un penalti a Mbappé fue anulado tras una larga y confusa revisión del VAR que desató la indignación del Bernabéu. La sensación de doble rasero arbitral terminó de desconcentrar al equipo.

El Arsenal aprovechó ese bajón emocional para adueñarse del balón y enfriar el partido con inteligencia.
Saka, peligroso durante todo el encuentro, firmó el 0-1 tras un gran pase de Merino.
Parecía el golpe definitivo. Pero el Madrid, fiel a su leyenda, reaccionó. Vinicius aprovechó un error de Saliba y anotó el empate con picardía, encendiendo de nuevo al estadio. Quedaban más de veinte minutos y todo parecía posible.
No lo fue. El Arsenal aguantó con orden, cortó el ritmo a base de faltas e interrupciones y no concedió más ocasiones claras.

El Madrid, pese a los cambios de Ancelotti, con Ceballos, Valverde por banda y la entrada de Endrick, no encontró nunca su versión más peligrosa.
Esta vez, no fue cuestión de kilómetros ni de voluntad, sino de cabeza y precisión, faltó lucidez, y sobraron imprecisiones.
El año I de Mbappé como merengue termina con un doloroso tropiezo. Llegó como campeón del mundo y estrella indiscutible, pero se marcha de Europa con más preguntas que respuestas.
El Madrid, que parecía tener la mejor delantera del planeta, se queda otra vez corto cuando más lo necesitaba.

La eliminación en cuartos es, para el madridismo, una herida abierta que deja muchas dudas de cara al futuro y sobre todo, una certeza: esta vez, la historia no fue suficiente.