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México podría tener su primera presidenta de ascendencia judía. ¿Eso importa en este país católico?

Por Agencias
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¿Qué implica eso en un país mayoritariamente católico? Aquí un vistazo al contexto religioso mexicano en medio de un proceso electoral que arrojará al sucesor del presidente Andrés Manuel López Obrador en los comicios del próximo 2 de junio.

Cuando se le pregunta, Sheinbaum cuida su respuesta: su origen es judío, más no su religión.

Sus cuatro abuelos fueron judíos que migraron de Lituania y Bulgaria, pero ella nació en Ciudad de México y no fue criada bajo ninguna religión. Su equipo de campaña dice que se considera una mujer de fe pero no es religiosa.

La precisión que hace Sheinbaum con respecto a su identidad no es inusual. La pregunta de qué es un judío se discute periódicamente entre los mismos judíos y la respuesta varía, explica Tessy Schlosser, directora del Centro de Documentación e Investigación Judío de México.

El judaísmo puede existir como identidad, sí, pero no necesariamente religiosa. Pueblo, territorio, idioma y religión estuvieron alineados en algún punto de la historia, pero a partir de la destrucción del primer templo en el año 586 a.C. hubo un quiebre, así que reducir el judaísmo a una religión sería inexacto, dice Schlosser.

El “ser judío”, entonces, es poroso. La identidad judía puede alinearse —de manera simultánea o fragmentada— con lo histórico, lo social, lo espiritual, lo territorial o lo ideológico.

Así como los rasgos físicos y las lenguas de los judíos cambian con la geografía, dentro de una comunidad puede haber posicionamientos antagónicos sobre —por ejemplo— el sionismo, como se conoce al movimiento que defiende el establecimiento de un Estado judío, o la genealogía.

“Para algunos, si naces de madre judía, eres judío”, dice Schlosser. “Para otros, si naces de padre. Para otros, con que tengas un abuelo. Entonces, hasta en términos de linaje o racialización hay muchos debates”.

Los primeros judíos llegaron en 1519 con la colonización española, pero la comunidad actual comenzó a crecer a principios del siglo XX cuando miles de judíos huyeron de la inestabilidad y el antisemitismo en la zona del Imperio Otomano.

A la fecha hay judíos askenazi, de Europa Central y del Este, y judíos sefardí, principalmente de Turquía, Grecia, Italia, España y Siria.

Según Renee Dayan —directora de Tribuna Israelita, que sirve de vinculación al Comité Central de la comunidad judía de México— la población actual es de unos 50.000 judíos. La mayoría se asienta en la capital y la zona metropolitana, con pequeñas comunidades en Monterrey, Guadalajara, Tijuana, Cancún, San Miguel de Allende y Los Cabos.

Dayan explica que la comunidad mantiene relación con cualquier autoridad mexicana y no apoya ni avala a un candidato o partido en particular. Sin embargo, sí abre espacios de acercamiento y en el marco de estas elecciones ha conversado con Sheinbaum y los otros candidatos, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez.

Fuera de esta vinculación, la comunidad no percibe a Sheinbaum como parte de sí porque ella misma ha rechazado cualquier nexo.

“Creo que Claudia activamente ha tratado de decir ‘ésta no soy yo’”, dice Schlosser. “Se debe respetar cuando una persona no quiere ser identificada de tal o cual forma y también creo que el escenario político de México no permite la diversidad identitaria en puestos políticos tan representativos”.

A mediados de 2023, el expresidente Vicente Fox escribió en su cuenta de X que Sheinbaum era “judía y extranjera a la vez”.

La descalificación le valió críticas de “antisemita”, “racista” y “ xenófobo ”, y no fue aislada. Respondía a un reproche que otra usuaria hizo porque Sheinbaum usó un rosario en público y, según ella, eso la volvía “falsa”. En paralelo, el publicista judío Carlos Alazraki dijo que Sheinbaum era una “farsante” por llevar una falda con la imagen de la Virgen de Guadalupe con el único fin de agradar a un electorado católico.

Las recriminaciones se suman a otros cuestionamientos que se han hecho contra Sheinbaum y Gálvez en un país en el que, por los prejuicios machistas, aún se polemiza si una mujer está preparada para gobernar la segunda economía más grande de América Latina.

Si bien Sheinbaum ha repetido que no practica ninguna religión, difundió con orgullo un encuentro que mantuvo en febrero con el papa Francisco y efectivamente ha portado símbolos católicos como el rosario y la imagen de la Virgen en sus mítines.

La laicidad en México comenzó a construirse a mediados del siglo XIX y ahora el país cuenta con un robusto marco legal que establece la separación del Estado de la iglesia, pero la presencia católica se desborda de las misas y los templos.

Según las últimas cifras oficiales (2020), de los más de 126 millones de mexicanos, casi 98 millones son católicos. Le siguen 14 millones de protestantes o cristianos evangélicos y en tercer lugar están los judaicos. Más de 10 millones dicen no tener religión y otros tres millones se identifican como creyentes sin adscripción religiosa.

“Estamos en un momento donde los políticos están buscando cierta validación de las autoridades religiosas”, dice Pauline Capdevielle, académica del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Esto lo vimos antes del inicio formal de las campañas, cuando las dos candidatas se fueron a presentar ante el papa”.

La relación entre la Iglesia católica y López Obrador se enfrió desde 2022, cuando algunos obispos empezaron a reprochar los alarmantes niveles de violencia. No está claro si la brecha se cerraría con Sheinbaum como presidenta, pero como candidata ha aceptado reunirse con los líderes católicos y, aunque reticente, firmó un compromiso nacional por la paz.

En México el crimen organizado lleva años controlando distintas zonas del país a través de actos violentos y corrupción. Se ha diversificado más allá del tráfico de drogas, extorsionando a empresas para que les paguen por protección. Bajo la política de “abrazos, no balazos” de López Obrador, el gobierno ha evitado confrontarse con los cárteles, lo que esencialmente les ha permitido tomar el control de al menos una docena de ciudades.

Nadie podría dudar que el cese de la violencia es urgente y necesario, dice Capdevielle. Pero incluso si la Iglesia ha tenido una tradición histórica de actuar como interlocutora para la construcción de paz en América Latina, su posición en tiempos electorales también podría tomarse como una señal de que intenta recuperar parte del terreno que perdió durante el sexenio de López Obrador.

Que los candidatos busquen o no capitalizar la religión para buscar votos es debatible pero los tres se cuidan de no perder sufragios por contrariar al sector conservador de México. Ninguno, por ejemplo, ha compartido propuestas concretas sobre el aborto o derechos de la comunidad LGBTI.

“Están jugando sobre estas ambigüedades”, dice Capdevielle. “Dejan de lado la parte más ideológica y tienen muchísimo cuidado con estos temas porque hemos visto que en México puede tener cierto costo electoral”.