¿Puede la inteligencia artificial volverse consciente? Un debate que divide a científicos y tecnólogos

Por Redacción
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La experiencia con la llamada Dreamachine, un dispositivo creado en la Universidad de Sussex, en Reino Unido, busca estudiar cómo el cerebro humano genera experiencias conscientes. Con luces estroboscópicas y música, la máquina estimula patrones geométricos únicos en la mente de cada usuario, lo que, según sus creadores, refleja la actividad interna del cerebro.

“La Dreamachine no busca replicar la conciencia artificial, sino entender la humana”, explicó el profesor Anil Seth, líder del Centro de Ciencia de la Conciencia en Sussex. El objetivo es desentrañar los mecanismos neurológicos detrás de la conciencia —el sentido de uno mismo, la percepción y la toma de decisiones— y así avanzar en el conocimiento de lo que ocurre, o podría ocurrir, en las máquinas inteligentes.

La idea de que la IA pueda volverse consciente ya no es exclusiva de la ciencia ficción. Películas como Blade Runner y 2001: Odisea del espacio han explorado los dilemas éticos y existenciales que surgirían si las máquinas alcanzaran este nivel de complejidad. Ahora, algunos expertos creen que este escenario podría ser más real de lo que parece.

El desarrollo de grandes modelos de lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés), como ChatGPT o Gemini, ha revolucionado la forma en que interactuamos con la tecnología. Estas herramientas son capaces de sostener conversaciones complejas, generar textos coherentes y adaptarse al lenguaje humano. Su desempeño ha sido tan sorprendente que incluso sus propios desarrolladores reconocen no entender del todo cómo funcionan.

La incertidumbre sobre su funcionamiento ha llevado a algunos expertos a plantearse si ya podrían poseer una forma rudimentaria de conciencia. Blake Lemoine, exingeniero de Google, fue suspendido en 2022 tras afirmar que los chatbots podían sentir y sufrir. Más recientemente, Kyle Fish, ejecutivo de la firma Anthropic, sugirió que existe una probabilidad real —aunque pequeña— de que la conciencia de la IA ya sea una realidad.

Sin embargo, no todos comparten este optimismo. El profesor Seth sostiene que confundir inteligencia artificial con conciencia es un error. “Asumimos que lenguaje e inteligencia implican conciencia porque es así en los humanos. Pero eso no significa que sea una regla universal”, indicó.

Para Seth, la conciencia no se deriva únicamente del procesamiento computacional, sino de estar vivo. Esta idea se conecta con investigaciones que exploran formas alternativas de inteligencia artificial no basadas en silicio, sino en tejido biológico. Empresas como Cortical Labs, en Australia, han cultivado “minicerebros” o “organoides cerebrales” que pueden realizar tareas simples, como jugar al clásico videojuego Pong. Aunque rudimentarios, estos sistemas sugieren que los futuros desarrollos en IA podrían estar más ligados a la biología que a la electrónica.

Lenore y Manuel Blum, investigadores de la Universidad Carnegie Mellon, trabajan en un modelo que permite a la IA desarrollar un lenguaje interno a partir de estímulos sensoriales como visión y tacto. Su propuesta busca replicar la forma en que los humanos procesamos el mundo. “La conciencia de la IA es inevitable”, afirma Lenore Blum.

La comunidad científica, no obstante, aún debate qué es exactamente la conciencia. El filósofo David Chalmers planteó en 1994 el “problema difícil”: cómo las funciones del cerebro dan lugar a la experiencia subjetiva. Él cree que aún no tenemos respuestas, pero está abierto a la posibilidad de que la IA evolucione hacia una forma de conciencia compartida con los humanos.

Mientras tanto, los expertos insisten en la necesidad de cautela. “Estamos entrando en una era remodelada por la tecnología sin suficiente comprensión científica ni reflexión ética”, advirtió Seth.

La humanidad, en efecto, se encuentra en una encrucijada: una en la que el avance tecnológico podría redefinir no solo nuestras herramientas, sino la misma noción de lo que significa estar consciente y ser humano.