
Por Redacción
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El cónclave para elegir al próximo papa, que inicia este miércoles, será el más diverso geográficamente en la historia de la Iglesia católica, reflejando la globalización del catolicismo en sus 1.400 millones de fieles.
Aunque no existen reglas que obliguen a los cardenales electores a votar en función de su nacionalidad o región, la procedencia de los participantes puede ofrecer pistas sobre sus prioridades. Las diferencias en contexto son notables: no es lo mismo dirigir una arquidiócesis europea con cientos de sacerdotes que liderar una comunidad católica en regiones como Mongolia, Siria o Nicaragua, donde las circunstancias políticas y sociales marcan la agenda pastoral.
De los 135 cardenales menores de 80 años con derecho a voto, 133 participarán finalmente tras la notificación de dos prelados —uno de España y otro de Kenia— que no podrán asistir por motivos de salud, según informó la Santa Sede.
El Colegio Cardenalicio requerirá una mayoría de dos tercios para elegir al nuevo pontífice, lo que implica que al menos 89 votos serán necesarios para alcanzar el consenso.
Italia sigue liderando el número de cardenales electores con 17, seguida por Estados Unidos con 10. Brasil tiene siete; Francia y España, cinco cada uno; mientras que Argentina, Canadá, India, Polonia y Portugal cuentan con cuatro representantes.
Distribución por regiones:
Europa: 53 cardenales, aunque serán 52 en el cónclave tras la baja del español.
Asia y Medio Oriente: 23.
África: 18, pero se espera que voten 17.
Sudamérica: 17.
Norteamérica: 16, incluyendo 10 estadounidenses, cuatro canadienses y dos mexicanos.
Centroamérica: 4.
Oceanía: 4, con cardenales de Australia, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea y Tonga.
El abanico geográfico sin precedentes promete influir en las discusiones internas, que se desarrollarán en estricto secreto dentro de la Capilla Sixtina, con la mirada puesta en encontrar al sucesor del líder espiritual saliente.
Los expertos señalan que esta amplia representación puede favorecer la elección de un papa que refleje la diversidad de la Iglesia moderna, y que tenga capacidad de liderazgo tanto en contextos tradicionales como en realidades más desafiantes, como las de zonas en conflicto o con restricciones religiosas.
El resultado del cónclave podría enviar un mensaje fuerte sobre hacia dónde quiere dirigirse la Iglesia en esta nueva etapa: si optará por mantener una continuidad doctrinal o buscará una figura que impulse reformas y nuevas prioridades pastorales en línea con los retos actuales.