Un adiós multitudinario a Papa Francisco: “Un pastor con el corazón abierto para todos”

Por Redacción
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Aunque presidentes, príncipes y figuras del poder llenaron la Plaza de San Pedro, fue el recibimiento de su féretro en la Basílica de Santa María la Mayor —por parte de migrantes, prisioneros y personas sin hogar— el que mejor ilustró el legado del pontífice argentino. Según estimaciones del Vaticano, unas 250,000 personas asistieron a la misa en el Vaticano, mientras que otras 150,000 se alinearon en el trayecto del cortejo fúnebre a través de Roma.

A bordo de un “papamóvil” modificado para cargar el sencillo ataúd de madera, Francisco fue llevado entre vítores de “¡Papa Francesco!”, antes de ser recibido por decenas de migrantes y sin techo, que sostenían rosas blancas en señal de homenaje. Cuatro niños depositaron las flores al pie del altar, mientras los cardenales concluían el rito de sepultura en una tumba cercana al ícono de la Virgen que Francisco veneraba.

El cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, elogió a Francisco como “un papa entre la gente” que, con su estilo directo y espontáneo, “sabía comunicarse con los más pequeños”. Recordó, entre aplausos de los presentes, el gesto de Francisco en 2016 al llevar personalmente a doce refugiados desde un campo en Lesbos, Grecia, hasta Roma.

“La convicción que guiaba su misión era que la Iglesia es un hogar con las puertas siempre abiertas”, afirmó Re. “Un hogar que llega hasta las periferias más lejanas del mundo”.

El funeral, cuidadosamente organizado por el propio Francisco antes de su muerte, eliminó gran parte de los protocolos tradicionales para enfatizar su visión de la Iglesia: menos pompa, más servicio. Desde su elección en 2013, el primer papa jesuita y primer latinoamericano en ocupar el trono de San Pedro, buscó construir lo que él llamó “una Iglesia pobre para los pobres”, inspirado en San Francisco de Asís.

Murió el Lunes de Pascua, a los 88 años, tras sufrir un derrame cerebral mientras se recuperaba de una neumonía.

La presencia de más de 160 delegaciones oficiales, incluidas las de Estados Unidos, Ucrania, Reino Unido y la ONU, dio un matiz diplomático al evento, aunque fieles comunes seguían siendo mayoría. El presidente argentino Javier Milei, pese a sus tensiones con Francisco, tuvo un lugar de honor.

En una escena inesperada, Donald Trump y Volodímir Zelenski mantuvieron una breve reunión privada dentro de la Basílica de San Pedro, en un gesto que recordó los constantes llamados del Papa a buscar la paz en Ucrania.

La seguridad fue extrema, con más de 2,500 policías desplegados, 1,500 soldados y hasta una nave torpedera vigilando la costa cercana, reportaron medios italianos. Muchos asistentes, especialmente jóvenes scouts y grupos parroquiales, ya se encontraban en Roma debido a la postergada canonización de Carlo Acutis, el joven italiano considerado el primer “santo millennial”.

El recorrido final de Francisco culminó en la Basílica de Santa María la Mayor, un lugar profundamente significativo para él. Antes y después de cada uno de sus viajes apostólicos, el pontífice visitaba esta iglesia para encomendarse a la “Salus Populi Romani”, un antiguo ícono bizantino de la Virgen María.

La elección de este sitio para su entierro, en lugar de la tradicional cripta papal del Vaticano, fue simbólica: San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, celebró allí su primera misa en 1538. 

Aunque otros siete papas están sepultados en la basílica, Francisco es el primero en ser enterrado fuera del Vaticano en más de un siglo, desde que León XIII fuera trasladado a San Juan de Letrán en 1924.

La ceremonia cerró con los fieles orando en silencio frente al féretro de Francisco, un hombre que redefinió el papado al poner en el centro a los olvidados del mundo.